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Hace poco más de 30 años, en 1992, el escritor británico Tom Sharpe llegaba a Cataluña invitado a un congreso después de casi diez años de silencio literario. Al aterrizar en un rincón de la Costa Brava, encontró un refugio donde volver a escribir y del que decidió hacer su hogar hasta sus últimos días, que llegaron en verano de 2013. No fue el único. Aunque un poco antes de su arribo, durante los años ’60 y ’70, este rincón costero también vio pasear e inspirarse a otros muchos artistas. Entre ellos, Salvador Dalí o Ernest Hemingway, que se dejaron encandilar por su alma marinera y el murmullo del mar, como hizo Truman Capote en una localidad vecina, cuando la Costa Brava aún era un secreto a voces entre ciertos círculos. Y aunque quizá fueron otros los pueblos donde se instalaron, de este guardaron siempre un bello recuerdo. Ahora son quizá futuras eminencias las que también frecuentan sus calles y recorren los mismos rincones que una vez inspiraron a actuales leyendas, aunque por ahora con el título de viajeros.
Y es que, rodeado de vegetación y siempre mirando al mar, este sitio es uno de los tramos más emblemáticos del Camino de Ronda, que se equipara a la belleza de lugares como Pallars Jussà, el pueblo que esconde un secreto bajo sus calles.
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Cargando vídeo: Playas Costa Brava
Pasado marinero
Foto: iStock
El coqueto puerto de la localidad está poblado por llaüts tradicionales.
Entre el escarpado litoral catalán, donde el Mediterráneo moldea la costa y la vegetación arropa las localidades, Llafranc aparece sin estridencias, con un paseo marítimo breve, un par de casas con un gran valor arquitectónico local que miran al mar, y una playa que no necesita ser grande para ser suficiente. Su historia se remonta a siglos atrás, como prueba el dolmen de Can Mina de los Torrents que se encontró en 1964 y que evidencia la presencia de poblaciones en esta zona desde la Edad de Piedra. También fue importante el paso de la cultura romana, que situó a Llafranc como un destacado centro de producción de vino y alfarería. Pero su esencia más relevante siempre residirá en el oficio pesquero, que le otorga el alma marinera que tanto caracteriza a localidades de la Costa Brava.
Más que un pueblo en sí mismo, Llafranch (como se escribe en catalán) es una de las pedanías del municipio de Palafrugell, que, junto a Calella de Palafrugell y Tamariu, conforman su frente costero. Viajando entre la tradición y la modernidad, sus casas blancas abocadas al mar arropan la pequeña playa de apenas 350 metros de longitud, que en uno de sus extremos recoge habitualmente un conjunto de barcas de pesca varadas y se acaba abriendo el puerto, mientras que todo el resto está hábilmente preparado para la alta tasa de ocupación que recibe, sobre todo en verano. Además, es una de las playas de Cataluña que goza de la distinción de Bandera Azul.
Pasear entre bojes
Los jardines del sur de Francia suspendidos sobre un acantilado
En un sector donde el río Dordoña describe una curva, desde un promontorio rocoso se despliegan unos jardines de 22 hectáreas creados bajo el romanticismo de fines del siglo XIX.
Una parada del Camino de Ronda
Foto: Shutterstock
Resiguiendo el litoral, desde Calella de Palafrugell se inicia un tramo del Camí de Ronda de apenas nueve kilómetros que se realiza en dos horas, y que tiene como objetivo llegar a Tamariu. Partiendo desde la pausada localidad en dirección norte, las indicaciones conducen hasta Llafranch, donde el Faro de San Sebastià, construido en el siglo XIX e incluido dentro del Conjunto Monumental de Sant Sebastià de la Guarda, ofrece una de las mejores panorámicas de la Costa Brava.
¡Salud!
Las experiencias más increíbles de las bodegas de la Costa Brava
Más allá de sus playas y pueblos marineros, el litoral de Girona presume de unas bodegas donde la experiencia enoturística va más allá de catar vinos y pasear entre viñedos.
Foto: Shutterstock
Al dejar atrás la pedanía, el camino se vuelve más salvaje y la sencillez del primer tramo se desdibuja para dar paso a sendas más escarpadas y a trechos en los que se tiene que andar por encima de rocas que están en primera línea de mar. Pero el camino tiene su recompensa, y llega un punto en que una pequeña cala casi virgen se deja entrever entre la vegetación. La excepcionalidad de Cala Pedrosa reside en el hecho de que solo se puede llegar hasta ella andando o en barco, cosa que le ha permitido mantener su alma y naturaleza intacta. Al volver a coger el rumbo, en tan solo unos 20 minutos la silueta blanca y azul de Tamariu aparece en el litoral, señalando el final del tramo.