¡ÚLTIMA OPORTUNIDAD! Suscríbete por solo 0,75€ al mes a la revista National Geographic. ¡Date prisa!
¡NOVEDAD! Ya disponible la edición especial El cerebro infantil de la colección Los Secretos del Cerebro de National Geographic.
En una época marcada por la fe ciega en el progreso y el desarrollo sin freno, un grupo de científicos del MIT, encabezado por Donella y Dennis Meadows, desafió el espíritu triunfalista de los años 70 con una profecía tan incómoda como visionaria.
Su estudio, The Limits to Growth, encargado por el Club de Roma y publicado en 1972, proponía un modelo sistémico —World3— que integraba variables fundamentales de la dinámica planetaria: población, recursos, industrialización, producción de alimentos y contaminación.
Este enfoque era, para su tiempo, revolucionario. A diferencia de los análisis fragmentados predominantes, World3 conectaba todas las piezas del rompecabezas global y permitía simular distintos futuros posibles.
Su conclusión fue una bofetada para el optimismo tecnocrático: si la humanidad persistía en su lógica de crecimiento continuo y expansión ilimitada, el sistema colapsaría a lo largo del siglo XXI. El modelo situaba ese punto de inflexión alrededor del año 2040.
Se cumplen las predicciones
El informe fue recibido, en su momento, con escepticismo, cuando no con burla. Se lo tachó de alarmista, tecnófobo, incapaz de anticipar innovaciones futuras. Sin embargo, cinco décadas después, nuevas investigaciones han vuelto a poner en el centro del debate aquellas proyecciones olvidadas.
Y lo que muestran es perturbador: las curvas reales de desarrollo económico, consumo y degradación ambiental coinciden, en demasiados puntos, con el escenario de referencia del modelo original.
Ya en 2014, el científico australiano Graham Turner publicó una revisión detallada que comparaba las predicciones del modelo World3 con los datos empíricos disponibles. Su trabajo reveló que las tendencias globales (desde la producción industrial hasta las emisiones contaminantes) no solo seguían la lógica del colapso proyectada en 1972, sino que lo hacían casi con exactitud matemática.
Pero la alarma se encendió de nuevo con fuerza en 2020, cuando la analista Gaya Herrington, entonces ejecutiva en KPMG, publicó un estudio actualizado en el Yale Journal of Industrial Ecology. Su trabajo, realizado como tesis de máster en Harvard, confrontó las proyecciones del MIT con datos contemporáneos en diez indicadores clave: fertilidad, energía, servicios, contaminación, producción agrícola, entre otros.
La conclusión fue tan clara como contundente: el mundo seguía la senda del escenario de referencia, avanzando sin frenos hacia un declive irreversible si no se tomaban medidas estructurales.
Lo que ocurrirá en 2040
Entre 2020 y 2040, el modelo proyectaba un pico de crecimiento seguido por un desplome en cadena de la producción industrial, la oferta alimentaria y, con el tiempo, de la población global. No por una única causa, sino por la convergencia de todas: recursos menguantes, cambio climático, contaminación y agotamiento sistémico.
Con todo, en su sitio oficial, el Club de Roma recalca que el propósito de aquel modelo nunca fue profetizar el apocalipsis, sino ofrecer una herramienta para la toma de decisiones con una mirada holística. La advertencia era clara: existen límites físicos y ecológicos ineludibles, y dependerá de la humanidad si elige un camino hacia la estabilización o se precipita por la pendiente de la crisis.
Ese “otro camino” implicaría abandonar el mito del crecimiento infinito y adoptar una economía regenerativa: estabilizar la población, repartir mejor los recursos, reducir el consumo material y abrazar la circularidad como norma. Pero nada de esto es posible sin una transformación profunda de nuestras estructuras culturales, económicas y políticas.
La década actual es crítica. Según Herrington, el modelo no describe un cataclismo repentino, sino un desgaste progresivo que podría desatar crisis superpuestas: inestabilidad financiera, escasez de alimentos, migraciones masivas y conflictos geopolíticos. El tiempo de prevenirlo no ha desaparecido, pero sí se está acabando. La ventana de oportunidad se cierra a medida que los años pasan sin cambios de rumbo significativos.