Francisco Cepeda Nistal podría haber pasado a la historia ya simplemente por correr el Tour de Francia de 1930, el primero que se disputó por selecciones nacionales. Lo hizo junto a Vicente Trueba, que luego sería rey de la montaña, y acabó en una meritoria vigésima séptima posición. Las cosas se fueron complicando. Fue al año siguiente el único seleccionado en un país que había cambiado la monarquía por la república para dar pie a situaciones que rozaron lo tragicómico hasta padecer una serie de calamidades que lo obligaron a retirarse. Probó el sabor de la injusticia cuando se vio descalificado en la primera etapa de la edición de 1933. Llegó a colgar la bici para retomarla y competir en 1935. Y ahí se cruzó la tragedia y pasó a la historia negra como el primer fallecido en carretera en la ronda gala. Sus apellidos delatan su raigambre leonesa. Y ahora que acaban de cumplirse 90 años del suceso, en el pueblo de sus padres, San Justo de la Vega, recuerdan un maillot ensangrentado, trofeos, una bicicleta, un álbum de fotos, cartas y una muchachita que lloraba desconsolada su muerte.
Cien años de la odisea de Victorino Otero en el Tour de Francia: etapas de casi 500 kilómetros, 1.500 pesetas y 24 tubulares
El Tour de Francia, el considerado como el tercer evento deportivo más importante del planeta tras los Juegos Olímpicos y el Mundial de fútbol, es una fábrica de mitos y leyendas. Pasaron años hasta descifrarse el significado de la foto de Gino Bartali y Fausto Coppi, el misterio sobre quién le dio el bidón a quién subiendo las cuestas del Telegraph, un elemento interpuesto entre las dos Italias: la conservadora y campesina de Bartali o la progresista y urbana de Coppi. Y ahora que va camino de encumbrar al esloveno Tadej Pogacar como el más grande, se acumulan los aniversarios con acento leonés. Si el pasado 2024 fue el del centenario de la edición en la que el berciano de San Andrés de las Puentes (Torre del Bierzo) Victorino Otero se convirtiera en el tercer español en acabar la prueba, en este 2025 se cumplen 90 años de la muerte de Paco Cepeda (ambos llegaron a coincidir en alguna prueba en los años veinte). Y hay sombras que no acaban de despejarse del todo en torno a las circunstancias de su fallecimiento, resultado de una caída camino de Grenoble tras haber superado colosos como el Galibier.
“Yo nunca quise que fuera (ciclista profesional). Se lo repetía a cada momento. ¡Te vas a matar! ¡Te vas a matar!”, dice a la publicación Estampa apenas unos días después de la muerte de Paco su padre, Agustín Cepeda Cordero, nacido y fallecido en San Justo de la Vega, casado con Tomasa Nistal Abad, nacida en Astorga y muerta en San Justo. El matrimonio había emigrado a finales del siglo XIX desde este pueblo de la comarca leonesa de la Vega del Tuerto hasta Sopuerta, una villa vizcaína enclavada en las Encartaciones, en plena cuenca minera del hierro. La familia, que va creciendo con hasta seis hijos, tiene ultramarinos, sucursal del Banco Vizcaya y un coche que funciona como taxi. Sin excesos, la vida parece sonreírle.
“¡Qué exposición a matarse!”, escribe, parece que como dialogando en la distancia del tiempo y el espacio con su padre, el propio Francisco Cepeda (nacido ya en Sopuerta en 1906 y conocido popularmente como Paco o incluso Paquillo, apodado en el pelotón como el Negro) durante el Tour de 1931. “Mas, con todos sus encantos”, relata el ciclista en una colaboración a modo de crónica personal de esa edición para el diario deportivo Excelsior, “estos descensos bruscos, peligrosos, en los que parece se atornilla uno en la tierra, exigen mucho cuidado. Un corredor ‘al dirttrack’ puede ganar varios minutos de ventaja en la bajada. ¡Qué exposición a la muerte! Por aquello del refrán español: ‘Los últimos serán los primeros’, yo desciendo, prudente, prudente, en la seguridad de que, una vez en el abismo, no ocuparé mala posición”.
Mas, con todos sus encantos estos descensos bruscos, peligrosos, en los que parece se atornilla uno en la tierra, exigen mucho cuidado
Francisco Cepeda Nistal
— Escrito del ciclista publicado por el diario ‘Excelsior’ en 1931
Para cuando escribe estas líneas, Paco Cepeda afronta ya su segundo Tour de Francia, quizás el más rocambolesco (del primero, en 1930, se conserva un vídeo que se incluye entre estas líneas en el que se reconoce a Cepeda, sonriendo, en el medio de la fila del equipo español a la altura del minuto 1:02). A falta de acuerdo económico con otros ciclistas nacionales, es en 1931 el único seleccionado por España. El primer día de la competición espera en el comedor, pero tardan en servirle los platos hasta que hace notar la situación: en el restaurante se disculpan porque estaban esperando a que se sentaran todos sus compañeros seleccionados españoles… El propio país vive en pleno cambio político. La Segunda República se había proclamado en abril de ese 1931, apenas tres meses antes de la carrera, que Cepeda comienza con una equipación con los colores rojo y gualda hasta que la ruta se acerca a la frontera vasca y se hace con otra tricolor, la correspondiente a la nueva bandera. Así lo cuenta el propio ciclista en esas crónicas que acaban tomando forma de parte médico al referir dolores de cabeza, una forunculosis, caídas y unos cólicos que precipitan su retirada antes de llegar a París.
Su participación en el Tour de 1933 resultó casi anecdótica, pero tuvo consecuencias. Fue descalificado tras llegar fuera de control en la primera etapa. Luego, al comprobar cómo otros corredores de más renombre fueron repescados, sufrió una especie de desengaño. Él, que ya en 1927 se había subido al tercer escalón del podio en el Campeonato de España en ruta disputado en Barcelona y que militó en los equipos ciclistas del Athletic Club de Bilbao y el Real Madrid, llegó a abandonar temporalmente la práctica deportiva. Habría que imaginar entonces a su padre respirando aliviado. Pero el caso es que Paco Cepeda regresó al pelotón, justo a tiempo para ser protagonista de otro hito y participar en 1935 en la primera edición de la Vuelta Ciclista a España. “¿Qué miras llevas al volver al ciclismo activo?”, le pregunta entonces el periodista Clemente López-Dóriga. “Las de todo profesional de cualquier oficio: ganar unas pesetas”, responde el ciclista antes de reconocer que su decisión también está relacionada con el Tour. “La Vuelta a Francia ha sido siempre la carrera de mis ilusiones”, añade. Sin saberlo todavía, la carrera gala será también la de su desgracia.
Paco Cepeda afronta el Tour de Francia de 1935 con el buen sabor de boca de su participación en la primera Vuelta a España, que termina en el puesto decimoséptimo. La organización de la grande boucle toma ese año una decisión fatal: la de sustituir en las bicicletas las llantas de madera por otras de duraluminio, material que se recalienta hasta despegarse frecuentemente los tubulares. El 11 de julio se disputa la séptima etapa, Aix-les-Bains-Grenoble, una jornada de alta montaña en los Alpes con paso intermedio por el gigante Galibier y por Lautaret. Hay que imaginarse las llantas padeciendo los frenazos de esos descensos. Pero la tragedia espera ya en terreno llano, en una curva conocida popularmente como la de los castaños, a las puertas de la meta en Grenoble. Cepeda, que marcha en un pequeño grupo, cae y se fractura la base del cráneo. Morirá tres días después. El 14 de julio, fiesta nacional en Francia, España está de luto.
“Decían que le tendieron una emboscada”. Saturnina Abad Miguélez Nina tiene 99 años (cumplirá 100 en septiembre) y una memoria prodigiosa. “El mi Cepedín”, recuerda que le decía su abuela a su primo Agustín Cepeda, el padre del ciclista, que regresó con su esposa y su hija Esperanza ya en torno a mediados del siglo XX a San Justo de la Vega. Mientras el marido de Nina les construía la casa familiar que hoy todavía está en pie haciendo esquina entre la plaza de la Constitución y la calle La Rúa, el matrimonio y su hija se alojaron en la de los suegros de esta mujer que ahora vive en la Residencia Prazadiel de San Justo. ¿Qué recuerda que se dijera sobre la muerte del ciclista? “Aquello fue muy nombrado”, repite Nina, descendiente de maestras, hoy en silla de ruedas.
En el bar Oasis dan pistas sobre otros vínculos familiares, ya indirectos, que perviven en San Justo hasta llegar a casa de Antonia Cordero, viuda de Alfredo García, cuyo padre era primo del ciclista. Los recuerdos son ya lejanos para Antonia. Su hija Inés contacta por teléfono con otra hija, su hermana María Antonia, que cuenta: “Se decía que lo mataron, que algo le habían hecho en la bici o que algo le habían tirado. Mi padre decía aquello con sentimiento”. “Mi suegra hablaba de los trofeos que había ganado”, tercia Antonia Cordero, antes de tomar con Inés el coche hasta casa de Loli Martínez Alonso, vecina de la plaza de la Constitución, a unos metros de la vivienda de los Cepeda-Nistal. “Decían que le habían puesto tachuelas en la carretera”, refiere para recordar también en aquella casa fotos, trofeos (conserva uno en su domicilio) y hasta una corona de pésame. “Lo que yo oí contar es que habían puesto una cuerda”, añade en su despacho del Ayuntamiento de San Justo de la Vega el alcalde, Juan Carlos Rodríguez.
Álvaro Rey Cepeda es sobrino nieto del ciclista, hermano de su abuelo Fernando. Creció oyendo aquella historia y una versión parecida en casa. “Al tío Paco lo mataron porque no querían que ganara”, recuerda por teléfono que decían sus familiares. Él quiso saber más. Y consultó en Grenoble las diligencias judiciales del caso, abierto por un posible homicidio involuntario dado que un testigo dijo que un vehículo había arrollado a Cepeda. La causa se archivó en enero de 1936 al admitir como válidos los testimonios que refrendaban la versión que vinculaba la caída a un brusco desplazamiento lateral producto de que uno de los tubulares se despegara de la llanta. Su propia conclusión es que el accidente se debió a esta circunstancia, sin descartar la hipótesis de un impacto posterior de un coche. “Sigue habiendo algunas sombras”, admite Cepeda antes de apuntar que “no es habitual que se parta la base del cráneo”.
“Por fortuna la lesión no tiene gravedad y en doce días quedará curado”, publica el 13 de julio (dos días después del accidente y uno antes de la muerte) La Gaceta del Norte, de Bilbao, en un recorte aportado por el escritor experto en esa parte de la historia del ciclismo Ángel Neila, quien emparienta esta aparente paradoja con el caso de Alfredo López-Dóriga, un chaval de 16 años de edad que se cayó en 1909 en la vertiente sur de la Cuesta de la Pajosa, cerca de Santander; parecía que se recuperaría y acabó muriendo de un derrame cerebral. Neila, que publicó este año el libro Victorino Otero Alonso «El Soldado». Sufrir y vencerse, no duda en poner calificativos a la edición de 1935 del Tour, una competición ya no tan dura como aquella odisea de 1924 con algunas etapas cercanas a los 500 kilómetros. “Pero fue un caos organizativo. Hubo multitud de accidentes”, sentencia al referir otros graves siniestros, como los sufridos por los corredores Merviel o Jaulou, este último al impactar, mareado por el sol, con un camión cargado de madera que se encontraba incorrectamente orillado en la carretera.
El autor, que ya en 2005 había publicado estos datos en Vicente Trueba. La pulga de Torrelavega: biciografía de un ciclista legendario, subraya la amistad de Cepeda con los hermanos cántabros Trueba: “Tenían mucho trato, de compartir competiciones y entrenamientos. Cuando coincidía, Cepeda se quedaba en casa de los padres de Trueba”. “Cepeda era un buen escalador. Y era un ciclista completo”, abunda Neila. El corredor, alabado en las crónicas de la época por su estilo y su prestancia sobre la bicicleta, tenía otra vida al margen de las carreras en torno a los negocios de la familia: trabajando en la tienda, cobrando letras del banco y usando el taxi. Era juez de paz, lo que da idea de su prestigio en Sopuerta. Y se estaba preparando por correspondencia para ser perito electricista. Hasta que se topó con aquella curva de los castaños.
Muy lejos de Grenoble y 90 años después del suceso, en San Justo de la Vega hay otra coincidencia al preguntar por Paco Cepeda a la población de la zona. Ángel Santiago Ramos cita los trofeos. Y habla de una camiseta del ciclista. Como ya se sabe que el Tour es fuente de leyendas, sugiere que esta última alusión puede ser fruto de la “imaginación” hasta que la contrasta. Y son luego varios vecinos los que hablan de un “maillot ensangrentado”, supuestamente el jersey de la tragedia conservado por la familia en la casa familiar de San Justo. “Eso sería factible”, apunta por teléfono, sin tener más datos al respecto, Álvaro Rey Cepeda. Hay otros testimonios en el pueblo que hablan de una bicicleta, pudiera ser alguna máquina que hubiera pertenecido al ciclista, casi imposible que fuera la del siniestro. Su sobrino nieto conserva parte de una BH verde, presumiblemente la que Cepeda usó en aquella primera Vuelta a España de 1935.
Francisco Cepeda Nistal falleció el 14 de julio de 1935; acaban de cumplirse 90 años. Como el Tour denegó la asistencia por el seguro de la carrera, hubo que tirar de solidaridad. La colonia española en Francia se volcó en ayudar. El Excelsius, la publicación que había tomado el relevo del Excelsior, e Informaciones, el periódico que organizó la primera Vuelta a España, abrieron suscripciones populares. El seleccionador español de la época llegó a pedir a los ciclistas nacionales que se retiraran de la carrera en señal de duelo, pero estos rechazaron la solicitud con el argumento de que seguir en la competición sería la mejor manera de honrar la memoria del difunto.
El francés Adolphe Hélière falleció en 1910, pero en la jornada de descanso; en carretera murieron más tarde el británico Tom Simpson en 1967 y el italiano Fabio Casartelli en 1995
El vasco fue el primer ciclista en fallecer en carretera en el Tour (antes, en 1910, murió, pero en la playa en una jornada de descanso dicen que por un corte de digestión, el francés Adolphe Hélière). Hasta ahora, en la historia más que centenaria de una competición estrenada en 1903, sólo hay que lamentar otros dos decesos: el del británico Tom Simpson en la subida al Mont Ventoux en 1967 (había tomado anfetaminas y alcohol, y sufrió un golpe de calor y una insuficiencia cardíaca, antes de regularizarse los controles antidoping) y el italiano Fabio Casartelli bajando el Portet d’Aspet en 1995 (por graves daños en la cabeza, antes de la obligatoriedad del casco). Un aficionado asturiano, David González, puso en las rampas del Galibier una piedra tallada con una inscripción alusiva y un ramo de flores como homenaje a Paco Cepeda, al que le levantaron un monumento en la que fue casa familiar en Sopuerta y cuyo panteón tiene en las esquinas forma de rueda de bicicleta. Hubo una iniciativa infructuosa de varios colectivos para hacer pasar el Tour de 2023, que partió de tierras vascas, por el entorno de Sopuerta. “Quizás en 2026 hagamos algo”, ha dicho al ser preguntado por si este 90.º aniversario era un buen momento para hacer un homenaje el director de la carrera, Christian Prudhomme, según recoge El País en un reportaje.
Y es que Paco Cepeda es materia ya hasta de un libro alusivo, el que el aficionado inglés Michael Thompson dedicó a su fallecimiento, con el título The final descent. The untold story of the first rider to die in the Tour de France. El protagonista es ese descendiente de San Justo de la Vega, donde los recuerdos sobre su biografía parecen encapsulados en una determinada generación: el escritor natural del pueblo vecino San Román de la Vega, del mismo término municipal, Abel Aparicio, muy aficionado al ciclismo, reconoce no haber oído hasta la fecha ninguna alusión al caso de Cepeda, cuyo hilo familiar más directo prosiguió en San Justo a la muerte de sus padres a mediados del siglo XX con su hermana Esperanza. “Ella luego trabajaba para una sastrería de Astorga”, cita desde la Residencia Prazadiel Nina. “Yo la recuerdo en misa en un reclinatorio”, cuenta Antonia Cordero, antes de que Loli Martínez Alonso afirme que su padre le mandó escribir al entonces príncipe Juan Carlos de Borbón (todavía vivía Francisco Franco) contándole la situación de una mujer, hermana del primer ciclista fallecido en carretera en el Tour, que vivía sola en San Justo. Espe, como la conocían, pasó los últimos años de su vida en una residencia en Astorga.
El último ribete de esta historia casi lo recita como una cantinela Nina. “Una muchachita lloraba en silencio por Cepeda…”, repite al citar el titular del reportaje de Estampa que recoge las reacciones a la muerte del ciclista en su casa de Sopuerta. La “muchachita” es Teresa Nistal, prima de Paco, hasta describir una especie de amor platónico que algunos otros textos periodísticos entroncan con un personaje misterioso. “El domingo, por la mañana, llegó a Grenoble, en avión, una señorita española, que fue directamente al Hospital, preguntando con ansiedad por el estado del herido, pasó a la habitación y sobre la cama dejó un preciso ramo de Flores. La señorita no pudo contener las lágrimas ante el estado de gravedad de Cepeda. Salió del hospital, tomó el avión y no se ha vuelto a saber nada de ella”, publicó, ya el día 19 de julio, La Gaceta del Norte.
“Termino o muero”: el grito agónico de Victorino Otero en el Galibier en el dantesco Tour de Francia de 1924
Los testimonios de Nina y Loli sitúan años más tarde a Teresa en San Justo. Álvaro Rey Cepeda ya había leído esa publicación de La Gaceta, pero hace notar lo inverosímil de que una joven que entonces rondaría los 18 años de edad tomase un avión desde España para ir a Francia. El propio Rey Cepeda, que destaca que hermanos de Paco como su abuelo Fernando y Primitivo fueron ciclistas en el campo aficionado dentro de una familia muy deportista con otros ejemplos en natación o escalada, también relata un episodio que parece sacado de un guion cinematográfico como una postal de Juan de Borbón remitida a la familia del “gran corredor” Francisco Cepeda en la salida del Tour de 1935, la edición que terminó con aquella muerte que dio pie a una historia a la que bien podría aplicarse en parte la mítica frase de la película de John Ford El hombre que mató a Liberty Valance: “Cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda”.