Hizo su primera foto cuando tenía unos cinco años, por casualidad, con una cámara de una prima a la que acababa de hacerle de modelo.
Después, «vino un familiar de América con una cámara y me llamaba mucho la atención, la cogía sin que me viese y apretaba el disparador«.
Aquella prima de la infancia le prestó una Kodak Instamatic cuando el fotógrafo vivía en Gijón, para que retratase a los niños de ella durante un paseo. «Hice unas primeras fotos, me salieron bien y ya empezó a atraerme ese mundo mágico de la fotografía, eso de que va a haber algo, inmortalizarlo, plasmarlo».
Tras utilizar puntualmente cámaras de familiares, Domingo Álvarez Pérez, natural de Santibáñez de Vidriales, se fue a la mili, donde ejerció como fotógrafo.
Más tarde, empezó a compaginar su trabajo por las mañanas como funcionario en Correos con su labor por las tardes en un estudio fotográfico del mundo de los toros. Ese estudio era el de Botán.
«El salto de Carabanchel». / Botán | CEDIDA
Allí ha desarrollado su labor como fotógrafo taurino durante casi 40 años, desde 1973 hasta 2010, cuando se jubiló.
Aunque, como reconoce, sigue yendo a los toros para hacer fotos, no ya como obligación ni con responsabilidades. Eso sí, asegura que, durante el invierno, está «deseando que lleguen los toros para seguir el ritmo que has tenido toda tu vida y seguir sintiéndote un poco útil y dejar un legado».
Cornada a Julio Aparicio capturada por el fotógrafo de Santibáñez. / CEDIDA
La plaza de Las Ventas de Madrid ha sido durante más de tres décadas el escenario de fondo en el que Domingo Álvarez ha retratado a cientos de toreros y miles de faenas.
Fotos entre las que destaca la cornada en la boca a Julio Aparicio, por la que le dieron dos premios en Estados Unidos. Álvarez también se siente especialmente orgulloso de otra: «le hice una foto a Antoñete que está considerada como una de las mejores fotografías taurinas que hay y ese día pegó el petardazo mayor del mundo».
Por eso, asegura, la fotografía es «la mayor verdad y la mayor mentira». Y la taurina es «muy muy difícil de hacer».
Morante dedica a Domingo Álvarez una foto que le había hecho. / CEDIDA
«Primero, tienen que gustarte los toros porque, si vas a un sitio en que no te gusta lo que estás viendo, no puedes hacer buenas fotos. Y, segundo, entender un poco»: «Tiene que ser el momento oportuno, la muleta plana, el pitón que no se la toque«, explica y añade: «le puedes hacer un natural buenísimo a un torero, pero un segundo después le ha enganchado la muleta y ese pase lo ha anulado, ya no sirve para nada; sin embargo, en la fotografía, es algo sensacional, y por eso es una gran verdad; en ese segundo ocurrió que le estaba parando, templando y mandando y le has captado eso, pero ya después ni templa ni manda ni para ni nada».
La fotografía en sí es, dice Domingo Álvarez, «que ocurra un hecho, que estés allí y que hagas el clic en ese momento oportuno». Y reivindica la valía de «los antiguos»: «antes, con los carretes, tenías que asegurar el disparo, porque, si no, arruinabas a la empresa».
Tras haber vistos sus fotos varias veces en portadas de «ABC» y pubicadas en otros diarios, incluso, a nivel internacional, y haber logrado varios premios, el zamorano sigue «enganchado» al mundo mágico que lo capturó en su infancia y cuyo Día Mundial se ha conmemorado el 19 de agosto.