Es recurrente hablar de las contradicciones internas que atenazan a EH Bildu en su apuesta decidida por gobernar Euskadi a corto plazo. No es fácil … sostener las mismas posiciones como partido con vocación de poder que como fuerza antisistema o de perpetua oposición. Se ha visto con el debate sobre las energías renovables y la instalación de parques eólicos en los montes de Euskadi, a los que la izquierda abertzale históricamente se ha opuesto con virulencia. Se ha puesto de manifiesto también con el debate candente sobre seguridad. Alcaldes de Bildu como la de Ondarroa, Urtza Alkorta, no han tenido más remedio que sacar las uñas ante el hostigamiento a la Policía municipal, encargada de mantener la paz en sus pueblos y directamente dependiente del Consistorio. Un pulso que les enfrenta, por cierto, con GKS y que ejemplifica a la perfección las ‘servidumbres’ de ser partido de gobierno y, por ende, guste más o menos, encargado de mantener el orden.

Pero hay otro debate, más soterrado pese a lo llamativo del asunto, que también coloca a Bildu ante su espejo y le obliga a encarar las contradicciones de representar a todo un pueblo, o ciudad, más allá del catón partidista. Se trata del de los festejos taurinos, en franco declive en las capitales pero con gran predicamento y arraigo histórico en lugares gobernados por la izquierda abertzale, como la sanferminera Pamplona o Azpeitia, de acendrada tradición taurina.

Aunque ha pasado más o menos desapercibido, fue el alcalde de San Sebastián, el jeltzale Eneko Goia, el que puso el dedo en la llaga hace unos días, en plena Aste Nagusia donostiarra, al reprochar a Bildu su «cinismo político» por criticar las corridas de toros en Illumbe «cuando dentro de su casa tiene todavía algunos que no han aprendido». Seguramente, no se trata de tanto de ‘aprender’ sino de que la tradición de la fiesta está también en el ADN de los vascos. Estudiosos del tema como José Letona han argumentado la afirmación, en una extensa tesis publicada en 1983 que sostenía que la lidia a pie hunde sus raíces en el Pirineo vasco-navarro. El mismo autor subraya la antigüedad del toreo vasco y data en el año 1400 el surgimiento de los primeros matadores de toros vascos. No es necesario remontarse tanto: en el siglo XX el histórico dirigente de HBJon Idigoras fue novillero y llegó a pisar la plaza como ‘Chiquito de Amorebieta’.

Para Goia es un acto de demagogia criticar un espectáculo «legal» y promovido por la iniciativa privada en un recinto alquilado por el Ayuntamiento pero, como en Bilbao, fuera del programa oficial de fiestas. Por cierto, que el grupo municipal de Bildu en la capital vizcaína pidió en 2024 rescindir todo contrato público que diera alas «al sufrimiento animal» pero este año ha guardado silencio. En Getxo el Ayuntamiento ha pedido «diálogo» y «consenso» para esquivar, mal que bien, las quejas animalistas sobre la sokamuturra, a la que acuden, sobre todo, los jóvenes. «A mí no me habrán visto nunca presidir una corrida de toros», se jactó Goia en Radio Euskadi, «y en cambio a otros, pues sí».

Se refería, claro está, al alcalde de Pamplona, Joseba Asiron, que se llevó una sonora pitada del tendido el pasado julio, cuando presidió el primer festejo de los Sanfermines. La dimensión transversal y universal de la fiesta pamplonica hace difícil pensar que el alcalde se ausente del coso pero, a la vez, ese alcalde se debe al programa político de las siglas a la que representa. Asiron había dado a entender en una entrevista en los prolegómenos festivos que era partidario de dar alas al debate sobre los encierros y los toros, «lo que tiene que incorporarse y lo que no», y de que los Sanfermines «evolucionen». «Eso sí, nadie va a venir con un decretazo o una firma a prohibir nada», puntualizó, por si las moscas.

Sin cuarta corrida

Al respetable no le gustó la ambigüedad del señor alcalde, como al PNV no le gusta que Bildu le eche en cara allí donde no gobierna lo que tolera en otros lugares donde sí gobierna. Por ejemplo, en Azpeitia, donde la afición por los toros está a otro nivel. En la localidad de la comarca del Urola se concentra la esencia de todo lo antedicho, la lucha interna entre tradición e ideología. La alcaldesa, Nagore Alkorta, no ha acabado, por supuesto, con los toros, pero en junio pasado se opuso a organizar una cuarta corrida en las fiestas de San Ignacio, una propuesta que el PNV local defendía sin ambages, con el argumento del retorno económico de los festejos y de la contribución que la Comisión Taurina de Azpeitia hace a entidades sin ánimo de lucro como Cáritas. La concejala jeltzale Edurne Amparan declaró a ‘El Mundo’: «A muchos de Bildu les gustan los toros. Pero, desde arriba, desde la cúpula no les dejan. Este año nos han recortado las entradas». Su compañero de grupo municipal Antonio Gallarín añadió: «Hay un choque entre lo que les gusta y lo que muestran. Azpeitia es taurina pero mezclan las cosas: ven en los toros un toque españolista».

El microcosmos azpeitiarra es asombroso, de hecho. Los aficionados recibieron a Morante de la Puebla en julio con camisetas de reminiscencias evidentes para quien haya vivido los años de plomo: ‘Morante, Herria Zurekin’. Reafirmaban así su apoyo al diestro estrella del escalafón después de que Naiz le afease, unas semanas antes, su «peineta» a unos aficionados que lanzaban objetos desde el tendido en Pamplona y recordase su amistad con Santiago Abascal y que hubiera posado «fumándose un puro» con el líder de Vox.