La serie más adictiva de lo que va de verano ha contado las idas y venidas de la alta sociedad neoyorquina a finales del siglo XIX. La edad dorada (HBO Max) puede parecer un drama de tacitas más, un culebrón de lujo como fue Downton Abbey, de la que es directa heredera —o antecesora en la cronología—. Y es las dos cosas, drama de tacitas y culebrón de lujo, y a mucha honra. Julian Fellowes, creador de la británica y la estadounidense, ha sabido cómo dotar de prestigio a un género que se tiende a mirar por encima del hombro, como si las cosas que le ocurrían a las señoras de bien de antaño fueran menos importantes que las de los vaqueros de Texas o los mafiosos de Londres.
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En La edad dorada no solo hay historias de amor, vestidos, sombreros, bailes y recepciones en grandes salones. Desde el principio, la trama se ha centrado sobre todo en el choque entre aquellos que heredaron de su familia su hueco en la alta sociedad y aquellos que se ganaron su hueco arriba a través del dinero. El enfrentamiento es literal: a un lado de la calle, las hermanas Agnes y Ada (maravillosas Christine Baranski y Cynthia Nixon), que acogen en su casa a su sobrina Marian (Louisa Jacobson); al otro lado, la familia Russell, compuesta por un magnate de los ferrocarriles (Morgan Spector), su ambiciosa esposa (también maravillosa Carrie Coon) y sus hijos Larry (Harry Richardson) y Gladys (Taissa Farmiga). Y luego, un buen puñado de sirvientes en cada casa y varios amigos y rivales que completan un cuadro que muestra el enfrentamiento social que impulsa las tramas. Porque, como ya demostró Jane Austen una y otra vez en sus novelas, si hay algo que mueve al mundo más que el amor es el dinero.
Audra McDonald y Denée Benton, en la tercera temporada de ‘La edad dorada’.
Estrenada en 2022, la serie certificó su lugar entre los títulos de prestigio con la nominación al mejor drama que logró en los Emmy con su segunda temporada (con otras cinco candidaturas: no ganó ninguna). La tercera tanda de episodios, recién terminada, ha demostrado que Fellowes conoce bien las teclas que tiene que tocar y las posibilidades que le ofrece el buen elenco que maneja para generar una historia adictiva siempre in crescendo.
Estos capítulos han tenido más de todo. Sobre todo, más drama: varios romances y crisis amorosas, un matrimonio a la fuerza, muertes repentinas… Ha habido hasta un tiroteo. Parece que aquí no habíamos venido a relajarnos mientras tomamos el té. También ha habido más diversión —nunca pierde de vista que la televisión es entretenimiento, con todas las complicaciones que eso implica— y, sobre todo, mucha más ambición en sus personajes y en la trama.
Christine Baranski, Cynthia Nixon y Carrie Coon, en ‘La edad dorada’.
La historia se ha metido por recovecos interesantes y ha abordado su tema central, la relación entre el amor y el dinero, desde nuevas perspectivas. Como el clasismo dentro de la élite negra a través del personaje de Peggy Scott (interpretada por Denée Benton) y su relación amorosa, que también ha mostrado la discriminación dentro de la comunidad negra hacia las personas de piel más oscura y de pasado esclavo. O como los meandros de la vida de Oscar van Rhijn (Blake Ritson), un hombre gay que oculta su condición a todo el mundo, incluida su familia, y su búsqueda de una forma de encajar en la sociedad de entonces. O la exclusión social que sufrían las mujeres divorciadas en esa capa de la sociedad.
En ese equilibrio entre historias de folletín y tramas con denuncia social, entre las historias de arriba y las de abajo, entre el dinero y el amor, entre personajes con dramas del primer mundo y problemas reales, La edad dorada, ya renovada para una cuarta temporada, se ha reivindicado como una serie ya madura, ha demostrado su fiabilidad y que sabe sacar provecho a sus grandes posibilidades. Envuelta en una producción deslumbrante, con una gran factura visual, ha ganado en profundidad, en dramatismo, en romance y en diversión. Ha apostado por el más es más y ha acertado.