Salir de la piscina, entrar en Instagram y encontrarte con imágenes de niños muertos de hambre. Pedirte un tinto de verano en el chiringuito y leer en el periódico que el ejército israelí ha asesinado a decenas de palestinos que luchaban por un puñado de harina. Hacer una foto al salmorejo que acabas de preparar en tu casa y enviarla por tu grupo de amigos mientras de fondo se escucha el telediario: un artefacto ha matado al equipo completo de periodistas de Al Jazeera en Gaza.
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Casi dos años después del inicio del genocidio que Israel perpetra sobre Palestina, la atrocidad del horror se agolpa en el día a día. Disfrutar de la vida se torna complicado para muchas personas mientras una de las potencias más poderosas del mundo lleva a cabo una limpieza étnica con la complacencia de los demás actores internacionales. Estados de malestar y sentimientos de culpa, vergüenza e impotencia se apoderan de no pocas personas que ven aterradas, retransmitido minuto a minuto, lo que Israel es capaz de hacer en Gaza.
Elena Álvarez tiene 57 años y es donostiarra. Esta jurista, antigua profesora universitaria de Derecho Internacional, admite que la culpa se apodera de ella: “¿Cómo podemos seguir haciendo vida normal con todo lo que está haciendo Israel sobre Palestina?”, se pregunta. También siente vergüenza, como ser humano y como europea, apuntilla. “Antes me parecían importantes algunas cosas que ahora no. Es ese punto miserable que tenemos al estar encerrados en nuestra cotidianidad y comodidad”, añade.
Lo que sucede en Gaza es tan importante para Álvarez que incluso se ha llegado a alejar de algunas amistades por no sentir el genocidio como ella lo hace. “Esto no es una guerra, es algo atroz que se ha alimentado durante décadas con la impunidad de los gobiernos y la sociedad a nivel mundial que ha comprado el discurso israelí y no lo ha combatido”, se explaya.
Del selfie a los muertos por hambre
Soledad Cossío vive en una pedanía a siete kilómetros de Murcia capital. A sus 74 años, esta antigua profesional de la administración recuerda el genocidio en actos tan mundanos como comprar un kilo de tomates: “Pienso en la gente que muere tiroteada por un puñado de trigo y me subo por las paredes. A veces me siento mal por continuar con mi día a día como si no pasara nada”.
En su cabeza convive la sensación de apenas poder hacer nada para frenar un conflicto en el que operan los grandes intereses geopolíticos del momento con la empatía que siente al ver las horribles imágenes que llegan desde Gaza. “Aquí estamos protestando por una ola de calor y allí hay gente que muerte por deshidratación y de hambre. Esto nos va a pasar factura de alguna manera”, defiende.
Pienso en la gente que muere tiroteada por un puñado de trigo y me subo por las paredes. A veces me siento mal por continuar con mi día a día como si no pasara nada
Soledad Cossío
— 74 años
La periodista Lucía de Luna, madrileña de 30 años, compartió un story en su perfil de Instagram relatando lo que siente: “Publico noticias de un genocidio en directo y luego publico el último libro que leí, publico fotos en las verbenas de agosto, publico un selfie en el que me veo guapa. Hablo con mi padre del horror que están viviendo a muchos kilómetros de aquí y luego salgo a cenar, duermo a pierna suelta”.
Ella misma escribe cómo se entrelaza la vida con el horror. “Leo que están matando de hambre a la población de Gaza y se me encoge el estómago, pero luego hablo de amores y desamores con mis amigos, me quejo del calor en Madrid, me tiro en la hierba a escuchar música y el mundo me parece un lugar amable”, continúa. Esta periodista se pregunta “si no seré yo también superficial compartiendo cosas del verano mientras ahí fuera están asesinando a gente. Y ese pensamiento choca con la idea de que la vida sigue, la vida siempre sigue, y yo tampoco puedo cambiar nada”.
Transitar las distintas emociones
La psicóloga especializada en trauma e intervención transcultural Lina Huertas sostiene que la dualidad entre el disfrute de la propia vida con el genocidio palestino es algo que “no se puede evitar”. Desde su punto de vista, lo ideal sería transitar estas emociones como un péndulo que oscila entre recrearse con los pequeños placeres del día a día y ser conscientes del horror que también existe en el mundo.
Huertas remarca que existen diversas formas de enfrentarse a lo que sucede. “Es tan doloroso lo que ocurre en Palestina que muchas personas prefieren evitar ver las imágenes como un mecanismo de defensa”, añade. Aun así, esta psicóloga recalca que todo ello depende en gran medida del bagaje personal de cada uno. Hechos como tener allegados judíos o defender una determinada ideología pueden hacer que ese péndulo marque más una opción que otra.
Es tan doloroso lo que ocurre en Palestina que muchas personas prefieren evitar ver las imágenes como un mecanismo de defensa
Lina Huertas
— psicóloga especializada en trauma
Algo así es lo que le sucede a Daniela del Rio, que a sus 30 años es responsable de marketing en una pequeña empresa cordobesa, en Argentina. “Vivo en un país sumamente lejos del conflicto y acá los principales medios pertenecen a grupos de empresarios judíos y sionistas en general, así que la información que llega está bastante diluida”, comienza su relato.
Argentina es uno de los países con mayor población judía del mundo, lo que hace que frecuentar espacios comunes sea algo habitual. “Eso limita el poder publicar algo en solidaridad con Gaza por miedo a que te tilden de antisemita, cuando las cosas no van por ahí. Yo me he autocensurado para evitar discusiones con gente que sé que piensa distinto”, dice Del Rio.
La ansiedad puede llegar a desmovilizar
La psicóloga especializada en migraciones Lola Pastor recalca que incluso desde el privilegio somos capaces de identificarnos con las familias, sobre todo con la infancia, que sufren el asedio israelí. “Nos moviliza muchas veces la oposición al genocidio, pero también la identificación más personal con la gente que lo sufre. Pensamos que yo también soy madre, también he sido niña, también tengo padres, también soy periodista o sanitario, así que nos vemos reflejados en el sufrimiento del otro”, explica.
Los malestares asociados a ser conscientes de tamaña injusticia se materializan en procesos ansiosos, depresivos y altos índices de tristeza, según Pastor, lo que puede llegar a desmovilizar a la gente. A nivel personal, a ella le mueve la rabia y la tristeza para no dejar de luchar. “Desde mi posición de mujer privilegiada española hago todo lo que puedo para exigir a mi gobierno que no solo condene lo que sucede, sino que tome todas las medidas necesarias para frenar el genocidio”, apunta.
De la impotencia a la acción colectiva
Huertas, psicóloga especializada en trauma, señala que “hablamos de un conflicto muy complejo en el que es normal que se cree la sensación de frustración y nos asalte la pregunta de qué puedo hacer yo frente a eso”. Alguien que sí ha encontrado una respuesta es Elena Martínez, vecina de Colmenar Viejo, un municipio de la Sierra Norte de Madrid. Esta jubilada de 65 años intenta continuamente transformar la impotencia en acción colectiva. “Siempre estoy pendiente de qué productos no comprar para apoyar el boicot y participo de todas las movilizaciones en las que puedo”, comenta.
En su caso, “cuando veo imágenes de niños que lo único que les recubre los huesos es la piel, completamente desnutridos, a veces se me saltan las lágrimas y pienso en que tenemos de todo”. Por eso, ella intenta ser consciente de todas esas pequeñas cosas que en España son consideradas normales para valorarlas como se merecen. “Eso no quita que incluso en alguna ocasión me haya podido sentir cómplice de lo que ocurre en Palestina. Tenemos que unirnos para frenarlo, porque sí se puede hacer, pero siempre desde el lado colectivo”, remarca Martínez.
Disfrutar desde la solidaridad
Es posible escapar del desasosiego, salir de la inacción, huir del ensimismamiento. Es posible transformar el malestar en fuerza, en respuesta comunal. Hania Faydi, portavoz de la Red Solidaria contra la Ocupación de Palestina (Rescop), admite entender a todas estas personas llevadas por un malestar continuo: “Es lo que ocurre cuando no llamas a las cosas por su nombre. Esto no es una guerra, sino un colonialismo que dura más de 77 años y que se ha recrudecido en un genocidio desde hace casi dos años”.
A pesar de que en muchas ocasiones es difícil encontrar eco en los medios de comunicación de las acciones que a nivel mundial tienen lugar para frenar el genocidio, semana tras semana se reproducen hasta en los municipios más pequeños. Faydi enfatiza que hay “una sociedad civil organizada y solidaria” en la que cualquier persona se puede involucrar.
Esto es imparable. Aunque estemos en verano, y es normal que la gente disfrute de sus vacaciones, tenemos en marcha el hashtag #NoTeOlvidesDePalestina para que nadie deje de hablar de ello
Hania Faydi
— portavoz de la Rescop
Más allá de visitar la web de la propia Rescop e informarse a través de sus redes sociales, la sociedad puede secundar las campañas de boicot a empresas como Carrefour, AXA, HP y Airbnb que propugnan desde el movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones a Israel. También pueden donar desde pequeñas cantidades de dinero a la UNRWA, el organismo de las Naciones Unidas para el socorro palestino. “Esto es imparable. Aunque estemos en verano, y es normal que la gente disfrute de sus vacaciones, tenemos en marcha el hashtag #NoTeOlvidesDePalestina para que nadie deje de hablar de ello”, dice la portavoz de la Rescop.
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Disfrutar teniendo presente el genocidio que sufre Gaza es posible. Ni desasosiego, ni evitación, ni ignorancia ante lo que sucede. Así queda demostrado en tantas fiestas populares en las que la bandera cuatricolor ondea impertérrita mientras corona los bailes de aquellas personas conscientes y solidarias con la causa palestina. “El próximo 4 de octubre, cuando se cumplan dos años de genocidio, volveremos a salir a las calles de decenas de ciudades del Estado para exigir su fin”, finaliza Faydi.