El salto que dio el arte de la mano de Sam Gilliam fue doble: histórico, al romper los límites entre pintura, escultura, arte textil y performance, y físico. Porque su gran aportación fue sentir la necesidad, a mediados de la década de 1960, de sacar el lienzo del bastidor para poder doblarlo sobre sí mismo, drapearlo como las grandes cortinas barrocas y colgarlo de techos o paredes. Ahora, la exposición Sewing fields (Campos de costura), en el Museo de Arte Moderno de Irlanda (IMMA) de Dublín, rescata el recorrido que siguió hasta llegar a esa revolución.
Gilliam junto a su obra ‘Autumn surf’ en el Museo de Arte Moderno de San Francisco Museum en 1973
Arthur ‘Art’ Frisch
Sam Gilliam nació en 1933 en Tupelo, Misisipi –la misma ciudad natal que Elvis Presley–, se educó en Kentucky y pasó toda su vida adulta en Washington, donde falleció en el 2022. Criado en una familia marcada por la creatividad, sintió la llamada del arte desde niño y enfocó hacia él sus estudios, una formación que solo interrumpieron los años de servicio militar. Cuando acabó la carrera universitaria de Bellas Artes, recién casado con Dorothy Butler, que fue la primera reportera afroamericana del The Washington Post, ambos se trasladaron a la capital.
Gilliam había comenzado su carrera con obras figurativas abstractas de un tono oscuro y melancólico, en unos tiempos dominados, sin embargo, por el expresionismo abstracto, con nombres tan destacados como Jackson Pollock y Kenneth Noland. Esta corriente pictórica y su derivada conocida como campos de color (color fields) dominaron el universo creativo norteamericano en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, y a la segunda alude directamente el título de la exposición del IMMA.
Foto de la exposición ‘Sam Gilliam: Sewing Fields’, IMMA, Dublín
Louis Haugh
En Washington, Gilliam orientó su carrera profesional hacia la enseñanza y contactó por primera vez con artistas abstractos que le animaron a reorientar su obra. Primero en la misma capital y luego en repetidas visitas a Nueva York, observó y copió el trabajo de artistas como Thomas Downing, Gene Davis, Morris Louis y el propio Kenneth Noland buscando su expresión artística personal, hasta pasarse por completo a la abstracción.
Las primeras exposiciones de las nuevas obras de Gillian fueron recibidas con dureza por la crítica, algo que, sin embargo, le espoleó a aumentar la experimentación: colocaba los lienzos en el suelo y los encharcaba de pintura para hacerla moverse y mezclarse sobre la tela; los doblaba sobre sí mismos replicando la pintura de una zona del cuadro en otra, jugando con la intención y la casualidad. Así creó la serie Slice, con la que trascendió los presupuestos estéticos de la escuela de campos de color y comenzó a ganar notoriedad.
Las primeras exposiciones de las nuevas obras de Gillian fueron recibidas con dureza por la crítica
La serie de obras Drape, en la que se centra la exposición del IMMA, surgió justo después, en 1967, cuando Gillam pudo instalarse en un estudio en condiciones. Entonces comenzó a colgar los lienzos, que seguía trabajando en el suelo, de clavos o cables suspendidos de las paredes o el techo del estudio cuando aún estaban húmedos, de manera que el resultado final de la obra era producto de un azar en el que también tenía un papel importante el espacio arquitectónico donde se producía la creación.
Gilliam llevó esta técnica a extremos máximos, trabajando con piezas de tamaños colosales que una vez colocadas modifican el espacio arquitectónico que ocupan, lo que le sitúa como un precursor del arte de la instalación y de la performance o el happening. Cosió, recortó, apoyó sus obras, ensayó con algodón, lino, seda, polipropileno, introdujo piedras, metales, caballetes, anticipando los collages que entrarían en su práctica más adelante.
Las primeras exposiciones de las nuevas obras de Gillian fueron recibidas con dureza por la crítica
Louis Haugh
En la década de 1970 Gilliam abandonó la revolucionaria técnica del drapeado, aunque volvió circunstancialmente a ella en varias ocasiones a lo largo de su carrera, por voluntad propia o por encargos puntuales, como Seahorses (Caballitos de mar), seis lienzos monumentales que instaló en el Museo de Arte de Filadelfia en 1975 o la tardía obra que ejecutó en el 2011 para una exposición individual en el Museo de la Universidad Americana.
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La obra posterior de Gilliam no dejó de evolucionar y transitó tanto por la escultura como por la pintura y la performance. Toda su vida adulta lidió con un trastorno bipolar que trató con litio, hasta que en el 2014 cambió de médico y suspendió esa medicación, lo que redundó en un aumento de su producción a la edad de 81 años. Vivió su última etapa creativa con un regreso a la etapa de feliz experimentación de los años sesenta y setenta que se recogen en esta exposición.
‘Sam Gilliam. Sewing fields’. IMMA, Dublín, hasta el 25 de enero del 2026