En el British Open de Royal Portrush, el público irlandés propone y Rory McIlroy dispone. Las masas, unos 280.000 espectadores a lo largo de la semana en la edición más concurrida de cuantas se han celebrado fuera de St. Andrews, andan enardecidas con la posibilidad de ver al hijo pródigo conquistar su segunda Jarra de Clarete en casa, junto a los acantilados de la costa de Antrim, a un paseo en coche del lugar en el que vino al mundo. Él puso todo de su parte en un sábado provechoso, 66 golpes, -5 para -8, pero al final del día solo le había recortado un golpe a Scottie Scheffler, empeñado en chafar la mejor historia de todas las que podría fabricar esta semana.
A veces pasa que un deportista se vea abocado al papel de aguafiestas sin pretenderlo. Que le pregunten a Stewart Cink. Un tipazo, pero un tipazo al que cuesta un poco perdonarle lo que hizo con Tom Watson en ese playoff en Turnberry en 2009. Él no tiene la culpa de nada, y de hecho más bien fue Watson, y no Cink, quien se hizo aquello a sí mismo. Es simplemente que hay que culpar a alguien cuando los cuentos de hadas se truncan. Todo apunta a que así será con el de McIlroy y a que su verdugo estará en el número uno del mundo, protagonista de otra vuelta descorazonadora, 67 impactos (-4 para -14) libres de bogeys, para los que se agolpan a su rueda intentando evitar lo aparentemente inevitable: que ponga la tercera pica en el Grand Slam tras vestir dos veces de verde en Augusta y adjudicarse el PGA hace un par de meses.
“¡Rory va a alcanzarte! ¡Rory va a alcanzarte», le gritaba envalentonado un aficionado al hombre tranquilo mientras surcaba la calle del 18 camino al green para rematar otro ejercicio de superioridad aplastante. Seguramente era la Guinness lo que hablaba. Nadie que haya visto regularmente golf de competición durante los últimos dos años y pico puede pensar que es factible. Por soñar, eso sí, que no quede. Se han dado remontadas importantes en el Open. Rory mismamente sufrió una en sus carnes, en el 150º de hace tres años en St. Andrews, a manos de Cameron Smith, que después se fue al LIV y ahora no es capaz ni de pasar el corte. Luego está el famoso colapso de Van de Velde en el de Carnoustie en 1999, que acabó ganando Paul Lawrie tras salir a diez golpes el domingo, pero es algo que simplemente no va a ocurrir con Scheffler, quien a mayor gloria de su robustez le ha hecho birdie todos y cada uno de los días al 16, el par 3 conocido como Calamity Corner.
Hay que presumir su colaboración cuanto menos en casa, como este sábado en el que salió airoso de todas las situaciones peliagudas que le irían surgiendo, tampoco muchas en la tarde perfecta para saquear Portrush, indefenso con el sol en asomando entre las nubes y el viento ausente. Se jugó en 71,8 golpes de media, casi uno y medio menos que en la primera jornada, la más cercana por ahora a lo habitual en este grande Un eagle al 7 y dos birdies comprendió una cosecha que podría haber sido mayor, haciendo bueno ese ya famoso análisis de Tiger Woods sobre el hombre que le ha cogido el testigo como bandera del PGA Tour, que dice que cuando no patea bien te gana y cuando patea bien te gana por cinco o seis golpes.
Cuatro de renta disfrutará en los últimos 18 hoyos pese a los esfuerzos que hicieron por comprimir la disputa jugadores como Haotong Li, sólido en su esfuerzo por ganar el primer major para China (-2 para -10 y acompañante de Scheffler en el partido estelar), o el inglés Fitzpatrick, que se desinfló en los nueve segundos y cerró en par para -9. Ninguno remó tanto como el vigente campeón, Xander Schauffele (-5 para -7), y Rory, que esta vez sí manejó bien la carga emotiva de este Open.
Debe ser harto complicado. Impresiona su paseíllo hasta el tee del 1. Saluda tranquilamente a unas 20 de personas antes de ser ovacionado por la tribuna que rodea a la primera salida del campo, que en cuanto jalea apropiadamente su primer golpe sale disparada a seguirle por toda la propiedad. Este sábado les dio exactamente lo que querían. Su vuelta más baja de siempre en un fin de semana en este grande, propulsada con tres birdies en los cuatro primeros antes de un bajón que terminó con bogey al 11. Acto seguido, un tubo desde más de 17 metros que produjo un eagle en el 12 y con ello el estallido de Portrush. Algunas de las mejores tomas televisivas de la temporada. El birdie al 15 remata una jornada que, de no ser por Scheffler, seguramente pese a él en cualquier caso, agotará muchos barriles de Guinness.
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