Begoña Arana (La Línea de la Concepción, 1985) está al frente de Betania, una asociación laica e independiente que funciona como una suerte de hogar para personas con problemas sociales graves, como el sinhogarismo, la trata o la violencia de género. 

Lleva 13 años dirigiendo esta entidad que ya es toda una referencia en La Línea, pero su historia comenzó mucho antes, cuando era apenas una adolescente y, al darse cuenta de la situación crítica de su municipio, empezó a hacer voluntariado e involucrarse en refugios y albergues de la ciudad gaditana.

Intentaba, como dice, atajar un problema creciente de la localidad: la desigualdad social y los problemas de exclusión. Pero no fue hasta el 2010 que se vio «obligada» a tomar las riendas de su propio destino y del de cientos de personas vulnerables de su ciudad.

Una persona durmiendo en la calle en Barcelona. Kike Rincón / Europa Press

Por aquel entonces, Arana «echaba una mano» en la Casa Chica, un albergue de Cáritas para personas sin hogar ubicado en la localidad gaditana. Un día, cuenta, «llegó el obispo de Cádiz y nos dice que todos los que estaban hospedados allí tenían que irse al albergue de San Fernando, tres noches, y a la cuarta se iban a la calle».

El obispo, insiste, le aseguró que en «La Línea no había problemas sociales» y que «no tenía sentido que hubiese recursos de Cáritas». Fue en ese momento cuando, con el impulso que le dio la rabia y frustración que sentía, el emprendimiento de Arana empezó a tomar forma casi «sin quererlo».

De Gibraltar a la Línea

Ahora, sentada en el recurso que Betania tiene para proteger a víctimas de trata en la provincia de Cádiz, explica a ENCLAVE ODS cómo fueron los inicios de esta organización que cuenta ya con proyectos activos en Andalucía, Canarias, Madrid, País Vasco o Valencia

«La gente no podía quedarse en la calle», insiste. Y por eso, con veintipocos, se lio la manta a la cabeza y cruzó la frontera que separa La Línea del Peñón: «Me pateé Gibraltar hablando con empresarios y organizaciones, intentando encontrar financiación para conseguir un alquiler social». 

«En ese momento, el padre Charlie Azopardi, el cura de San Judas, me dio 4.000 libras para que fuera a una inmobiliaria«, cuenta Arana. Y añade: «Me debió de ver tan descompuesta, tan desesperada, que no se lo pensó». 

Un servicio social más

Al salir de Gibraltar, Arana fue a una inmobiliaria, dijo que su familia venía de visita unos meses y que necesitaba un apartamento, y allí que se trasladó con las personas sin hogar y las víctimas de trata y de violencia de género que estaban a punto de quedarse en la calle. 

«Imagínate la cara de la comunidad de vecinos cuando vieron el ir y venir de gente», admite, sonriendo. Fueron 16 las personas que, durante casi tres meses, entraron y salieron de aquella primera vivienda.

«Eran personas sin hogar, excarceladas, con consumo activo, víctimas de violencia de género, mujeres migrantes recién paridas… un colectivo mixto que representaba la exclusión más severa«, admite. 

Aranda durante una charla.

Aranda durante una charla.

Cedida

Betania

En ese tiempo, Arana se encargó de que no se hablase de otra cosa en La Línea y que su problemática tuviese espacio en los medios locales (y nacionales). «Vamos, que a los dos meses me llamó el obispo de Cádiz para decirme que nos cedían la casita en la que había estado el albergue», indica. 

Pero había trampa: la cesión tenía un valor de 600 euros más IVA mensuales. «Nosotros éramos voluntarios, no teníamos dinero para pagarlo», lamenta. Así que aguantaron un año en esa casa «sin llegar a pagar nunca el alquiler», hasta que en 2012 profesionalizaron la asociación. 

Porque, insiste, «lo que hacemos no es caridad, es profesionalización de un servicio social«. Y todo empezó por no querer dejar en la estacada a todas aquellas personas que «habían recorrido ya un largo camino para recuperarse». 

Ahí, confiesa, «sin quererlo, me hicieron una fiera». Y matiza: «Yo no quería ser una revolucionaria, pero me obligaron«.

Y esa fiereza es la que le llevó a que, ahora, desde Betania ofrezca asistencia humanitaria para las personas migrantes que llegan a las costas andaluzas, una salida a las mujeres víctimas de trata de seres humanos, a las que han tenido que abandonar su hogar por culpa de la violencia o a quienes lo han perdido todo.

Su trabajo en cifras

El trabajo de Arana y su equipo se puede resumir en los cientos de personas a los que han asistido en la más de una década que llevan en marcha. 

Trata de seres humanos y violencia de género. Solo en 2024, 441 mujeres y menores fueron acogidas en un centro residencial de máxima protección. Además, se atendió 700 mujeres en contexto de prostitución. Y se rescataron 64 víctimas de trata. 

Sinhogarismo. En 2024, desde su asociación alojaron a 474 personas sin hogar a las que, además, ofrecen un centro de día.

Intervención en el territorio. Betania cuenta con proyectos de ayuda social para las personas afectadas por los altos índices de pobreza y desempleo de La Línea, entre los que destacan sus programas de escuelas de verano para niños o de ayudas económicas de emergencia social.

Atención humanitaria y protección internacional. El centro ofrece apoyo social, jurídico y psicológico a las personas migrantes que llegan a las costas españolas. Cuentan con 46 plazas disponibles en La Línea y Madrid para personas que necesiten atención humanitaria y otras 50 en La Línea y Sevilla para quienes hayan solicitado protección internacional temporal. 

Empleo y formación. Para que su intervención sea lo más integral posible, también ofrecen itinerarios de capacitación para el empleo. En 2024, 2.335 personas habían sido acompañadas en este aspecto.

La «defensora de los pobres»

Arana, nacida y criada en el seno del barrio de San Bernardo, vive y respira por y para la que ya es su profesión. «Vengo de una familia muy humilde, mi madre es educadora social de protección de menores; mi padre, secretario judicial; y yo soy hija única, y me han educado siempre en valores«. 

Y es que lo suyo es, a fin de cuenta, vocación pura. De ahí que se haya esforzado mucho «muchísimo» en que su proyecto saliera adelante, en buscar financiación pública y privada, en conseguir crecer.

«Imagínate, si en el colegio me llamaban la defensora de los pobres«, recuerda.  Por eso, tal vez, dice que consiguió lo que se propuso casi sin darse cuenta, aunque «con mucho trabajo».

De ser una asociación pequeñita, con media docena de trabajadores, ahora Betania se ha convertido en toda una red con 226 trabajadores.