Fue la sensación de la final del Concurso Nacional de Castillos en la Arena que en aquella novena edición de 1967 se celebró en Barcelona. En otras ediciones habían participado como jurados otras personalidades conocidas. Julio Caro Baroja, por ejemplo, asistió a la … prueba de Bilbao en 1959. Pero Salvador Dalí, extravagante y provocador, llamaba la atención allí donde iba y lo hacía conscientemente. «Lo importante es que se hable de Dalí, aunque sea bien», había señalado en una entrevista en ABC ese mismo verano. Cuando el genio del surrealismo llegó aquel 22 de septiembre a la «playa» improvisada en la plaza de Cataluña, con su corbata floreada y su tradicional bastón, una multitud le asaltó a la caza de su autógrafo. «La presencia de Dalí causó un auténtico revuelo», constató la prensa.
Dalí, en la final del Concurso de Castillos de Arena en 1967
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La gran final nacional del Concurso de Castillos en la Arena era uno de los primeros actos de las Fiestas de la Merced y centenares de personas se habían congregado en el corazón de la ciudad condal para ver cómo 26 chicos de otras tantas provincias españolas levantaban fugaces fortalezas armados de cubos y sus palas. Solo una muchacha de Cádiz, María Caridad López, había llegado a esa gala nacional, que ganó José María Lecea, un adolescente catalán alto y espigado de 13 años. Junto a otro joven malagueño y al tercero seleccionado, de Huelva, Lecea viajaría ilusionado a Francia para participar en la final internacional del certamen, como años atrás había hecho su hermano Ignacio.
Desde que ‘Blanco y Negro’ organizara el primer concurso en 1959 en colaboración con varios diarios regionales, miles de adolescentes de entre doce y quince años habían probado sus dotes artísticas como constructores en las playas de toda España. Y lo siguieron haciendo hasta 1974, durante un total de dieciséis veranos, atraídos por los anhelados premios. Comprendían desde bicicletas para los ganadores locales a un viaje a Francia de una semana con estancia en París, para los campeones nacionales. En la playa francesa de La Baule, el diario ‘Le Figaro’ organizaba la fase europea y los tres primeros clasificados recibían, entre otros muchos premios, fabulosos viajes al extranjero.
Fase provincial del concurso en 1965 en Santander. Ignacio de Lecea, junto a sus compañeros internacionales en su viaje a Extremo Oriente y Juan Manuel Padín, en Estados Unidos
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Varios adolescentes españoles disfrutaron de estos codiciados regalos gracias a su habilidad constructora en la arena. Juan Manuel Padín, de Vigo fue el primero en viajar a Estados Unidos y visitar California y Disneylandia. Francisco Javier Franco volvió encantado del Caribe en 1962 y Ruperto Velasco, maravillado de su gira por las islas de Madagascar, Mauricio y Reunión en 1963. En 1964 los resultados desbordaron todas las previsiones: participaron más de 2.000 niños en catorce provincias. El vizcaíno Roberto Orrantia se proclamó campeón y su puesto como subcampeón internacional le dio el pase a un viaje a Brasil. Ignacio de Lecea, el hermano de José María, se alzó con el primer premio el año siguiente en La Baule y realizó un viaje por Extremo Oriente, con visitas en Tokio, Bangkok o Hong Kong. Las crónicas aún mencionan a otra Lecea, de nombre Ana María, que se clasificó para viajar a Francia en 1970.
No fue la única ‘saga’ de familiar que destacó en el arte de hacer castillos de arena. Margarita Morán, una adolescente de 14 años de Valladolid que quedó en tercer lugar en la fase internacional en 1974, decía que su arte le venía «de familia». Sus hermanos Fernando y Ángela también habían concursado en La Baule. El castillo de Margarita, que tuvo que levantar en menos de hora y media, alcanzó 1,40 metros de altura. «El problema es hacer compacta la arena», decía la muchacha, entusiasmada con conocer Texas y Disneylandia o sobrevolar Nueva York en helicóptero. Hubo otros ganadores internacionales como la catalana Eva Moradell o el valenciano Roberto Romero. El último vencedor del concurso patrocinado por ‘Blanco y Negro’ fue Javier Borrajo, de Pontevedra. Aunque cada verano, otros ‘miniconstructores’ siguen destacando en nuestras playas.