Han transcurrido tres décadas desde el acuerdo suscrito por la Fundación Guggenheim de Nueva York y las administraciones del País Vasco para establecer un museo … en Bilbao. La ciudad vasca se expandió y creció alrededor de la institución económica. Este desarrollo cultural, urbano y económico a cuenta de un nuevo centro de arte, de renombre e importado anticipó un paradigma: el modelo de museo franquicia. El Guggenheim de Bilbao puede colgarse la medalla del éxito. La iniciativa funcionó y cuesta encontrar a algún vecino o representante que cuestione el proyecto.
Desde entonces son numerosos los gobiernos y los territorios que han explorado esta fórmula. En España, Málaga es el máximo exponente. Atrajo hacia su trama urbana las subsedes del Centre Pompidou y el Museo Ruso, a las que sumar el Museo Carmen Thyssen y Museo Picasso. La metrópoli andaluza se erige y se promociona como ‘Ciudad de los Museos’ con un éxito que redunda en el balance turístico.
Málaga es un modelo de ciudad cultural y turística que ha cosechado buenas palabras de la alcaldesa de Valencia. No han sido pocas las ocasiones en las que María José Catalá ha evidenciado públicamente esos elogios. A esta situación se suma que el presidente de la Generalitat, antes de formalizar el acuerdo con la Hispanic Society of America (HSA), se refería al proyecto artístico como ‘subsede europea’. Basta unir la línea de puntos marcada por Mazón y Catalá para descubrir el dibujo resultante.
Con el desembarco de las obras de Joaquín Sorolla de la institución neoyorquina en la capital del Turia se inaugura una nueva etapa en la Comunitat: Valencia entra el universo cultural de las franquicias museísticas. Valencia inaugura este sistema artístico de la mano de la institución estadounidense en horas bajas, pero que atesora, después de la Casa Museo Sorolla y la Fundación Masaveu, una de las colecciones más nutridas del pintor valenciano. O sea: la Comunitat estrena modelo franquicia a la valenciana, con Sorolla (y las Fallas) por bandera.
El sistema de cultura franquiciada es, para algunos expertos, perverso, aunque otras voces lo ensalzan. Para gustos, colores; y la paleta de Sorolla alberga toda la extensión del pantone. Sin embargo, no resulta novedoso recurrir a reclamos para epatar, más bien es una vieja receta. En el caso de la subsede europea de la Hispanic, el relato monumental no pasa por un edificio como el de Frank Ghery sino por la exhibición de más de 220 obras de Sorolla en un inmueble ya existente. El maestro de la luz funciona aquí como símbolo de valencianía y como icono cultural. El pintor más importante nacido en Valencia tendrá su museo en el centro neurálgico de la ciudad. Sorolla encapsula un mensaje potente: lo logramos y vamos con todo. El pintor es un trasunto cultural y de ciudad, pero a nadie se le escapa la lectura política y el momento en el que el jefe del Consell dio a conocer un proyecto gestado con Vicente Barrera en el Gobierno.
Se habla de Sorolla como marca, como oferta, como impacto; algo que está al margen de cualquier discernimiento sobre si la cultura valenciana va bien o va mal. Los distintos presidentes de la Generalitat siempre han maniobrado para inaugurar un museo Sorolla a orillas del Mediterráneo y es Mazón el que más cerca está de conseguirlo. La importante colección del pintor del Museo de Bellas Artes de Valencia o la brillante trayectoria sorollista de la Fundación Bancaja -que exhibió ‘Visión de España’-, al parecer, no resultan suficientes.
El golpe de efecto de la propuesta artística es innegable, tanto como la ausencia de una estrategia cultural definida. ¿Habrá conexión museográfica entre el Palacio de las Comunicaciones y el Bellas Artes? ¿Se relacionarán ambas colecciones? Son preguntas aún sin respuesta, como tampoco se ha despejado la incógnita de cuál es el coste del traslado de las piezas de Nueva York a Valencia, ni cuánto percibirá la empresa Light an Art Exhibitions, ni el coste de transformar el edificio de Correos en museo. Y el dinero es una cuestión nuclear (suele marcar las negociaciones de prórroga de la colección de la baronesa Thyssen con el Gobierno), como también lo es el propietario de las obras, los periodos de cesión y, por descontado, los integrantes y el funcionamiento de la futura fundación.
Dicho todo esto, Sorolla vuelve a Valencia a lo grande y su regreso, como siempre, tiene garantizado titulares e impacto mediático. Sorolla atrae, gusta.