Viernes, 25 de julio 2025, 23:02
| Actualizado 23:20h.
A veces, para que las cosas ocurran, sólo falta reunir a las partes correctas. Como un pasatiempo de esos que hacíamos de niños de seguir los puntos, un Tinder taurino sin inteligencia artificial, sólo con sapiencia humana. El Cid y Victorino Martín hicieron ‘match’ hace mucho tiempo, cuando la carrera del sevillano, ya maduro, no levantaba el vuelo y los grises le dieron el secreto de su zurda. Este viernes ambas partes se reencontraron en su vuelta a Santander, una conjunción mayúscula que propició que Vengativo se entregase para que el de apellido guerrero reventase la feria. Porque sí, queda un festejo, pero mucho hay que torear para superar la faena de Manuel Jesús.
La corrida de Victorino, desigual de peso y a la que de presentación no sobró nada, salvo al segundo que le faltó, fue buena. No extraordinaria, desde luego, que no se empleó en los caballos, pero primero, segundo, quinto y sexto se desplazaron en la muleta, los dos primeros por el derecho, el cuarto dio la vuelta al ruedo y el tercero, más incierto, dejó la duda de si hubiera roto al ser exigido.
En las partidas disputadas hasta el ecuador del festejo había habido una victoria del torero, otra para el toro y la tercera había quedado en tablas. No es que el Cid acabara de romperse con el que abrió plaza, pero experto en la ganadería y en el encaste como es supo dar fiesta un animal con peligro al que costó rematar el muletazo en largo. El sevillano dejó la muleta a medias para aprovechar la intensa embestida del morlaco, que supo en todo momento lo que se dejaba atrás. Perdiendo pasos por momentos, tras apretar algo más en una serie por el derecho el fallo con la espada le impidió arrancar la tarde con mirada positiva.
En el cuarto, Manuel Jesús fue Manuel Jesús. El Cid de sus mejores días, una zurda para gobernarlos a todos que no quiso probar la embestida de Vengativo, un animal bajo, entipado y de juego extraordinario. La res se fue larga, larguísima, en una faena rotunda y redonda por ambos pitones, generada por el izquierdo y sentenciada por el derecho, que dejó claro que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Santander se rindió a un torero mayúsculo, que además tiró de honestidad cuando alguna voz pedía el indulto para el de Victorino. Se tiró con el alma, la espada se enterró algo desprendida sobre la piel gris y las dos orejas de ley para el de luces se sumaron a la vuelta al ruedo para el protagonista de la fiesta. Justos ambos premios y un nombre en el recuerdo, el de Madroñito, indultado por el de Salteras en 2016.
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Ganadería.
Seis toros de Victorino Martín, entipados salvo el quinto, desiguales de presentación y hechuras. Apenas se emplearon en el caballo, aunque llegaron con movilidad y humillación a la muleta. El cuarto, Vengativo, fue premiado con la vuelta al ruedo. -
El Cid.
Estocada contraria y tres descabellos (ovación con saludos) y estocada y aviso (dos orejas). -
Roca Rey.
Pinchazo hondo, pinchazo, media estocada y dos avisos (silencio) y estocada traseray tendida, descabello y dos avisos (ligeros pitos) -
Jarocho.
Estocada (ovación con saludos) y metesaca y estocada (vuelta al ruedo). -
Incidencias.
Plaza de toros de Cuatro Caminos, lleno de no hay billetes en tarde soleada. Presidió el festejo Jesús Javier Plaza, asesorado por Juan Calahorra y Purificación Sáez. El público cantó Santander La Marinera tras la lidia del cuarto.
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Dos series, dos, con intensidad, mano baja y mando le recetó Roca Rey al escaso segundo, que le había perdonado cuando el peruano tropezó con la capa, se quedó boca arriba a merced y el animal pasó por encima sin tocar carne. Desconfiado y despegado durante buena parte de la faena, sólo en el tramo final quiso entenderse con un animal noble que tuvo un potable pitón derecho y que casi se vuelve vivo al corral.
El quinto, más basto y fuera de tipo que sus hermanos, llegó al tramo final sin la emoción del Albaserrada, pero con la movilidad de un Domecq sin maldad. Roca arrancó por el izquierdo, no se entendió con él, varió la tela la diestra, tampoco, y al final la faena se perdió en la nadería en una tarde para olvidar de la figura peruana.
A Jarocho, el tercero le miraba demasiadas veces antes de arrancarse. El burgalés buscó la manera de hacer embestir a un oponente que se murió muy vivo, todas menos la de cruzar la línea en busca de la parte contraria. Pitos para el toro, aplausos para el diestro como premio.
El burgalés tiene un concepto del toreo muy particular, de trazo fino, erguido, casi a la antigua, muy vertical. Esa teorización del toreo tiene la ventaja de, cuando sale, el contorno queda único, pero necesita de un colaborador necesario que en el sexto no se prestó a ello. Pese a ello, sobre la arena, en mejor estado cada día, quedaron muletazos con sentido y gusto que reflejaron el personal sentido de Jarocho.
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