Firmó Roca Rey la tarde de su temporada con aplastante rotundidad. Salvaje por ese valor sobrehumano para dictar un toreo de verdadero mandamás frente a dos toros de máxima exigencia en los que jamás volvió la cara. Ya en el patio de cuadrillas se le … afiló el gesto, con el cuchillo entre los dientes cuando pisó la negra arena de Vista Alegre, con un entradón que emocionaba, con ese lleno en las galerías, con los tendidos cuajados de vida en este Bilbao al que atacan taurinamente desde tantos frentes. Atraídos por el peruano, dios de la taquilla, dios de los jóvenes. Qué necesario para la Fiesta el fenómeno Roca: a su reclamo se han encontrado también con otros toreros.
La negra arena grabó de nuevo su nombre. Y no, no fue un triunfo de arrimón y circulares, como algunos preguntaban. Toreó y toreó a dos ejemplares de Victoriano del Río con muchas teclas y que hubiesen puesto el agua en el cuello a más de uno y de dos.
Extraordinario anduvo con Esperón, un animal de seco disparo, con esa tendencia a meterse por dentro, al que planteó una faena de explosiva apertura. Un volcán era Vista Alegre en aquellos imposibles pases del péndulo, en los que el torero ni se inmutaba mientras el tendido erupcionaba. Todo precedido de un silencio sepulcral. Bilbao guardaba un silencio de misa, la que anunciaban –a las siete menos cuarto– las campanas de la iglesia de esa torre hasta la que se alzaba Roca, aplomado y crecido a la vez. Bárbaro, con media muleta a rastras, jugándose las femorales y con el viento incordiando. Tragó muchísimo con un toro al que su poderío tapó defectos, pero que era muy duro de pelar. Andrés desempolvó una pieza de valioso magisterio, de las mejores de su vida, refrendada con una estocada fulminante, pelín desprendida si se tira de prismáticos, escuadra y cartabón… Apoteósica la pañolada para una faena de dos orejas, pero don Matías decidió que era solo de una frente al resto de la plaza.
No le quedó más remedio que enseñar los dos pañuelos de una tacada en el quinto, un encastadísimo Cantaor, un toro de los que piden el carné, un toro para hombres, con dos leños de aúpa. A la puerta de chiqueros se fue a recibirlo el Jaguar en medio de un runrún que impresionaba. Silencioso cuando Andrés se arrodilló y esperó al de Guadalix. Tremendo el susto: si no echa cuerpo a tierra, lo arrolla. Aun así, con el toro por encima, la paliza se la llevó y la acusó en una ostensible cojera. Entonces decidió postrarse de hinojos en un apasionado prólogo con cambiados por la espalda. Bestial su exposición arrodillado y en pie. Cantaor, con su importancia brava y tremendamente fiero, exigía un mando superior. Y Roca fue el generalísimo de estas Corridas Generales bilbaínas. Repetía Cantaor con tan codiciosa movilidad como para sacar el aliento, pero el limeño no se amilanó en una actuación de primerísima figura. Imperó la ligazón y la muleta barriendo el redondel con un victoriano de esos que para Roca Rey resultan idóneos, pese a ser de los que dejan roto el cuerpo después de entregar la vida a carta cabal. Roca, que vio cómo salían hablando del impacto de Miranda en Málaga, llegó a Bilbao a defender su feudo, a imponer su ley de figura. Para elegidos su 21A, para los nacidos para mandar en el toro. Cantaor, con un relámpago en cada embestida, con esos pitones que apuntaban al cielo, desafió con su fiereza constantemente al orden. Roca, puro Oeste sin caballo, sin más compañía que un trapo, se colocó al borde del abismo. Hasta la hora final, la de matar o morir, con un puñetazo en lo alto, mientras Cantaor se tragaba su adiós en una emotiva escena. La muerte se había asomado antes al balcón de Roca Rey, más Roca y Rey que nunca en esta temporada de orgullo herido. Espoleado en su grandiosa tarde con la desigual y complicada victorianada, en la que Cantaor fue premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre para alegría de una señora casa ganadera.
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Plaza de toros de Vista Alegre.
Jueves, 21 de agosto de 2025. Casi lleno. Toros de Victoriano del Río, desiguales dentro de la seriedad y de exigente comportamiento, complicados; el encastado 5º, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre. -
Juan Ortega,
de verde y oro: tres pinchazos y estocada caída (silencio); bajonazo (bronca). -
Roca Rey,
de tabaco y oro: estocada pelín desprendida (aviso y oreja con fuerte petición de la segunda y bronca al presidente); soberbia estocada (dos orejas tras aviso). Sale por la puerta grande. -
Pablo Aguado,
de burdeos y azabache: estocada desprendida (petición y vuelta); pinchazo, media y nueve descabellos (silencio tras aviso).
El lote que más se dejó, dentro de un orden, cayó en la bolita de Pablo Aguado, torerísimo y autor de los momentos más bellos. Increíblemente bellos, como su faena al ralentí, deletreada, a Misterio. Misteriosa su naturalidad, que humedecía los ojos, que trasladaba al edén a la afición. El problema es que aficionados no son tantos y no todos se enteraron de aquello, que tan rara vez se ve, por lo que la petición no cuajó lo suficiente y tuvo que conformarse con la vuelta al ruedo (que también es torera). El serio pero bien hecho sexto traía otro aire, otra calidad; sin embargo, fue un espejismo y, esta vez, el sevillano retomó su fama de pinchaúvas. A Misterio sí lo había cazado.
Frío se mostró el personal con Juan Ortega en su hermoso racimo de verónicas al cambiante primero; de cartel sería el broche por bajo. En el cuarto, alejado de toda bravura, no se dio ninguna coba, abrevió y la bronca estalló. Después vendría la explosión definitiva, la de la marabunta rendida a la inmensidad de la Roca que convulsionó Bilbao.