«Esto no es una cuestión de ser mejor o peor. Es una historia de acoso continuado por parte de algunos seguidores de
@bunburyoficial. Con insultos bastante misóginos y chungos y también amenazas. Todo en base a una historia que alguien se inventó. Basta ya!». El pasado 15 de agosto, el emblemático grupo musical Amaral escribía este breve pero contundente texto en respuesta un tuit en el que un usuario volvía a traer al timeline algo que para algunos sonará a vieja polémica. Un rumor que el boca a boca y después las redes sociales magnificaron dando lugar a una fuente de odio, como todavía se atestigua, inagotable.
Desde hace 20 años la vocalista de la banda, Eva Amaral, ha tenido que soportar todo tipo de comentarios y hostigamientos por parte de personas que daban por hecho que el cantante Enrique Bunbury le había escrito una canción donde no se decían precisamente palabras bonitas sobre la persona de la que hablaba. Puta desagradecida, se titula el tema. Algo que, por otra parte, el exvocalista de Héroes del silencio tampoco había desmentido, al menos no con tanto ahínco como hasta hace pocos días. «Hartazgo grande de tanto ataque machista. Igual este hombre debería haber parado esto hace tiempo«, expresó la cuenta oficial de Amaral en otro tuit.
La supuesta enemistad (conviene no perder de vista que solo ellos saben qué tipo de relación mantienen realmente) en la que se han basado y justificado el bombardeo de mensajes que ha recibido el dúo Amaral, en particular Eva (para variar), se remonta a la gira que Bob Dylan dio por España en 2004. El guitarrista, Juan Aguirre, sufrió una lesión en la mano y Amaral terminó abriendo los conciertos que quedaban de Dylan en solitario.
Lo que podía haberse quedado en una anécdota dio lugar a la comidilla sobre la cual se ha edificado todo el odio, ataques y amenazas que vinieron después. En ese momento, se extendió el bulo de que a Bunbury le debió suscitar tanta rabia, frustración o lo que fuere por no haber sido él mismo quien actuara como telonero de Dylan que compuso la mencionada canción a su paisana. Algo que, de haber sucedido así, tampoco debería acarrear demasiada sorpresa. No sería ni la primera vez ni, seguramente, la última que artistas de diferentes ámbitos incluyen en sus obras pullitas o tiran beef a personas que no soportan, que les han herido o a quienes, directamente, profesan una envidia e inquina más o menos razonada. Todos estos rifirrafes, en realidad, no son el fondo del asunto.
Aquí la cuestión que nos atiene es, en primer lugar, que el pasado 19 de agosto Bunbury finalmente sí que dio una explicación de lo que realmente había sucedido y nada tenía que ver con las presuposiciones que se habían elucubrado. En segundo lugar, que Amaral ha quedado conforme con dicha explicación, tal y como han escrito en sus redes sociales y ha podido confirmar Público. Y, en tercera instancia, que el propio solista, consciente del bombardeo de mensajes execrables que ha soportado el dúo, ha pedido respeto.
Si a estas alturas el amplio comunicado de Bunbury pondrá fin a tanto acoso es un devenir que no se puede anticipar. De momento, si se echa un vistazo al perfil del grupo se puede observar que los ataques todavía siguen abundando.
Relacionado con este tema¿En qué se sostiene la violencia digital hacia Amaral?
La abogada investigadora y activista feminista Violeta Assiego explica que «al igual que en otros espacios públicos y privados, las mujeres sufren aquí [en el entorno de las redes sociales] formas de acoso y violencia similares, pero en este caso se trata de violencia machista en el ámbito digital«. Debido «al alcance, la viralidad y la exposición constante que permiten las redes sociales, este tipo de violencia –amenazas, desprestigio, estereotipos, mensajes abusivos– tiene un impacto muy grave: afecta a la salud emocional y física, al prestigio profesional, a la identidad personal y a la pertenencia comunitaria». Resulta, en sus palabras, en «una forma intensificada de machismo».
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La letrada advierte, además, que «el machismo está claramente en el centro de estas dinámicas: define los roles, legitima comportamientos violentos y moviliza a grupos que actúan como una «manada» para hostigar». Un modo de proceder que se ensaña particularmente con la mujeres que, como Eva Amaral, cuentan con una visibilidad notable públicamente.
«Es una forma de aleccionamiento sobre cómo deben comportarse las mujeres, qué pueden decir o hacer, y sobre todo qué no. Impone un modelo de mujer sumisa, callada, obediente, que deja espacio únicamente a los hombres», argumenta Assiego. Se trata, en definitiva, de un «correctivo», «se ejerce para castigar a las rebeldes, y se acompaña muchas veces de un disfrute explícito en quienes la perpetran, casi un frenesí». El anonimato y el sentimiento de pertenencia que ello genera a quien infringe este acoso «refuerza», por otro lado, la sensación de «impunidad» y «elimina la culpa».
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La artista feminista Yolanda Domínguez, que ha vivido el acoso en sus propias carnes, sabe que las consecuencias «son devastadoras a nivel personal» para las víctimas «con efectos como el miedo, la ansiedad, el aislamiento, el silenciamiento, daños a su carrera profesional y a su economía… Pero también hay consecuencias a nivel social: el entorno virtual se está quedando sin las voces de las mujeres, generando una única visión del mundo que limita nuestra libertad y nuestras posibilidades«.
Por ello, hablar de este tipo de acoso o agresiones verbales como simples «polémicas», argumenta Violeta Assiego, «banaliza su gravedad» y termina diluyendo la responsabilidad de la cual deberían hacerse cargo tanto las plataformas como la sociedad en su conjunto: «Se le transfiere a ella toda la carga: es ella quien debe responder, defenderse, callar o desaparecer. Y haga lo que haga, será juzgada».
La violencia no es libertad de expresión
Un argumento ya clásico que suelen esgrimir los trols –incluso los reconocidos, como el periodista Juan Soto Ivars–, es el de la libertad de expresión, «pero esa idea no es la realidad», señala Yolanda Domínguez. «Las plataformas están programadas para dar mayor visibilidad a aquellos contenidos que generan mayor atención y participación, que suelen ser los que exponen cuerpos de mujeres y los que generan odio y oleadas de insultos. Lo que vemos no es libertad sino un paisaje artificial completamente filtrado por los algoritmos», expresa la comunicadora feminista: «La ley no indica que esté permitido insultar a las personas con el objetivo de humillarlas y despreciarlas, y sin un contexto de debate ideológico. Ya hay sentencias que así lo manifiestan como la del Tribunal Supremo 1724/2023, del 12 de diciembre».
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Domínguez lamenta que los mensaje más reaccionarios y extremos sean «los que tienen mayor visibilidad». «Un señalador apunta al objetivo y los trols y bots hacen el trabajo sucio (insultos, amenazas, memes, acoso continuado…). La mayoría son perfiles anónimos a los que es imposible identificar y tampoco denunciar», cuestiona. Mientras tanto, las plataformas «no hacen nada» porque ya han confirmado que el odio genera beneficios económicos.
¿Hay solución?
Ambas autoras consideran importante que se desarrolle con la mayor brevedad posible una regulación en el marco nacional y, al menos, europeo que se cumpla. «Las plataformas se deben responsabilizar de lo que ocurre en sus espacios y establecer todas las medidas necesarias para proteger la democracia», propone Domínguez. Violeta Assiego, asimismo, «sabiendo que hay compañeras que saben mucho de este tema, como Laia Serra (abogada de Yolanda Domínguez en el caso de Un Tío Blanco Hetero)», pone la mirada en la prevención: «Es imprescindible una alfabetización digital con enfoque de derechos humanos y perspectiva de género, desde edades tempranas y en todos los ámbitos: educativo, familiar, comunitario».
En todo caso, parece que este tema en concreto ya ha sido más que aclarado (ello no implica una reparación al 100%) y, si así lo consideran los músicos de Amaral, poco más hay que añadir. El dúo se encuentra «muy concentrado» en una gira que está siendo de las más espectaculares y exitosas de su larga carrera.