El Barça es un club bipolar. Su presidente, Joan Laporta, vive al límite, al borde de un ataque de nervios, ya sea por acuerdos económicos de dudosa reputación, por los retrasos del Camp Nou o por los eternos problemas para inscribir a los futbolistas en la Liga. El contrapunto es Hansi Flick, un técnico tan exigente como ambicioso, coherente y calculador como pocos. De su gestión de la plantilla depende la estabilidad y el estado de ánimo de la entidad.
Flick es la tabla de salvación de Laporta. Su mejor ansiolítico, con la ayuda de futbolistas maravillosos como Pedri, Lamine Yamal y compañía. En tiempos complejos y muy delicados para la institución, el presidente aumenta su apuesta por el equipo de fútbol, campeón de todo en España la pasada temporada.
La bonanza del Barça de fútbol contrasta con la crisis de las secciones, las grandes damnificadas por la errática política económica de Laporta. Nunca ha estado cómodo el presidente en el Palau, donde ha sido censurado y reprochado por su pasividad ante los problemas del baloncesto y otros deportes.
El Barça, en 2023, tenía un equipo imponente. Ganador. Campeón. Destrozó al Real Madrid (3-0) en la final de la Liga ACB, pero Laporta se lo cargó todo con los despidos de Jasikevicius, Higgins y Mirotic. Argumentó que necesitaba rebajar la masa salarial y pagó 12,5 millones de euros a Willy Hernangómez por tres años.
En los dos últimos años, el Barça no ha ganado ni un título. Ha sido un equipo muy frágil, sin alma, infinitamente inferior al Real Madrid, que ha renovado su plantilla sin perder potencial.
El verano ha sido duro en el Palau. El Barça rescató a Fall, un pívot de medio pelo, tras despedirse de él en junio, y ha fichado a cinco jugadores. Solo ilusiona Shengelia, mientras que Clyburn tiene más nombre que rendimiento. Juani Marcos, Myles Cale y Miles Norris son contrataciones de perfil muy bajo, impropias de un club que fue grande y que ahora malvive en la élite, sin un plan ni un proyecto. Y, sobre todo, sin noticias del futuro Palau Blaugrana.