4° abono. Lleno en tarde agradable y cielo cubierto. Se han lidiado seis toros de Joaquín Núñez del Cuvillo, bien presentados, de distintas hechuras y variados de capa. Ofrecieron distinto juego, destacando los lidiados en 1°, 2° y 5° lugar. Manso con opciones el 3°, soso el 4° y muy castigado en varas el 6°. Saúl Jiménez Fortes (azul pálido y azabache), que sustituía a Morante: pinchazo y estocada (ovación con saludos). Estocada (oreja). Juan Ortega (siena y oro): estocada (dos orejas). Dos pinchazos y estocada (fuerte ovación con saludos). Andrés Roca Rey (celeste y oro): -aviso- estocada caída y dos descabellos (silencio). Estocada desprendida (silencio). Saludaron en banderillas Miguel A. Sánchez y Jesús A. Núñez «Perico» tras banderillear al segundo; y Francisco Durán «Viruta» en el tercero.

Juan Ortega no sólo borró de un plumazo, a la primera verónica, el pesar de los aficionados por la ausencia de Morante en Gijón dentro de su temporada histórica. También puso en evidencia la vulgaridad al dejar entrar el arte, la clase y el temple por cada rincón de un Bibio a reventar que acabó por diferenciar el jabugo del chóped. El fino del calimocho. Firmó el sevillano dos obras colosales (la segunda, sobremanera, emborronada por la espada) llenas de pureza y verdad, en una tarde que, junto al toreo clásico de Saúl Jiménez Fortes, ayudaron a tapar el petardo de un desdibujado Roca Rey.

El ambiente y la expectación por el genio de la Puebla del Río se mantuvo en la taquilla. Daba gusto ver así la plaza, aunque si el peaje son los vivas grotescos a destiempo, de entre gin-tonic y gin-tonic, ya sean a España, a Sánchez o al Perú, casi es mejor ver piedra. La sustitución para Fortes era la mejor opción posible –acierto total de la empresa (dadas las opciones posibles y planteadas por los mandones del toreo)– y eso se notó con la escasa devolución de entradas. Alrededor de 9.000 personas (igual sí que interesan los toros) que vibraron con el toreo de capa, los sinceros naturales y el empaque de los derechazos de Juan Ortega.

Del galleo por chicuelinas a las verónicas y una media de cartel

Fue una obra en dos partes. La primera, con el toro más cuajado del envío de Cuvillo, el único negro, arrancó con una cumbre del toreo a la verónica, con el compás abierto, la cadencia perfecta. La media de remate, en el centro del platillo, valía la entrada. Galleó por chicuelinas, con mucho sabor, para llevar al toro al caballo. Y quitó después por gaoneras, tras echarse el capote a la espalda con medio farol, cargando siempre la suerte. Una oda al toreo de capa. Con un pase de las flores principió una faena de muleta a cámara lenta, de pases largos y muy profundos que iban al compás con los olés. Ortega supo darle tiempo al Cuvillo, exprimirlo por el izquierdo, el pitón menos bueno. Tuvo que tirar de su embestida en una labor donde abundó la naturalidad. Volvió a la diestra, perdía fuelle el toro y se fue Ortega a por una espada que enterró hasta los gavilanes. Dos orejas. Faena para sacar los dos pañuelos a la vez.

La película no había acabado. Asomó por toriles un toro castaño de Cuvillo, de bonitas hechuras. Con la misma cadencia lo saludó estirándose a la verónica, rematando con una cordobina y una larga. Al quite entró por chicuelinas que parecían una bata de cola. Para el recuerdo de esta plaza quedará el inicio de faena, rodilla en tierra, toreando con el todo el cuerpo. Siempre a favor del toro. Y del arte. De excepcional calidad. La plaza explotó. Y bramó con las primeras tandas por el derecho. Un desarme al coger la zurda paró la música, pero no la emoción. Costaba ligar. Daba igual. Fue una sinfonía de toreo al natural gracias a muñeca privilegiada. De uno en uno. Valían el abono entero. Rebosó torería la faena. Qué importante es andar torero delante del toro. Faena de las que no quieres que acabe. Al tercer intento, y ya en la suerte contraria, pasaportó al toro. Emotiva fue la ovación.

Fortes pierde la oreja con la espada en el primero de su lote

Jiménez Fortes pudo acompañar a Ortega a hombros pero la espada –entre otros factores– lo impidió. Con el abreplaza, se estiró a la verónica, con el compás abierto y ganándole terreno al toro. Estaba el Cuvillo justito de fuerzas y lo mimó en el caballo. Un quite por tafalleras servía para dejar su impronta. Brindó al público y arrancó genuflexo la faena para fijar la embestida de su oponente. Pronto se sucedieron las tandas por el pitón derecho, muy firme. La incesante banda no se enteró hasta la cuarta tanda de lo que pasaba en el ruedo y retrasó que el público se metiera antes en la faena. Cuando cogió la izquierda para dibujar naturales sueltos con el sello del clasicismo. Se pegó el arrimón cuando el toro se puso protestón. Tímidos pañuelos, por ser el primero de la tarde, tras pinchazo y estocada.

Sí llegó la oreja con el cuarto, un toro sardo de Cuvillo para hacer postales. Lo brindó al traumatólogo Eduardo Hevia Sierra y Fortes volvió a desplegar su concepto del toreo clásico. Le faltó emoción a un toro de embestida descompuesta que, en un momento de descuido del malagueño, lo prendió por el fajín provocando segundo de angustia. No le perdió la cara al toro, logró pasajes de interés y un espadazo arriba le valió el trofeo.

Roca Rey, torero fundamental por todo el público nuevo que lleva a las plazas, tuvo en Gijón un buen resumen de su temporada. Desdibujado y sin claridad de ideas. Ni la firmeza ni seguridad que le catapultó a mandar en el toreo se percibieron siquiera. Cierto que su primero fue mansito, pero obediente en los cites con la muleta puesta en la cara. Y que el sexto, muy sangrado en varas, dio pocas opciones. También que se abusó del pico, de retrasar la pierna y aliviarse en cada pase. Tan espesa la tarde como el cielo gijonés por culpa de los incendios que azotan Asturias. Jaleaban las cuadrillas desde los burladeros como si fuese una secuela continua de «Tardes de Soledad». Ni con esas. El público acabó tocando las palmas de tango para que abreviase. Al final resultó que lo que estaba en soledad era el arte de Juan Ortega.

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