La vida de Ana R. Chaves no ha sido precisamente fácil. Desde niña, sin saberlo, se inició en una depresión que no le diagnosticaron hasta casi a los 30 y con que ha convivido hasta hace relativamente poco, hasta pasados los 60. La vivió, además, en una época en la que no se hablaba de salud mental: “Desde que tengo uso de razón, la depresión siempre ha estado en mi vida. Ya desde niña, sentía una tristeza profunda, un vacío, pero no sabía lo que era, solo pensaba que algo estaba mal en mí. Poco a poco esa tristeza se fue apoderando de mí”.
Ahora, con la depresión, no curada pero sí más controlada, ha decidido contar su historia en Depresión. Luchar o Morir, un libro en el que Ana Chaves, no solo cuenta su vida, sino que pretende dar visibilidad a una enfermedad que aún hoy mucha gente no entiende. “Necesitaba sacar lo que llevaba dentro. Vivía en silencio, con un dolor profundo que nadie entendía, y decidí transformar ese sufrimiento en palabras con el objetivo de que mi historia pueda ayudar a alguien más” asegura convencida.
Su depresión es, como ella misma la describe, “de esas que nacen de dentro”, que producen un “dolor profundo”, un dolor que, por vivir en silencio, fue creciendo con los años y avivado por unas circunstancias nada fáciles, “nací en un pueblo de Cádiz, y con tres años me fui a Gijón. Después, mi padre se fue a Alemania, y cuando yo tenía 12 años, nos llevó con él”, recuerda.
La situación que vivía en casa y la emigración le afectaron, no quería vivir en un país que le era ajeno, y su malestar acrecentó mucho, pero ella no sabía qué tenía derecho a sentirse así, “en mi casa”, recuerda, “como en todas las casas por aquel entonces, todo se barría debajo de la alfombra y el dolor emocional era invisible. Yo ni siquiera sabía que tenía derecho a sentirme mal. Yo no sabía ni lo que era una depresión”.
Al cuidado de sus hermanos desde que era casi una niña, y de su madre después, Ana sentía, aunque no era consciente de ello, que no vivía. Solo el baile y su ilusión de convertirse en artista, y un amor al que la depresión le hizo renunciar, le aliviaban.
Sin embargo, a partir de los 24 años, cuando tuvo que casarse porque estaba embarazada, ya no pudo más, y empeoró, “no he tenido infancia, juventud, no me casé enamorada y todo fue un desastre, porque la depresión te quita las ganas de vivir, no podía hacer cosas tan simples como ducharme o salir a comprar, estaba agotada, vivía en automático… La depresión no es solo tristeza, es parálisis emocional”, una ‘parálisis’ de la que no fue diagnosticada hasta los 28 ni tratada hasta los 30, cuando aún vivía en Alemania, “hasta entonces, solo me decían que lo que tenía eran nervios. Y todo estaba rodeado de estigmas, decir que tenías depresión era como decir que estabas roto. Yo misma tardé mucho en saber lo que me pasaba y aún más a pedir ayuda”, confiesa.
No podía hacer cosas tan simples como ducharme o salir a comprar
50 años después, sigue luchando
La depresión no solo le quitaba las ganas de vivir, también le impidió trabajar durante años. Aun hoy, más recuperada y con 73 años, tiene reconocida un 65% de discapacidad y, aunque no necesita tratamiento como tal, ni va a terapia, sí sigue tomando ansiolíticos, “empecé a vivir cuando salí de la última depresión ya en la vejez, estuve encadenando una con otra más de 35 años. A día de hoy, no me gusta decir que estoy curada, porque la depresión es algo con lo que convives, pero ahora tengo algo de luz y sigo caminando”, asegura esperanzada.
Ha sido precisamente escribir este libro, algo que le ha costado varios años, lo que le ha ayudado a seguir viendo la luz, a tener algo por lo que luchar. Ahora vive sola en Gijón, alejada de su hija, y aunque reconoce que a veces se siente sola, su libro, escribirlo, hablar de él, acudir a charlas, presentaciones… ahora mismo le da la vida. Llegar hasta aquí, no solo le ha costado años, sino ayuda, por eso invita a todo el mundo que piense que puede tener una depresión, a que busque ayuda cuando antes, porque “nunca se sale sola. Yo acudí a terapia y tomé medicación, me permití llorar, romperme, también recaí… pero siempre sin rendirme. Por eso, a la gente que esté pasando por esto, es lo que le recomiendo, porque, aunque no lo vea ahora, hay salida».
También les diría, que su dolor “es real y válido y que cada pequeño paso cuenta, no hay que tener prisa, solo no rendirse”.
Aunque con muchas cicatrices en el alma -como vivir alejada de su hija Rocío- y un dolor enquistado por todo lo que la depresión le ha impedido vivir, Ana hoy por fin puede decir que tiene ganas de vivir y de mirar hacia adelante, “me ayuda pensar que este libro puede servir a otras personas y para que la sociedad entienda que la salud mental es tan importante como la física. Tenemos que aprender a escuchar sin juzgar y a dejar de minimizar el dolor ajeno solo porque no lo entendemos. La depresión no se ve, pero mata en silencio”.