Plazas de toros de España: 

con vuestras arenas sueño, 

con vuestras arenas llenas 

de mil gloriosos recuerdos… 

 Rafael Duyos 

Los toros.
«El toreo a pie es al arte lo que la División Azul fue a la guerra: dos modos españoles de tentar la muerte y encontrarse a uno mismo»

-Los toros, los toros hijo mío, no son un deporte, son una fiesta bárbara -afirmaba Rocky. 

 

-Ya, y dos tipos en calzoncillos, que se meten entre unas cuerdas a darse de hostias, ¿qué son? Olímpicos, no te jode -le contesta el Moro a nuestro buen barbero, el del Frontón Madrid, enamorado de su puente de Brooklyn y del Madison Square Garden. 

 

Y vaya, que han pasado ya varias décadas desde que José Luis Garci rodara El Crack y lo que en esa escena de la película podría ser controversia entre una y otra afición hoy no hay tal, porque el noble arte del boxeo y el arte de Cúchares se dan la mano y compiten, denostados en la actualidad, por llevarse el trofeo de las más retrógradas costumbres, de las más salvajes pulsiones ibéricas. Vamos, que lo que se lleva es el “fúrgol” (que diría doña Carmen Álvarez) y el puterío (con perdón) televisados. 

 

No soy aficionado al boxeo. Pero de tragarme un combate lo haría a lo grande, viendo pelear a dos titanes y sudar a un entrenador como Clint Eastwood. Nada de esas mamarrachadas circenses que se ven en algunas cadenas, de gentes disfrazadas como superhéroes de cómic. Algo más de afición tengo al toreo y de igual modo huyo de los espectáculos lúdico-taurinos: el toro embolado, el toro de fuego, los bous al carrer o a la mar, por poner unos ejemplos. Fíjense ustedes que no me entusiasman siquiera las corridas de rejones y sólo vibro cuando hay, al menos, una buena novillada. 

 

El toreo a pie es al arte lo que la División Azul fue a la guerra: dos modos españoles de tentar la muerte y encontrarse a uno mismo aunque a nadie le guste morir. Pasó el tiempo de los divisionarios, que buscaron en Rusia la última gran batalla por el ideal, por un modo de ser que consideraron que había que defender aun al precio de su sangre. Fue “la última vez que España entró en Europa con dignidad”, como escribió Fernando Sánchez Dragó, escritor taurino y autor de Volapié. Toros y tauromagia, editado en 1987 por Espasa-Calpe. Pero si el tiempo de los soldados ya fue, el tiempo de los toreros todavía no ha pasado; porque en ese baile sublime con el animal (el más bello, el más respetable) sólo juegan el hombre y el toro y en última instancia en el ruedo nada se defiende como no sea la propia existencia de la fiesta. La guerra es un hecho colectivo que suma individualidades, mientras que la tauromaquia es un hecho individual que busca la emoción colectiva. 

 

Lo cierto es que resulta pretencioso querer escribir de toros sin ser un entendido. Por eso esta columna no entra en esos terrenos que no me llevarían más que a recibir unas buenas cornadas. Sólo espero que la tauromaquia, al menos, me entienda algo a mí. Y me permita asistir en estas tardes, casi noches de verano, a unas corridas sin tener que empeñar el colchón, como se decía antes de ciertos aficionados extremos. Para ello salen en nuestro auxilio las diferentes televisiones autonómicas (mire usted por dónde uno tiene que hacerse, en este punto, defensor a capote y estoque de las Autonomías). Televisiones autonómicas, digo, como la andaluza Canal Sur o la de Castilla la Nueva, ahora de la Mancha. (Me perdonarán ustedes, pero no puedo con esto: sigo hablando de Castilla la Vieja, cuyo puerto es Santander, y de Castilla la Nueva, que incluye Madrid.) 

 

¿Qué nos parece el clasicismo de Emilio de Justo en La Línea de la Concepción lidiando unos victorinos? ¿Somos partidarios de corridas temáticas, como la reciente “magallánica” desde Sanlúcar de Barrameda? Allí Pepe Moral dominó a los miuras. ¿Nos asomaremos hoy a la plaza, humilde, de Tarazona de la Mancha, donde se prevé que entre Antonio Ferrera, Miguel Ángel Perera y Molina maten seis toros, seis? ¿Por qué dos toros de Victoriano del Río pudieron haber matado a David de Miranda el martes pasado en La Malagueta? ¿Y por qué buscando su muerte encontró la gloria terrena? 

 

Quizá sólo nos importe en todo ello descubrir la verdad de la lucha, la verdad del arte y la verdad de la poesía. Y por favor, señores comentaristas: algunos de ustedes no dejan de hablar y hablar como si los toros se pudieran retransmitir cual partido de fúrgol, y encima con “ese tonito”, como dijo muy bien la diputada canaria Ana Oramas. El fúrgol, ese deporte bárbaro importado de Inglaterra (y si no se inventó allí, adjudicado queda). 

 

 

 

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