«Si el trato es familiar, la comida buena y el precio razonable, que baje el turismo no duele, porque los mallorquines no fallan». Es la receta de los sabios del sector ante los ya habituales lamentos que este verano se han escuchado entre los restauradores. Los establecimientos enfocados en los residentes resisten con entereza la caída del consumo turístico gracias al escudo que les proporciona su clientela local
Se trata de locales situados en zonas donde el turismo es el centro de todo negocio, pero que no han optado por el camino fácil de rendirse al visitante extranjero y abandonar a la clientela del pueblo. Son restaurantes que no cierran en invierno, donde se habla mayoritariamente en catalán, el trato es agradable, las raciones generosas y los precios razonables.
Alberto Salvà es camarero en Ca’n Lluís, uno de los pocos bares que abre todo el año en Sóller y un punto de encuentro habitual para los vecinos: «No hemos notado la bajada del turismo debido a que la mayor parte de nuestra clientela es local».
«En la restauración nos hemos acostumbrado a años muy buenos y cuando hay una leve bajada, cunde el pánico»
La Vall dels Tarongers ha vuelto a convertirse este verano en el emblema de la saturación turística, con colas kilométricas para acceder al túnel. También ha sido el escenario donde se ha lanzado la voz de alarma por la bajada del gasto de los visitantes extranjeros.
«Este año hemos sido el centro de todo», bromea Salvà. «Hay una masificación enorme en el pueblo, pero eso no repercute en el gasto. Nosotros vivimos de la gente local. En cambio, restaurantes de primera línea del Port nos han dicho que lo están notando mucho».
De más de medio centenar de locales de restauración en Sóller, menos de una decena abre durante el invierno. Ca’n Lluís es uno de ellos. «Nuestra temporada fuerte es en invierno, cuando los demás están cerrados», señala Salvà.
«En la restauración nos hemos acostumbrado a años muy buenos, y cuando hay una leve bajada, cunde el pánico», reflexiona. Aunque no resta valor al turismo —«toda fuente de ingreso es buena»—, deja claro que «los locales son nuestra fuente más grande, no los turistas».
La estrategia está clara: cuidar al cliente que vuelve. «Gano más vendiendo dos cafés con leche que cobrándote 3 euros una vez y no verte más. Es muy fácil perder un cliente, y muy difícil ganarlo», sentencia Salvà.
Y lo corrobora uno de esos fieles clientes, Joan Josep Albiñana, ‘Jota’: «El trato es muy bueno, la comida también, y además te puedes encontrar con amigos».
Residentes en zonas turísticas
La hamburguesa también ha sufrido el mal de la gentrificación. La carne a la parrilla ha elevado su precio hasta el infinito, impulsada por la moda y el añadido de toppings como crema de lotus o mermeladas exóticas.
En este contexto, el D2 se convierte en un oasis de precios razonables para los amantes de los perritos y las hamburguesas. Un refugio económico curioso, precisamente por encontrarse en una zona tan turística como la Colònia de Sant Jordi.
La Hamburguesería D2 es un refugio de mallorquines en una zona tan turística como es la Colònia de Sant Jordi. / Pere Morell
El D2 es, desde hace décadas, la zona de confort de los colonieros. Rodeado de negocios orientados al visitante extranjero, aquí es habitual encontrarse con grupos de familias mallorquinas o niños que pasan las vacaciones en el lugar. La cola de espera puede superar la media hora, pero la gente lo espera dando una vuelta, con la confianza de quien sabe que la espera vale la pena.
«Llevamos muchos años abiertos. No dependemos tanto de la fluctuación del turismo porque estamos dirigidos a los locales», explica Cipri González, metre del local.
«No dependemos tanto de la afluencia del turismo porque estamos dirigidos a los locales»
En invierno, los negocios abiertos en la Colònia se pueden contar con los dedos de una mano. Por eso, D2 también atrae a clientes de Campos, Porreres y Ses Salines. «Los extranjeros pueden venir de pasada, pero son los que menos tenemos; los únicos que tenemos son las familias que llevan veraneando en la zona desde hace décadas», añade.
El movimiento crece con el calendario escolar: «Cuando los niños acaban la escuela, esto siempre está a reventar».
Cipri conoce a la clientela de toda la vida y los saluda con cercanía. En medio de una zona de turismo internacional, el trato sigue siendo genuinamente mallorquín.
Con 42 años de historia, el D2 ha mantenido la esencia: mismo producto, mismo trato. «Es bonito ver cómo los clientes van creciendo y siguen viniendo. Tenemos las mismas familias desde hace 40 años», cuenta González.
El buen trato, la calidad y los precios reciben el premio de la repetición por parte del boca a boca: «Venimos por la tradición, la ilusión y el buen trato. Hace 36 años que vengo, y mi hijo vino cuando casi era un bebé, hace 25 años», explica el andorrano Jordi Argemí.
«Antes era una cosa minúscula que ha crecido. Las hamburguesas son muy buenas y el trato, excepcional», resume Argemí, que veranea en la Colònia desde hace muchos años.
«La calidad-precio y el trato familiar hacen del D2 un oasis distinto a todo lo que hay por aquí», sentencia el hijo de Jordi, Pol Argemí.
Bar de pueblo
En la turística Portocolom, entre más de 60 bares, pocos están pensados para los residentes. Junto al mallamado ‘Es bar dels vells’, Sa Cova dets Ases es uno de los dos únicos refugios para la clientela local.
«La caída del turismo se ha notado, pero como nuestra clientela es local, no nos ha perjudicado tanto», explica Jaume Obrador, camarero del establecimiento.
Sa Cova dets Ases enPortocolom es frecuentado por los residentes. / Pere Morell
Obrador lo tiene claro: «Somos un bar de pueblo», afirma. La bajada del gasto por parte de los visitantes extranjeros les ha afectado, pero en menor medida. «Hemos pasado de estar llenísimos a simplemente llenos».
La clave está en el arraigo. «La clientela local nos protege ante estas caídas. Podemos sobrevivir sin el turismo», sentencia.
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