La primera ministra acusó a la líder del Partido Democrático, Elly Schlein, de «difundir noticias falsas» y de hacerlo «de forma antipatriótica», dañando la imagen del país. Schlein, lejos de recular, devolvió el golpe con cifras en mano: hay menos clientes en los clubes o … establecimientos de playa, precios disparados y familias que, sencillamente, no pueden permitirse las vacaciones.

La chispa saltó a partir de un dato que ha corrido como un reguero de pólvora en la canícula italiana: según asociaciones del sector, este verano algunos ‘lidos’ -los clubes privados que ocupan buena parte del litoral- han perdido hasta un 30% de clientes. Una postal inquietante para un país que convirtió el turismo de sombrilla y tumbona en seña de identidad durante muchas décadas. Lo que parecía impensable -una crisis del turismo de playa en Italia- se ha instalado en las costas, destacan en las últimas semanas los medios italianos. La primera explicación es tan sencilla como preocupante para empresarios y concesionarios: cada vez más italianos han decidido cambiar el mar por la montaña. El calor sofocante y el encarecimiento de una jornada de playa han empujado a muchas familias a buscar refugio en el frescor de los bosques.

La líder de la oposición, Elly Schlein, siempre ágil en redes, usó los datos del menor turismo italiano en las playas para cargar contra la gestión económica de Meloni: «Las playas vacías son la imagen del Gobierno: millones de italianos no toman vacaciones porque no pueden permitírselo». Según la dirigente del PD, los telediarios que muestran terrazas llenas y turistas sonrientes son pura «propaganda» de los directivos nombrados por el Ejecutivo. Meloni contraatacó con un arsenal estadístico. Citó datos del Ministerio del Interior que, asegura, «certifican lo contrario»: en julio, el número de italianos que veranearon en su propio país subió un 1,8% respecto a 2024. Y sacó a relucir un informe de su partido, Hermanos de Italia, elaborado para blindar la narrativa veraniega: 70 millones de llegadas previstas entre junio y septiembre (+7,69% respecto al año pasado) y 15.000 millones de euros en reservas hoteleras. «Considero vergonzoso que, por atacar al Gobierno, cierta oposición dañe la imagen y los intereses de Italia. Quien ama a su nación no la desacredita por conveniencia política. Trabajamos para que sea cada día más fuerte, más atractiva y más orgullosa de sí misma», remató. El cruce de declaraciones encendió a otros. Antonio Misiani, senador del PD, comparó la actitud de Meloni con la de «un político norcoreano». El exprimer ministro Matteo Renzi, con su ironía habitual, recordó que Giorgia Meloni «se ha sacrificado» este verano yendo a Grecia, «después de pasar el anterior en Albania».

El lobby de las playas

Los clubes de playa notan la ausencia de clientela local, que en muchos casos es su principal sostén. Las causas se entrelazan. El sindicato de balnearios habla de un 15% menos de presencias; Altroconsumo denuncia un aumento medio del 34% en los precios de acceso. El problema en Italia es que aproximadamente la mitad de las costas son gestionadas por privados -un auténtico lobby- en concesión del Estado. Por falta de vigilancia, en algunos casos los concesionarios han acotado cada centímetro de arena. Este modelo de concesión ha permitido la privatización de hecho de las costas, aunque sean públicas. En muchas zonas, resulta muy difícil encontrar un tramo libre para bañarse sin pagar sombrilla y tumbona. En ciertas localidades incluso se han construido muros y barreras para impedir el acceso a quien no paga.

En Mondello, a las afueras de Palermo, la indignación estalló cuando un club instaló torniquetes para controlar la entrada, pese a que la ley garantiza el acceso libre a la orilla si uno no ocupa sombrilla. Allí, alquilar un par de tumbonas y una sombrilla puede costar 30 o 40 euros al día. En temporada alta, en ciertas localidades, una familia puede gastar entre 90 y 120euros diarios por una simple sombrilla y dos tumbonas. En algunos casos, las cifras rozan el absurdo: 560 euros al día en el Augustus Hotel de Forte dei Marmi, 515 en la Capanna del Excelsior en el Lido de Venecia, 470 en el Cinque Vele Beach Club del Salento… y el récord de 1.500 euros en la «tienda imperial» del Twiga, en la Versilia -en la región de Toscana-, gestionada por el empresario Flavio Briatore.

Un símbolo en revisión

Para entender la polémica que se ha desatado este verano en Italia, conviene recordar que los ‘lidos’ son mucho más que un negocio: forman parte de la cultura veraniega italiana. Nacieron en el boom económico de los años 50 y 60, cuando la clase media descubrió el ritual de pasar agosto en la misma playa, bajo la misma sombrilla, charlando con los mismos vecinos de toalla. Eran, además, un estatus: tener «puesto fijo» en un club bien considerado significaba que uno había llegado. Ese modelo, sin embargo, empieza a chocar con los hábitos de la generación Z, más dada a improvisar escapadas, buscar calas libres o combinar mar y montaña en el mismo verano. «El mar siempre estará ahí, pero los hábitos están empezando a cambiar, como el agua cuando el viento cambia de dirección», resumía hace poco el diario sardo La Nuova Sardegna.

La guerra del relato

En definitiva, el pulso sobre las playas entre Meloni y Schlein, seguido con interés por los italianos, se libra, en realidad, en dos planos. En el político, es una batalla por el relato: la primera ministra quiere que este verano sea recordado como «de récord» para el turismo, prueba de que la economía aguanta. La oposición busca lo contrario: que quede marcado por el encarecimiento de la vida y la pérdida de poder adquisitivo. En el social, es un espejo de la brecha que se agranda entre quienes pueden costearse vacaciones y quienes no. Según un reciente informe del Istat, cerca de un tercio de las familias italianas declara que no podrá permitirse ni siquiera una semana de descanso fuera de casa en 2025. El dato, que en los 90 rondaba el 18%, lleva años al alza.

Mientras tanto, el Gobierno rechaza intervenir en las tarifas de los ‘lidos’, consideradas por el sector como un asunto privado. Para Schlein, ahí está la prueba de que Meloni «no responde a las familias» y prefiere «la propaganda a las soluciones concretas». En la playa o en el Parlamento, el verano italiano demuestra que, incluso con los pies en remojo, la política nunca se toma vacaciones.