Un cuarto toro cinqueño de Garcigrande, casi 600 kilos, el trapío justo, se llevó puesta una faena de Diego Urdiales de un rigor, una cadencia … y un primor singulares. El toro descolgó antes de varas, se escupió del caballo y apenas sangró, hizo amago de escarbar, cobró un estrellón contra las tablas al salir disparado del primer muletazo de tanteo y pareció rebrincarse en el muletazo en redondo que, al borde de la segunda raya, abrió formalmente la faena. Solo en el segundo muletazo lo tuvo Diego metido en el engaño. En la segunda tanda, de cinco ligados, la figura compuesta sin esfuerzo, descolgado de hombros, llamativamente sereno, posado en la arena, trazó Diego el toreo dibujado de compás, traído ya entonces el toro por los vuelos.

Solo fue el principio de una faena que, sin más ruido que el de su propia música, iba a convertirse en una sinfonía. No eligió la banda el pasodoble adecuado para la ocasión. Una ‘España Cañí’ impropia que algunos palmearon mientras el trasteo, de una suavidad formidable, ganaba cuerpo y carácter. Después de tres tandas en redondo, Diego se echó la muleta a la izquierda y por esa mano llegaron los mayores prodigios. En una primera tanda de seis cobrados por los vuelos como si la muleta no pesara y ella sola acariciara, el toro hizo un amago de rajarse. Lo sujetó Diego y repitió tanda. A pulso, a placer.

El toro, enroscado en todas las bazas sin violencia. Se puso de pie mucha gente. Hasta el último muletazo de igualada estuvo Diego acompasando las embestidas. En un mínimo terreno casi entera la faena que Diego cortó cuando sintió que el toro iba a pedir la muerte. Cobrada a ley, una estocada ligeramente contraria y no fulminante, como parecía pedir el guion. Solo que cuando dobló el toro, Diego se descaró con un gesto delicado frente al testuz. Un suspiro hondo. Sabría mejor que nadie que la faena había sido una obra maestra. Para pasarla en las escuelas taurinas. A hombros por la puerta grande.

  • Bilbao. 5ª de las Corridas Generales.
    12.500 almas. Soleado, templado. Dos horas y media de función.

  • Los toreros.
    Diego Urdiales, que sustituyó a Morante, vuelta y dos orejas. Talavante, silencio tras aviso y una oreja. Borja Jiménez, silencio en los dos.

  • Los toros.
    Seis toros de Garcigrande (Justo Hernández).

Se eligió a Urdiales para sustituir a Morante, que era el reclamo. Y tal vez fuera lo más difícil hacer olvidar a Morante, aunque los registros tuvieran no poco en común. Por ejemplo, la soltura y la calma. O la exposición y la seguridad. Del son en que vino a Bilbao Diego hubo muestra probada en la faena de un primer toro corto de cuello que salió con pies, no se empleó en el caballo y se movió pronto y sin desmayo, la cara a media altura, belicoso, algún taponazo que otro, desganado por la izquierda. Diego le dio trato suave, lo llevó cosido al engaño en la media altura, le ligó tres tandas templadas, y no se sabe cómo le pegó una soberbia tanda de naturales rematados en la cadera de mérito y logro mayores. Una estocada extraordinaria.

Estocada al volapié de Diego Urdiales que corroboró su triunfo ayer en Bilbao.

Estocada al volapié de Diego Urdiales que corroboró su triunfo ayer en Bilbao.

Manu Cecilio

La calidad de esa primera faena no tuvo el eco debido. Por ser el primer toro o porque a priori el protagonista era Borja Jiménez después del indulto del pasado miércoles. Lo sacaron a saludar después del paseíllo. Una ovación de clamor. Y hasta ahí el reconocimiento. Luego una notoria pérdida de tensión apenas rota para subrayar los gestos temerarios: a porta gayola con los dos toros, una larga afarolada en tablas con el tercer toro, una apertura de rodillas en los medios y de largo, guiños cómplices, los remates de desdén mirando al tendido… Pero tanto en el tercer toro como el sexto, que fue en la muleta boyante, pesó el sello que Urdiales le había puesto a la corrida. Las comparaciones fueron inevitables. Bullidor con el capote, tesonero con la muleta, demasiado agresivo con un tercero que pedía sosiego y encimista con el sexto que pedía distancia.

Talavante no se puso con un segundo de corrida de poco fuelle y se perdió en fruslerías. Dos molinetes ligados con el de pecho levantaron un clamor. Pero no pasó nada. Lo atravesó con la espada. Aparatoso en el recibo del quinto por faroles, se puso de rodillas para malmanejar el poder del quinto toro, lastimado y descaderado pero con vida suficiente. Una faena asfixiante entre pitones, con voltereta incluida, desplantes de todas las marcas y una estocada.