Variada de condición y hechuras, la corrida de Victoriano del Río trajo dos sobresalientes toros cinqueños. Los dos cayeron en el lote de un Roca … Rey desatado, que terminó saliendo a hombros por la puerta grande. Cortos de manos y bajos de agujas. De nervio temperamental el segundo, que fue toro de arrear. Veleto y descarado, el más ofensivo de la corrida el quinto, que, apenas picado, y luego de amagar con perder las manos, rompió en la muleta con son del caro: prontitud, entrega, recorrido, nobleza. Uno y otro aguantaron faenas copiosas sin perder aliento ni las manos.
Para que esos dos toros rompieran de manera tan boyante fue imprescindible el factor humano, es decir, Roca Rey en versión seria y feliz. Con las concesiones de su repertorio, las que mejor y antes trascienden: los brindis retóricos al público en las dos bazas, en la apertura con cambios por la espalda dejando llegar al segundo toro desde tablas al platillo y librando la suerte por alto casi en el mismo momento de la reunión, y repitiendo la jugada más en breve pero de rodillas en el quinto, que justamente en los medios se dejó ya sentir como lo que iba a ser, un toro muy completo.
A ese quinto se fue a esperarlo a porta gayola, solo que el ataque ciego del toro le obligó a tirarse en plancha y soltar el capote. Por si quedaba alguna duda de la intención, en tablas libró luego la larga de rodillas debida. Y a pies juntos se estiró con gracia antes de varas, que fueron en realidad dos picotazos. No porque pareciera toro frágil, sino porque la voluntad del torero limeño fue tener enteros y crudos tanto este quinto toro como el segundo. Esa decisión fue clave y, además, necesaria: el sentido del toreo de Roca Rey se aviene mucho mejor con el toro de largo carrete que con el que se para, mide o espera.
Soluciones apropiadas
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Bilbao. 4ª de las corridas generales.
Casi lleno. 12.500 almas. Nubes y claros, fresco. Dos horas y treinta y cinco minutos de función. -
Los toreros:
Juan Ortega, silencio y pitos. Roca Rey, una oreja tras aviso y dos orejas. A hombros. Pablo Aguado, vuelta y silencio. -
Los toros:
Seis toros de Victoriano del Río. El quinto, ‘Cantaor’, premiado con la vuelta en el arrastre.
Los guiños al público fueron los mínimos y lo de menos. Las dos faenas fueron de autoridad, firmeza, ajuste y limpieza a partes iguales. Por las dos manos en tandas de llamativa abundancia y de soluciones apropiadas. Se tomó su tiempo Roca con el segundo, con el que, por temperamental, no fue sencillo acoplarse, sino que tocó arriesgar y ayudarse con el estoque para alargar y aliviar el muletazo al natural. Y aguantar impasible las repeticiones sin un solo enganchón. Una última tanda en redondo, despaciosa, fue magistral. Más para el público un final con bernadinas cosidas con trinchera, recorte y desdén mirando al tendido, la gente rendida ya entonces. Los de pecho llevaron la marca personal de Roca. Es su suerte predilecta. La domina como nadie. Patente propia.
Más redonda y seguida, salpicada de improvisaciones, la faena del quinto se vivió en medio del júbilo general. El largo solo de trompeta de ‘En er mundo’, un pasodoble de lujo, puso el fondo musical preciso para que todas las piezas cuadraran. Roca se dejó ir. Frescas las ideas. De nuevo soluciones graciosas: el estatuario ligado con el del desdén o con un cambio por la espalda de última hora, el molinete trazado en la rodilla cosido con el de pecho. Y sobre todas las cosas, la ligazón y la manera de atemperarse con el toro en todos y cada uno de los viajes. A los dos toros los tumbó de estocadas inapelables. En corto y por derecho la del quinto, y el toro de resistió a doblar, casta a borbotones. Vuelta al toro y Roca en una nube, tres orejas y casi cuatro, en una fecha muy relevante.
El torero peruano se llevó un buen susto al recibir a porta gayola al quinto de la tarde.
Protagonismo arrollador de Roca en un espectáculo que giró en torno a él, y a los dos toros de su lote, que fueron los únicos de nota mayor. Pablo Aguado, que toreó como suele con el capote -alta escuela, facilidad, encaje, rumbo-, apuró el noble fondo de un tercero de feas hechuras que no dijo casi nada para armar una faena muy sencilla, sembrada de bellos pasajes y variaciones y lindezas del repertorio sevillano. Sin fuerza, el sexto apenas se tuvo en pie. Ortega cortó por lo sano con el violento cuarto y lo mató de espadazo en el chaleco. El primero de la corrida estuvo amenazando con rajarse enseguida. Laboriosa una faena abierta con buenos doblones y venida pronto a menos.