Domingo, 17 de agosto 2025, 21:20
Nacido en Venezuela pero residente en Salamanca, Joaquín Ramírez ha vivido en primera persona los síntomas del chikungunya cuando estaba en su país natal.
«Todo empezó un día por la tarde. Era pequeño, tenía unos trece años. Por las tardes, después del colegio, iba a jugar al tenis y esa tarde, cuando salí de jugar, me empecé a encontrar bastante mal», narra Joaquín, explicando que tenía un dolor corporal muy fuerte, que le afectaba sobre todo a las articulaciones. «Me imaginé que estaría cansado de jugar al tenis o que había hecho algún mal movimiento y me fui a casa a descansar», explica.
La historia de su malestar no terminó ahí. Cuando llegó a casa, se empezó a encontrar aún peor. «Empecé a notarme un malestar más general. Pasé la noche con mucha fiebre y, a la mañana siguiente, ya tenía entre 39 y 40 de fiebre», cuenta, explicando que lo empezó a asociar a una fuerte gripe.
Cuando fueron pasando los días y la fiebre no bajaba, Joaquín fue al médico, sospechando que se trataba de dengue, otra enfermedad transmitida por mosquitos. Finalmente, tras las pruebas pertinentes, se confirmó su diagnóstico: chikungunya.
«Recuerdo que me mandaron un antibiótico y un analgésico, además de baños con agua fría para bajar la fiebre tan alta que tenía. Estuve una semana con mucha fiebre, sin poder moverme de casa», recuerda este joven. «Lo que peor recuerdo es el dolor corporal y cómo estaban mis articulaciones. Lo pasaba realmente mal cuando me tenía que duchar porque tenía la piel muy sensible», explica, contando lo cansado que se encontraba y la pesadez que sentía en su cuerpo.
«No recuerdo exactamente dónde me podría haber picado el mosquito que me contagió. El problema de este tipo de enfermedades es que no se pueden prevenir completamente. Recuerdo que cuando iba al colegio en Venezuela nos decían que teníamos que usar repelentes de mosquitos para intentar no contagiarnos de ningún tipo de enfermedad», cuenta Joaquín.
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