Llegó por la vía de la sustitución un maestro con medio siglo cumplido en mayo y se puso a hacer el toreo. El de toda la vida. En la gran faena de su vida: por el momento, por esa reivindicación cuando lo habían apartado… … Una faena en la que cabían muchas vidas. Inconmensurable Diego Urdiales, que emocionó a veteranos y jóvenes en el día grande de la feria, con otra entrada extraordinaria en ese Bilbao al que muchos daban por muerto. Bienaventuradas las más de veinte mil pupilas que lo vieron, que lo gozaron, que lloraron, que se emocionaron… ¿Cómo se puede torear así Dios mío? ¿Cómo se pueden echar los vuelos con tanta pureza? ¿Cómo se puede torear tan bárbara y deliciosamente a la vez? «¡Viva la madre que te parió!», gritaban en el tendido. ¡Torero, torero! Y torero cinco décadas más.

La feliz salida a hombros del torero riojano

La feliz salida a hombros del torero riojano

Efe

Qué manera de entender a un manso con temperamento, que no quiso varas y al que ahormó poco a poco en su telas, cogidas por el sitio de la verdad. Todo a favor de Guapetón, cuya embestida sujetó y amasó con sus yemas de alfarero. Roto Urdiales en su verticalidad, en sus maneras sin un solo aspaviento. Todo en pausados versos, con unos naturales de pecho ofrecido, de vuelos y más vuelos, culminados atrás. En la mismísima cadera, donde todo empieza, donde todo acaba. Bramaba Vista Alegre, con la gente en pie. Y con Guapetón respondiendo fenomenalmente, con su buen fondo, al sutil trato. Gigantesca su zocata en la siguiente, con más poso, con aroma a barrica añeja, a la del vino caro, a la del toreo caro. Qué hondo compás el de Diego: si llega a nacer en Triana, se estaría paseando por España en una temporada de escasos contratos. Hasta el molinete desparramaba belleza…

Y Guapetón que se quería ir. Y Diego que quería sentir. Con la pierna adelantada, con esa armonía de reloj de arena, en una pieza que hubiese enamorado al mismísimo Faraón. El espíritu de Camas allí estaba. En esa asolerada faena, inmortalizada sobre la arena negra con luz de torería. Urdiales –¡vaya sitio con la espada!– enterró su tizona, colofón feliz para pasear dos orejas incuestionables del mansito y enclasado Guapetón. ¡Torero, torero! Que volvió a resucitar en Bilbao, su escenario talismán, en una tarde en la que ocupaba la baja de Morante.

Qué toro más tecloso el Bárbaro primero, en el umbral de los seis años. Dueño de un constante tornillazo, no regalaba nada el colorado, a la defensiva por ese poder en el límite, con ese ir y venir asperote, con el que no había que bajar la guardia. En la hombrera y en la cabeza llegó a ponerle su testa al riojano, que hizo un esfuerzo con sabio conocimiento de los terrenos, las distancias y las alturas, con la paradoja de que no se le podía someter demasiado para que no claudicara, pero si no se le dominaba se subía a las barbas… Qué bien lo entendió, sembrado de principio a fin. Fantástico el volapié, en toda la yema. De los que antiguamente valían un premio; sin embargo, no cuajó la petición y dio una vuelta al ruedo mientras aplaudían –¡qué cosas!– a Bárbaro, que le pegó un arreón final con la muerte encima.

Aquella brisa de pureza, una brisa huracanada por esa forma de difuminar el resto del festejo, pesaría luego. ¿Qué se hace después de aquello? Talavante tuvo el gesto de brindar al de Arnedo el quinto, en el que su afarolado recibo tornó las caricias anteriores en marejada. Buenas las hechuras de Almirante, en el que pareció reposarse más tras el repaso de Urdiales. Hasta acabar en las cercanías con unas luquecinas en las que Almirante le pegó un volteretón. A la cara regresó en un arrimón y un desplante a cuerpo limpio. El fulminante acero dio paso a un trofeo.

Tan arreado salió Borja Jiménez con el gran sexto que se aceleró demasiado, sin decir nada entre las voces. Precisamente el de Espartinas le enseñó a Talavante en un antológico quite por chicuelinas –con una media que si llega a venir de La Puebla se están haciendo ya carteles– las bondades del segundo. Comunista se llamaba, al que trazó una faena extensa y sin estructura, rozando la vulgaridad. ¿Dónde está el Talavante de la pureza? ¿Dónde se encuentra ese Alejandro Magno que cautivaba?

  • Coso de Vista Alegre.
    Viernes, 22 de agosto de 2025. Quinta corrida. Más de tres cuartos de entrada. Toros de Garcigrande, cinqueños salvo 3º y 5º, serios dentro de las distintas hechuras y de juego variado, corrida con muchas opciones sin ser facilona; destacaron 4º y 6º; el buen y enclasado 3º se afligió.
  • Diego Urdiales,
    de tabaco rubio y oro: estoconazo (petición y vuelta al ruedo); gran estocada (dos orejas).
  • Alejandro Talavante,
    de pistacho y oro: estocada contraria enhebrada y estocada (silencio tras aviso); gran estocada (oreja).
  • Borja Jimenez,
    de verde esmeralda y oro: pinchazo hondo que profundiza (silencio); pinchazo hondo caído (ovación).

Menudo alboroto formó Borja Jiménez en su saludo al tercero. Apasionantísimo y enorme desde la larga cambiada de rodillas en chiqueros. Y otra más en el tercio, cosida a la hondura de su verónica. Y ojo a Náutico, con un galope y una energética embestida, que pareció lastimarse en ese derrape antes de las chicuelinas. ¿O por qué se afligió tan pronto? Jiménez brindó el de Garcigrande a ese público que le había obligado a saludar tras el paseíllo en homenaje al indulto a Tapaboca. De hinojos arrancó el sevillano, pero a la mínima perdía las manos, por lo que la despedida tenía que ser a media alturita. Qué prontitud tenía, con ese cuello de bravo descolgado. De abandono una serie diestra en los medios, de cante grande. Pero este Náutico, que tanto se entregó de salida, se apagó. Y lo que tanto prometía se quedó en apenas nada. El todo lo brindó Urdiales, un torero de 50 tacos, un hombre con el toreo en la palma de la mano.