Perico y la niebla: una historia que cambió el rumbo de Orbea
Dicen que la niebla confunde, que despista. Pero a Perico Delgado, curiosamente, le iluminó el camino. Y no una vez, sino dos. La primera, en Navacerrada; la segunda, en Luz Ardiden. Dos días marcados por la bruma, la incertidumbre… y la gloria.
Pero para entender lo que pasó en esa mítica cima de los Pirineos en 1985, hay que ir un poco más atrás, a los años en los que Orbea —la histórica marca de bicicletas— no lo tenía nada fácil.
Durante décadas, la empresa pasó por un montón de curvas cerradas. A finales de los 60, con Esteban Orbea (sí, el que fue alcalde de Eibar) al frente, la cosa se torció. La gestión de la tercera generación familiar dejó la fábrica muy tocada y al borde del abismo.
En 1969, con la soga al cuello, los propios trabajadores tomaron una decisión que cambiaría todo: hacerse cargo de la empresa. Imagina el panorama… Una marca con fama de antigua, una competencia feroz (¡hola, BH!), una economía en crisis, empleados mayores y la caja temblando. Pero aún así, se lanzaron al ruedo.
Y poco a poco, con esfuerzo y visión, empezó a clarear el horizonte. En los años 80, ya con la cooperativa funcionando, alguien llamado Peli Egaña tuvo una idea que parecía una locura: “¿Y si montamos un equipo ciclista profesional?”. Quería recuperar el legado de aquellos míticos Orbea de los años 30 y 40, con nombres como Cañardo, Montero o Berrendero.
Dicho y hecho. En 1984, se armó un pequeño pero valiente equipo con dos ciclistas carismáticos al frente: Peio Ruiz Cabestany y el humilde Jokin Mujika. Pero fue en 1985 cuando todo se desató. Ese año ficharon a un tipo que lo cambiaría todo: Pedro Delgado, Perico.
Cuando su padre, Julio Delgado, se enteró del fichaje, dijo algo que quedó para la historia: “Muchas bicis tendrán que vender estos para poder pagar tu sueldo”.
Y no iba desencaminado. Orbea no era aún la gigante reconocida de hoy, pero apostaron por él. Y Perico, por ellos.
Ese único año que pasó Perico en Orbea fue mágico. Cambió la historia de la empresa, y de paso, inspiró a toda una generación.
Primero llegó aquel día mítico en Navacerrada, en plena Vuelta a España. Lo único que quería era ganar la etapa, pero terminó llevándose toda la carrera.
Entre la niebla espesa y una falta total de referencias, Robert Millar, líder por entonces, nunca supo que Perico y Pepe Recio venían como cohetes.
Cuando quiso reaccionar, ya era tarde.
Esa fue la primera niebla.
La segunda llegó poco después, en el Tour de Francia. Etapa reina de los Pirineos, con final en Luz Ardiden.
Otra vez, niebla cerrada. Otra vez, confusión.
Y otra vez, Perico brillando. Mientras nadie tenía claro dónde andaba el colombiano Lucho Herrera, Perico se lanzó desde el Tourmalet hasta la meta, empujado por el trabajo de equipo y su instinto.
Ese día, junto a compañeros como Peio y Pepe del Ramo (sí, el que años después creó Catlike), firmaron una victoria tan simbólica como espectacular. Una de esas que se recuerdan más por lo que te hacen sentir que por lo que dicen las estadísticas.
Después de ese año increíble, Perico se fue a otro equipo. Pero su paso por Orbea fue decisivo. Dio a la marca el empujón que necesitaba para creer en sí misma y dejar atrás los años duros.
Lo curioso es que todo ocurrió entre nieblas. Como si el destino le hubiese puesto un filtro a la historia. Pero en vez de oscurecerla, la iluminó.
Porque sí, la niebla confundirá a muchos… pero a Perico, le mostró el camino.