Alien: Planeta Tierra, de Noah Hawley, es una de las secuelas más ambiciosas de la franquicia Alien, no solo por su primera vez como producto para la televisión, sino por su potencial de crear controversia entre los fans que cada vez miran más con lupa las conexiones de universos que deben respetar el canon establecido. Ambientada en 2120, transcurre solo dos años antes de los acontecimientos de la obra maestra original de Ridley Scott de 1979, así, tendríamos una especie de precuela directa, más o menos respetuosa con la estética de aquella.
Pero, al mismo tiempo, también echa un pulso a décadas de tradición acumulada, y en eso tiene que ver la elección de Hawley para ser el showrunner. La premisa central de la serie, la primera vez que la Tierra se enfrenta a un xenomorfo, afecta ya a la línea temporal establecida, y no nos referimos a que teóricamente las películas de Alien vs Predator han tenido lugar un siglo antes en nuestro planeta, sino en el conocimiento de la especie alienígena por parte de la corporación Weyland-Yutani.
En la Alien original, la directiva de la empresa de recuperar el organismo sugiere un conocimiento previo por informes coloniales o descubrimientos en el espacio más lejano, pero la serie da a entender que esta experiencia previa proviene del encuentro directo en la Tierra, aunque el huevo original de la nave Maginot viene asimismo de una exploración. De alguna manera rompe la magia del plan maquiavélico de Ash en la Nostromo, pero, al menos se eluden deliberadamente las controvertidas precuelas, Prometheus y Alien: Covenant.
Más corporaciones
Nada de la mitología de los Ingenieros y las tramas sobre la modificación genética y, aunque no hay nada específico que tampoco las deniegue explícitamente, sí que queda la idea de un organismo evolucionado de origen misterioso, lovecraftiano, y no creado en un laboratorio por David. Asimismo, también hace una vuelta a la tecnología viejuna, que irónicamente también estaba en Alien: Romulus, la cual sí que se asociaba con los líquidos negros de Covenant. Y esto puede verse como un salto en el canon, o una corrección de curso que seguro que agradecen algunos fans.
Más que un cambio, lo que sí que hace Planeta tierra es ampliar el panorama corporativo más allá del conocido monopolio de Weyland-Yutani, introduciendo nuevas empresas y estructuras de poder, que no contradicen necesariamente el canon existente, sino que añade otras cuatro principales: Lynch, Dynamic, Threshold, y Prodigy. Parte de la gracia de la serie es la competencia de estas, el espionaje y la búsqueda de los preciados xenomorfos por parte de sus agentes, además de la presentación de ciudades creadas por empresas como New Siam.
Quizás lo más llamativo no sean tanto esas modificaciones de lore, sino los cambios temáticos, más cercanos a la ciencia ficción de una serie de Apple que con el terror tradicional de Alien. El mundo de los sintéticos es explorado con ciborgs, híbridos y elementos transhumanistas que sugieren una integración tecnológica que evoca un cambio tonal importante. Del aumento tecnológico, la conciencia digital al control social, hay líneas argumentales que encajan mejor en Black Mirror que en la idea de un survival horror relativo a monstruos del espacio.
Consciente de la posible reacción de los fans, Hawley echa una de cal y otra de arena. La violencia típica de la saga está implementada con un terror parasitario que, como el caso de las corporaciones, también se amplía sin alterar la línea original, incorporando sanguijuelas monstruosas, insectos letales, ojos con tentáculos y equinodermos del infierno. Todo ello va ofreciendo la lógica de los ciclos biológicos donde los humanos encajamos demasiado bien, provocando algunas secuencias de horror corporal espiritualmente conectadas con la original.
Además, la serie mantiene la filosofía de diseño retrofuturista que define la identidad visual del universo, los diseños biomecánicos de los alienígenas clásicos mantienen los conceptos originales de H. R. Giger y, en general, no hay ninguna salida de tono en cuanto al comportamiento de las criaturas, con su sangre de ácido y un potencial letal que parece aún más salvaje que en las originales. Eso sí, su velocidad imparable, si bien ya la vimos en algunas secuelas, sigue pegándose bastante con la sinuosidad de la criatura en la Nostromo.
El estilo de Hawley
Parece que hemos perdido definitivamente en la saga la idea de un depredador en las sombras, camuflado como una mantis religiosa, esperando su momento en silencio. La acción manda. Pero entre tanto ojo por el respeto a las escrituras sagradas, la atención al contexto histórico, la fluidez entre secuelas, los datos y orden dentro de la franquicia, parece que a los fans se le olvida que quien está detrás de las máquinas es Noah Hawley, un autor al que le importa un pepino lo que quiera o no ver la gente, sino que se oiga su propia voz creativa.
Con Hawley, que ha metido ovnis, fantasmas, recreaciones del Mago de Oz y verdugos ancestrales inmortales en su interpretación de un thriller criminal de prestigio como Fargo, o números de vodevil y burlesque en el interior de la mente de un mutante, entre otras tronadas inenarrables de Legion, el menor problema de un fan purista es que la serie ocurra en el año 3000 o 1896, que el alien escupa confeti o que los robots vuelen, sino aceptar las decisiones estéticas y narrativas de un creador capaz de lo inimaginable.
Que use música pop contemporánea o un tema de hard rock para cerrar cada episodio es lo mínimo esperable, las conexiones con Peter Pan y Nunca Jamás, la aparición de películas como La edad de hielo establecen lazos con nuestro presente insólitos en la saga, pero donde se le ve ir sacando la patita es en detalles como el montaje alucinado, los flashbacks anacrónicos, el peinado a lo Amélie de la protagonista, las ideas de comunicación con los alien, o las decisiones de diseño y vestuario tan tendentes a lo estrafalario, que encajan mejor con la excentricidad de Hawley.
A falta de llegar al tramo final, quizá la gran gamberrada del showrunner es titular la serie Alien: Planeta Tierra y que la mayoría de la acción ocurra en laboratorios cerrados e instalaciones hechas en decorados interiores, además de un episodio embotellado en el espacio, lo que empieza a parecer una táctica al estilo de explotaciones italianas como Nueva York bajo el terror de los zombi, en la que la ciudad solo aparecía en una escena inicial y los títulos de crédito. A ver si vamos a ver más aliens en localizaciones exteriores, como el bosque, fábricas y la ciudad, en la vilipendiada Aliens vs. Predator 2.