El despliegue de medios fue digno de una superproducción de Hollywood: más allá del Air Force One presidencial, surcaron el cielo de Alaska un bombardero furtivo norteamericano escoltado por cuatro cazas F-35; varios F-22 estacionaron frente al Ilyushin ruso. Hubo alfombra roja. Hubo sonrisas cordiales. Hubo apretón de manos. Lo que no hubo fue presencia de España. Ni, a priori, un acuerdo satisfactorio para Europa.
Para Trump eso está lejos de ser una derrota. «Él tiene un objetivo estratégico claro: retirar recursos de aquellos escenarios donde considera que los intereses americanos no están directamente involucrados. Entre ellos, Ucrania». Así lo asegura, en conversación con EL ESPAÑOL, el exministro de Exteriores José Manuel García-Margallo.
El exministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo.
Fernando Sánchez
EP
«Vamos hacia un reparto del mundo entre grandes potencias donde se está haciendo de la fuerza fuente del derecho. Europa parece ser cada vez más irrelevante. Todo esto no es más que un nuevo clavo en el ataúd del orden liberal internacional«.
La Unión Europea, efectivamente, ha jugado un papel menor en Anchorage, y el de España, a pesar de haber invertido más de 1.400 millones de euros en ayuda militar, formación y asistencia humanitaria al Gobierno de Zelenski, ha sido más residual, por no decir «inexistente».
García-Margallo resume la situación con una metáfora: «Nuestro caso recuerda al de las matrioshkas rusas. La Unión Europea ya está cayendo en la irrelevancia, pero, dentro de esa posición débil, la nuestra es aún peor. No hemos asistido a la reunión central sobre Ucrania, no hemos podido fijar posiciones en la guerra arancelaria; directamente, no existimos».
PREGUNTA.– Trump auguraba que llegaría a un acuerdo rápido con Putin, pero el resultado ha sido más de lo mismo: promesas a futuro. ¿Qué lectura extrae?
RESPUESTA.– Yo creo que este encuentro confirma una tendencia que llevamos viendo desde hace tiempo y que presagia lo que va a ser la solución final del conflicto ucraniano, el cual, me temo, se va a perpetuar durante mucho más tiempo. Pase lo que pase en las próximas reuniones, no va a haber un acuerdo internacional de paz. Lo que habrá, como máximo, será un alto el fuego que dejará la situación congelada, como ocurrió en Corea en los años 50. Vamos a asistir a una partición de Ucrania en dos, cuya víctima principal será el orden liberal internacional sujeto a normas, es decir, el que respeta las fronteras y la integridad territorial de los países signatarios.
P.– ¿Qué le hace pensar en la imposibilidad de un acuerdo entre ambas partes?
R.– Que Zelenski no puede ceder territorios a cambio de paz y Putin no puede retroceder en sus pretensiones sin volver derrotado a Moscú. Rusia, ahora mismo, corre el riesgo de convertirse en un poder regional. Sus aliados armenios acaban de ser derrotados en Nagorno Karabaj. Ha caído Bashar Al-Assad en Siria. Y, además, Putin ha incumplido los objetivos que planteó en 2014, que era convertir a Kiev en un estado satélite o, en todo caso, separarla del mar y deteriorar sus exportaciones de cereales y recursos para hacer de ella una suerte de protectorado como Bielorrusia.
P.– Pongamos que se llega a un alto el fuego pero que el conflicto, como dice, se enquista. ¿Existe la posibilidad de que Rusia acabe cediendo?
R.– Trump va a imponer un alto el fuego, estoy seguro, pero en condiciones muy precarias. El problema es que la credibilidad de Putin es discutible. Zelenski, con buen criterio, ha pedido que si hay un alto el fuego se ofrezcan garantías de que Rusia no lo va a volver a hacer. Pero Putin lo que quiere es que se reconozca la anexión de Crimea y apropiarse de cuatro óblast que hoy están bajo el control del ejército ucraniano: Lugansk, Donetsk, Jarsón y Zaporiyia. Su vieja aspiración es la finlandización de Ucrania. Es decir, que no acceda a la Alianza Atlántica ni albergue tropas fundamentalmente europeas que garanticen el mantenimiento de un alto el fuego que él, paradójicamente, no para de violar.
P.– Ya vimos una humillación en directo de Zelenski en la Casa Blanca. Hoy ha anunciado que pretende verse con él el lunes en Washington. ¿Qué podemos esperar de ese encuentro
R.– Trump ya le dijo a Zelenski todo lo que tenía que decirle: ‘Usted no tiene las cartas. Y, como no las tiene, no puede pretender conservar todo el territorio que constitucionalmente le pertenece’. Tendrá que aceptar lo que Putin y Trump digan. Esto recuerda a lo que pasó en Munich en aquella reunión de Hitler, Mussolini, Chamberlain y Daladier. No se consultó a los checos para amputarles los Sudetes. Como Hitler lo consiguió sin que pasase nada, acabó anexionándose Checoslovaquia. Por ello, Zelenski tiene que recibir garantías de que esto no sea un aperitivo de lo que viene después.
P.– Un mantenimiento de la paz pasa por una Unión Europea fuerte. Sin embargo, hemos visto su debilidad en un conflicto que toca a sus puertas.
R.– Ha habido dos acontecimientos recientes que demuestran que Europa está cayendo en la irrelevancia. Por un lado está su incapacidad de detener las matanzas que se están produciendo en Gaza. Por otro, el tema de la sumisión de Úrsula von der Leyen en un campo de golf de Escocia para negociar la guerra arancelaria con Trump. La Unión Europea ha sido una parte importante en Ucrania, hemos contribuido con ayuda humanitaria, vamos a ser los que paguemos la reconstrucción y, sin embargo, no pintamos absolutamente nada en las negociaciones.
EEUU y España: una tensión latente
La primera mitad de 2025 ha dejado un reguero de crisis diplomáticas en el seno del Gobierno de España. La primera llegó con Israel tras el reconocimiento unilateral de Palestina. Siguió con una advertencia de Estados Unidos: el Ejecutivo debía dejar de adjudicar contratos públicos en materias sensibles a la china Huawei si quería seguir recibiendo información de los servicios de inteligencia norteamericanos.
Continuó con la ocurrencia de un exsenador estadounidense de retirar las tropas de Rota y de Morón ante la negativa velada de Sánchez a aumentar el gasto en Defensa como pedía la OTAN.
Poco después, EEUU decidió expulsar al puerto de Algeciras de su ruta marítima estratégica, favoreciendo a Marruecos y castigando así la negativa española de permitir la escala de buques con destino a Israel para evitar suministrar armamento a Netanyahu. Esta misma semana, España ha sido excluida de las cumbres de seguridad previas a la negociación entre Trump y Putin en Anchorage.
Sánchez acudió in extremis al briefing posterior, conectado por videollamada desde La Mareta, donde pasa unos días de vacaciones en los que se ha reunido con José Luis Rodríguez Zapatero y Salvador Illa rodeado de un amplio dispositivo de seguridad.
Tras Anchorage, los principales líderes europeos, la UE y Reino Unido reclamaron una reunión trilateral entre Estados Unidos, Rusia y Ucrania. Nuevamente, Pedro Sánchez quedó excluido de la declaración conjunta que sí firmaron el presidente francés y el finés, además de los jefes de Gobierno de Italia, Alemania y Polonia.
La acumulación de frentes abiertos para el Gobierno y la imagen de debilidad que proyecta de puertas hacia afuera han convertido el día a día de la diplomacia española en un ejercicio constante de contención de daños. Los movimientos van casi siempre a remolque de la agenda internacional y son más bien reactivos a los sobresaltos que llegan desde Washington, Bruselas, Rabat o Tel Aviv.
P.– Usted mencionaba que la UE tenía menos peso, pero ¿qué pasa con España? Esta misma semana hemos sido excluidos de reuniones clave sobre Ucrania.
R.– En España se nos llama a última hora para comunicarnos lo que ha pasado en la reunión central porque, directamente, no existimos. No me extraña. Es difícil tener una política exterior española cuando no sabes qué tipo de España quieres y cuando la única prioridad de Albares es que se hable el catalán en el Parlamento Europeo. Además, una vez has manifestado que no estás dispuesto a hacer el esfuerzo bélico que corresponde a garantizar la independencia de Ucrania o establecer unas garantías futuras en el caso de un alto el fuego, eso tiene consecuencias. Si no eres solidario con tus socios, no puedes pedir que luego ellos lo sean contigo.
P.– ¿España ha dejado de ser un socio de fiar?
R.– Lo que están observando nuestros socios es que no cumplimos la primera de las reglas que hay que respetar en política exterior. Es decir, que esta debe ser una política de Estado consensuada entre los partidos que tienen opción de gobernar. Eso es lo que garantiza que haya estabilidad en el tiempo, lo que da tranquilidad de que las circunstancias no van a cambiar si hay un cambio de administración.
García-Margallo, exministro de Asuntos Exteriores.
Fernando Sánchez
EP
P.– Un gran consenso de Estado en materia de política exterior. Suena utópico.
R.– Porque Pedro Sánchez quiere utilizar el campo de batalla de la política exterior para afirmar una estatura diferencial que garantice su supervivencia política. Basta que Occidente tome una postura para que él tome la contraria. Quiere singularizarse como una especie de Juana de Arco de defensa de la democracia. Su planteamiento es que hay un asalto a la democracia, que él representa, por parte de una internacional, y que él debe ser el centinela de Occidente. ¿Pero qué imagen proyecta España? La de un fiscal general sentado en el banquillo. La de un gobierno sin presupuestos. La de una aproximación a China con el tema de Huawei en un momento en el que la seguridad y la autonomía estratégicas de Europa y de Occidente están en juego.
P.– Precisamente sobre este asunto, el Gobierno ha defendido que el contrato con Huawei para gestionar datos e infraestructuras críticas «cumple todos los criterios de seguridad». Mientras, Estados Unidos amenaza con cortar el flujo de inteligencia. ¿Estamos poniendo en riesgo décadas de confianza estratégica?
R.– Eso es tan cierto como que el primer grito de advertencia sobre Huawei data de los tiempos de Obama y de uno de sus documentos sobre seguridad nacional. Entonces ya se alertó de que Huawei podía tener un doble uso: por un lado, proporcionar al adversario existencial, que estamos de acuerdo en que es China, datos vitales para la seguridad nacional. Segundo, que, con tiempo, podría darles la capacidad de paralizar infraestructuras críticas en situaciones de conflicto. Es algo que se sabe desde 2013. Obama dijo, literalmente, que el que lidere el despliegue de 5G contará con una ventaja decisiva en el dominio de las jefaturas del sector de la información, clave en cualquier conflicto bélico. Si seguimos así no se van a fiar de nosotros ni nos darán información. Quedaremos en un estado de aislamiento como el de Lesoto.
P.– Marruecos está siendo uno de los principales beneficiados con el deterioro de las relaciones con Estados Unidos. Esta misma semana se expulsó a Algeciras de las rutas marítimas estratégicas por vetar a los buques estadounidenses que llevaban armas a Israel.
R.– Si finalmente la sacan, como se ha planteado, nos vamos a encontrar con una situación muy complicada en el Estrecho, que es donde está parte de nuestra posición de ventaja. Marruecos está haciendo un gran puerto al otro lado. Si se descataloga Algeciras, se mantiene el estatus de Gibraltar –porque el Gobierno ha renunciado absolutamente a reclamar la soberanía o una igualdad de trato fiscal– y si Estados Unidos se llevase, en un hipotético futuro, las bases de Rota y de Morón, la situación de España sería muy preocupante.
P.– ¿Cómo le benefician a Marruecos los desaciertos de la política Exterior de España?
R.– Sánchez está poniendo en riesgo la seguridad de España en unos límites que yo no conocía. El distanciamiento de dos países cuya tecnología es vital para nuestra defensa como son Estados Unidos e Israel implica aumentar el riesgo que corremos cuando Marruecos ya está haciendo un esfuerzo militar importante y se ha asegurado un apoyo clave por parte de los Estados Unidos tras la firma de los Acuerdos de Abraham, por los que da reconocimiento a Israel. Eso nos coloca en una situación frágil. Estamos jugando con fuego y lo podemos pagar muy caro.
P.– Usted, que ha sido ministro de Exteriores, ¿qué siente al ver este deterioro de la política exterior?
R.– Yo siempre digo que estoy en política porque me duele España. Hay una cita de Unamuno que uso mucho. Es de 1913, de cuando se estaba debatiendo si España debía o no participar en la Primera Guerra Mundial o aceptar una posición de neutralidad que, al final, la llevó a la irrelevancia. Esta dice: «Un día me preguntó un amigo extranjero qué quiere España. Y yo le dije –dice Unamuno– lo siguiente: ‘España no quiere nada. Quiere que la dejen en paz. Y así, hasta Dios la ha dejado de su mano’. Estamos en un momento en el que es difícil contestar qué es lo que quiere España porque es difícil adivinar lo que quiere este Gobierno.
P.– ¿Qué camino se debería tomar a corto plazo?
R.– Primero, tener claro dónde se está. A pesar de las diferencias que podamos tener con la administración Trump, pertenecemos al mundo de Occidente y, en términos políticos, al mundo de las llamadas ‘democracias liberales’. China ni es occidental ni reúne las características propias de una democracia liberal. Por tanto, la posición de España viene definida por los dos ejes que la han definido siempre: una presencia fuerte en la UE y una relación más estrecha con Estados Unidos. El problema es que ahora estamos en un punto en el que no sabemos qué política exterior llevar, y eso genera incertidumbre en los aliados. Yo siempre cito al general De Gaulle, que en sus memorias de guerra decía: ‘Yo tenía una idea de Francia, y esta me la dictan tanto el corazón como la razón’. Sin una idea clara de lo que es España, es difícil fijar su posición en el mundo.
P.– En cualquier caso, es reversible.
R.– Sí, si hay un diagnóstico claro, sabemos dónde queremos estar y tomamos las decisiones pertinentes. Yo, cuando fui ministro, me encontré con las consecuencias de la política de Zapatero y con la amenaza de que se trasladasen las bases de Rota y Morón. Se pudo revertir. Se hizo una enmienda al convenio de cooperación, se estableció una política de contacto muy frecuente y una colaboración estrecha en temas como Siria, Libia o América. Las relaciones entre España y EEUU se volvieron modélicas. Puede resultar folclórico, pero hasta tengo una fotografía con el secretario John Kerry en mi despacho cantando una ranchera y otra paseando con Obama por las pistas de aterrizaje aquí, en España. Se puede revertir si se quiere revertir.
P.– Usted dijo una vez que las relaciones exteriores son como el amor.
R.– Efectivamente. Son como el amor en la medida en que debes mantener una relación donde estás dispuesto a colaborar en la misma medida en la que pides colaboración. Esa es la solidaridad occidental que estamos rompiendo con la falta de cooperación con el gasto en Defensa. Lo que no se entiende es que tú quieras ser socio, que te inviten a las juntas de accionistas, como las reuniones de Ucrania, y que utilices todas las instalaciones que necesitas pero luego no quieras pagar la cuota.
El exministro de Asuntos Exteriores, Jose Manuel García-Margallo.
Fernando Sánchez
EP
P.– Si se mira más allá, hacia la nueva realidad geopolítica a la que nos dirigimos, ¿qué ve? ¿Qué tendencias vamos a encontrar en el mundo en los próximos años?
R.– La conclusión es que nos dirigimos hacia un mundo bipolar dominado por Estados Unidos y China y, en menor medida, por Rusia, cada una de las cuales se asegura una zona de influencia. Justo estoy terminando de escribir un libro, Geopolítica al desnudo: el vértigo del vacío, donde hablo de cómo hemos llegado al orden internacional actual. El resultante de 1945 ha caído y vamos hacia uno nuevo que tiende hacia la multipolaridad, donde se produce una fragmentación y una polarización. Esto dificulta que los países establezcan un conjunto de normas asumibles por todos. Por lo tanto, vamos hacia un reparto del mundo entre las grandes potencias.