A principios del pasado mayo tuvo lugar en el Vaticano un simposio internacional para abordar la demencia. Había sido impulsado por el papa Francisco, que había muerto dos semanas antes.
«Se pidió a las organizaciones internacionales de ética, de salud, a los estados, etc. que no perdieran de vista los pilares que sostienen la sanidad: la investigación, la capacitación médica y el sistema asistencial», explica Mercè Boada, que asistió a la cita.
Esta neuróloga, directora médica del ACE Alzheimer Center de Barcelona (uno de los primeros centros en España especializados en atender esta enfermedad), cree que este simbólico congreso no pudo hacerse en mejor momento.
«Tenemos que actuar ya porque hay países que están recortando en ciencia porque la consideran prescindible», cuenta a EL ESPAÑOL. Justo ahora cuando «estamos en un punto de inflexión en el manejo del alzhéimer».
Por eso Boada confía en que «vamos a perderle el miedo a la palabra alzhéimer como ya lo hicimos con la palabra cáncer».
Ese punto de inflexión está marcado por la aprobación de los dos primeros fármacos que han demostrado cambiar el curso de la enfermedad.
Aunque ya habían sido autorizados en otras partes del mundo, en Europa el organismo regulador se había mostrado cauto a la hora de evaluar sus beneficios frente a sus posibles riesgos.
Finalmente, el 15 de abril, la Comisión Europea autorizaba el uso de lecanemab en los países de la Unión, convirtiéndose en el primer fármaco específico para el alzhéimer disponible para sus ciudadanos.
A finales del pasado julio, el segundo de ellos veía cómo se despejaba su camino. La Agencia Europea del Medicamento recomendaba la autorización de donanemab, el paso previo a su aprobación.
Entre medidas, se había producido otro hito al otro lado del océano: la agencia reguladora de EEUU, la FDA (siglas en inglés de Administración de Alimentos y Medicamentos) aprobaba el primer test diagnóstico del alzhéimer que solo necesita un análisis de sangre.
El test mide la presencia en el torrente sanguíneo de dos proteínas relacionadas con la enfermedad, beta amiloide y tau, y puede revolucionar el abordaje de la enfermedad.
Boada lo explica de esta manera. «Cuando yo estudiaba medicina, el cáncer de próstata se diagnosticaba por un tacto rectal, y luego vinieron las ecografías», pero el tumor solía detectarse tarde y, por tanto, tener una alta mortalidad.
Cuando llegó el biomarcador —PSA, que se detecta en la sangre— «el urólogo conseguía diagnosticarlo y, por tanto, operarlo. Ahora, la supervivencia al cáncer de próstata es enorme«.
El test todavía no ha sido aprobado en Europa. Los dos fármacos sí, pero todavía tardarán en llegar a los pacientes: tras su autorización se inicia un proceso de negociación con las compañías farmacéuticas para que la sanidad pública lo financie, y puede tardar entre varios meses y un par de años.
Ambos medicamentos vienen rodeados de polémica. Son los dos primeros en ralentizar la progresión del alzhéimer, sí, pero muchos críticos señalan que no es para todos, su beneficio es pequeño, su precio muy alto y sus posibles reacciones adversas son graves.
No es para todos
Vamos por partes. Tanto lecanemab como donanemab son anticuerpos monoclonales, fármacos de gran complejidad que han dado grandes éxitos en cáncer o enfermedades autoinmunes.
Se administran por infusión intravenosa, lo que implica que los pacientes deben ir al hospital de forma periódica para estar enchufados al gotero durante un rato.
Solo se dirigen a pacientes en fases tempranas de la enfermedad: se calcula que en torno al 15%-20% de aquellos con alzhéimer podrían beneficiarse. Además, hay que excluir a aquellos que presentan dos copias del gen ApoE4, pues tienen un alto riesgo de efectos secundarios graves.
El aspecto más polémico, con todo, es su eficacia. Estudios previos a la aprobación de lecanemab habían mostrado una ralentización del deterioro cognitivo de un 27% al cabo de año y medio, pero esto solo implica una diferencia de medio punto en una escala de 18.
Con precio en EEUU superior 25.000 dólares anuales, no parece especialmente rentable.
Donanemab muestra una eficacia algo mayor, pero tanto este como lecanemab tienen un riesgo de efectos secundarios graves relacionados con microhemorragias cerebrales. De ahí la reticencia que mantuvo la EMA a aprobarlos en un principio.
Mercè Boada es consciente de que estos fármacos no son la panacea, pero los defiende. «Nunca habíamos enlentecido la enfermedad. Si puedo ir más despacio en la enfermedad, mi calidad de vida, mi autonomía, será enorme porque no dependeré de otros».
Lo más importante para ella es que los especialistas puedan aprender a manejarlos porque son distintos a lo que había hasta ahora pero son la avanzadilla de los que irán llegando, cada vez mejores.
«Hemos de tomar el riesgo de ponerlos sobre la mesa, de aprender de ellos. La medicina ha de errar y rectificar para conocer e innovar, y poder ofrecer lo mejor para los pacientes».
Similar opinión comparte Miguel Medina, director científico adjunto de Ciberned, el Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Neurodegenerativas, que coordina los esfuerzos de investigación de decenas de grupos e institutos públicos.
«Estos fármacos van a marcar un punto de inflexión muy importante porque abren la puerta a otros: es la primera vez que tenemos medicamentos que modifican la enfermedad».
Lo que preocupa al neurólogo es otra cosa: «Es muy posible que el acceso a estos fármacos no sea todo lo universal que debería. Y no se trata solo de los costes: su manejo requiere recursos de asistencia sanitaria que no están accesibles para toda la población».
Una vez más, la salud depende del código postal. «No todos los pacientes tienen un hospital relativamente cercano con capacidad para hacer infusiones intravenosas cada dos semanas, con aparatos de resonancia disponibles en cualquier momento, la capacidad para hacer PET de amiloide…»
Por eso,»es muy posible que, en cuanto la Aemps (la Agencia Española del Medicamento) apruebe estos fármacos, haya una primera fase en que una población más o menos importante no pueda acceder a ellos».
Respecto al tests diagnóstico basado en un análisis de sangre, Medina opina que, «cualitativamente, no va a cambiar nada», pero ofrece una alternativa «mucho más barata y menos invasiva para el paciente».
«Solo habrá que extraer una muestra de sangre al paciente, sin necesidad de punción lumbar o un PET porque no todos los hospitales los tienen disponibles. Pero el test por sí solo no tiene valor diagnóstico, es un complemento a la evaluación clínica del neurólogo».
Para Boada, el test implica acelerar el diagnóstico como nunca antes. «Cuando la gente mayor se queja de su memoria, los médicos le dicen que es normal perderla. Los pacientes tardan tres años de media en llegar a una unidad especializada».
El test permitiría poder aclarar antes si una «demencia de tipo alzhéimer» puede derivar en la enfermedad de alzhéimer propiamente dicha y, combinado con los nuevos tratamientos, «ofrecer muchos más años de calidad de vida aunque tenga este diagnóstico».
Boada y Medina son conscientes de que están al inicio de este cambio de paradigma en el alzhéimer y todavía falta tiempo para observar los cambios que se avecinan.
«A largo plazo, casi todos estamos de acuerdo en que para tener tratamientos eficaces usaremos terapias combinadas, que vayan dirigidas a varias dianas», comenta el director científico adjunto del Ciberned.
Medina vislumbra un panorama futuro para el alzhéimer con un mayor conocimiento de «las bases moleculares de la enfermedad y sus causas primarias. Seguramente, es multicausal y avanzaremos mucho en una batería de dianas terapéuticas que se está explorando ya».
Boada, por su parte, apunta a un diagnóstico «cada vez más precoz» y a una mayor participación del paciente, «de su percepción personal, que tome decisiones propias, y esto va a hacer que mejore la cultura médica de la ciudadanía».
Reconoce que las enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer son un reto para los médicos, «que nos han formado para curar, para reponer la situación de inicio». Pero se pregunta: «¿Llegaremos a curar las demencias? Soy optimista, yo creo que sí».