El verano tiene estas cosas. Una versión de La Odisea de Homero con Ralph Fiennes y Juliette Binoche, de nuevo juntos tras El Paciente inglés, se estrena en nuestros lares justo cuando Christopher Nolan acaba de rodar la suya, que a diferencia de la aquí presente -dedicada exclusivamente a la última parte de la obra, el regreso de Ulises a su patria tras la guerra de Troya- abarcará todo el conjunto del poema épico griego. Pero la filmada por Uberto Pasolini, productor y director europeo de curiosa carrera -fue el productor y autor de la idea original de The Full Monty y no tiene nada que ver con Pier Paolo, pero sí es sobrino de Luchino Visconti- no tiene con toda seguridad nada que ver con la que haya filmado el de Memento u Oppenheimer.
Como la ópera de Monteverdi que adaptaba el final de La Odisea, pero sin su visión abiertamente divina, El regreso de Ulises es de todo menos un film de aventuras históricas convencional o un relato épico romántico. Tampoco, en absoluto, una aproximación realista y sucia al mito. Pasolini ha realizado un drama melancólico y decadente con más puntos en común con una obra de teatro minimalista y de vanguardia que con un artefacto comercial del cine americano o británico…lo que conlleva algunas desventajas que, dicho sea de paso, el guion y la aproximación de Pasolini no hacen nada en absoluto por tapar. El regreso de Ulises es un film en el que se entra o no se entra, pero que por el camino depara al espectador con algo de ojo algunas sensaciones casi vetadas en los tiempos del cine como «contenido».
En efecto, El regreso de Ulises hace gala de un ritmo pausado que puede desmoralízar a algunos, tarda en recompensar al espectador. Pero la interpretación inmensamente triste de un musculado Ralph Fiennes, que adoptó un impresionante físico para la ocasión, consigue mantener el interés de un film que no quiere jugar, al menos inmediatamente, la baza de la aventura, el romance y ni siquiera el juego de tronos político que se deriva de la trama original. Pese a su ritmo demasiado lento, sobre todo en su primera mitad, Pasolini opta por entregar un film sobre el trauma de la guerra y la tragedia del viaje del héroe, que regresará inevitablemente cambiado a una patria que ya no es la suya, y que sabe a película de las de antes de una manera que no esperábamos.
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El regreso de Ulises es una de las pocas películas que veremos este año que rechaza cualquier influencia visual o motivo que remita a obras de éxito contemporáneo, que evita a toda costa convertirse en una gastada metáfora o reflejo de tiempos actuales. Y ahí nace, precisamente, su aliento épico. La acción aparece en un clímax donde Ulises y Pasolini demuestran, nunca mejor dicho, su buena puntería, y a través de una omnipresente música de Rachel Portman (expareja de Pasolini y madre de sus tres hijos) verdaderamente importante. Lo demás es una exploración pausada del interior de un soldado que cuando acaba su viaje no es el mismo que partió en una película que, incluso, rechaza satisfacer abiertamente a todos los que esperaban un reencuentro de las dos estrellas de El Paciente Inglés. El resultado, una encrucijada moral no exenta de inconvenientes fílmicos (la película es imperfecta) pero también de elecciones artísticas, y por ello a retener en la memoria.