Tomás Rufo fue el triunfador legítimo del tercer festejo de la Feria de Begoña. Tres orejas le avalan merced sobre todo a un toreo … de capote soberbio, por acompasado y despacioso, en el sexto. Resolutivo con la muleta y contundente con el acero, aunque sus espadas cayeran bajas, se hizo acreedor de todos los titulares. Pero sería justo, sin embargo, que el toledano compartiera honores con Clemente, que pasó de la gloria de firmar la que apunta a faena de la feria, al infierno de escuchar los tres avisos después de que se le encasquillara el descabello.
Fue éste uno de los toros de la corrida. Engatillado, bajo, con cuello, una pintura. Muy definido de salida, haciendo todo por abajo, se empleó en el peto y llegó con pies al tercio de banderillas. Se dobló por bajo con él Clemente en el inicio de una faena exquisita, descrita con sabor en las formas, suavidad en el trazo y expresión en los embroques. Le cogió pronto el sitio y la altura, y sobre todo por el pitón derecho, la obra tuvo singular acento por el modo de acompañar la embestida. Una pena que tardara en cuadrarlo y la estocada, atravesada, no hiciera efecto. Entró a matar otra vez, dejó media estocada, y, como quedó dicho, se terminó atascando con el descabello hasta escuchar los tres recados fatídicos, justo cuando el toro claudicaba.
Volvió a estar bien en el quinto, que fue el que tuvo el depósito de raza más al límite. Se refugió en tablas durante el tercio de banderillas, allí se hizo fuerte el animal, y fue en ese terreno donde hubo de hacerle faena Clemente. Tuvo mérito el planteamiento, cerca de la tapia, pero no cerrado del todo, para tomarlo en paralelo y empujarlo para delante con criterio cuando el toro llegaba a su jurisdicción. Se enteró el público ya al final, con el toro en chiqueros. Después de un pinchazo y estocada entera saludó una fuerte ovación.
Muy en tipo también el tercero, toro de mucha calidad, que amagó sin embargo con irse a tablas en los albores de un trasteo que había empezado de modo álgido, con unos preciosos muletazos rodilla en tierra. Se fue a buscarlo Rufo, lo cambió de terreno, y lo acabó sujetando, primero por el derecho y luego al natural, y de uno en uno, terminó de dar consistencia a una obra con fundamento que le valió la primera oreja de la tarde.
Luego, ya está contado, estuvo cumbre con el capote en el sexto, el toro con más brío y transmisión del espectáculo, que el toledano brindó a los ganaderos. Mejor la primera parte del trasteo, sobre todo un par de series con la mano derecha. El final, por circulares invertidos y series sin la ayuda de la espada, resultó más convencional. Se tiró derecho, se fue abajo la espada, pero el toro cayó pronto y tuvo una muerte espectacular. Y las dos orejas fueron a parar a sus manos.
Precioso el berrendo en cárdeno que hizo primero. Para los pinceles de Ruano Llopis en tiempos de tanto cartel diseñado con la IA. Toro noble, que tuvo temple aunque pecó de salir con la cara a media altura de los embroques. Emilio de Justo, debutante en Gijón, lo empujó para delante de inicio para llevarlo muy provocado por el derecho en los primeros compases de un trasteo que se fue diluyendo cuando cogió la zurda porque el animal, a pesar de su obediencia, perdió empuje.
Otro toro perfecto prototipo del encaste el cuarto, que también tuvo calidad pero perdió celo al final de cada pase. Le puso mucho Emilio de Justo, provocándole con la voz, llenando la escena, vistiendo cada muletazo hasta que al final de faena, en dos series sin la ayuda de la espada, terminó de meter al público en su obra. Tenía la oreja en la mano pero pinchó en dos ocasiones antes de la estocada final, y todo quedó en una cerrada ovación de reconocimiento.