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El miércoles 27 de agosto de 2025 se cumplen 60 años de la muerte de Charles-Édouard Jeanneret-Gris, más conocido como Le Corbusier, el genio amado y odiado de la arquitectura moderna. Su legado es imponente: este polifacético arquitecto logró materializar en más cincuenta años de carrera, más de 75 edificios (y 400 proyectos no realizados), publicó 34 libros y nos legó una influencia que sigue dividiendo a los expertos a día de hoy.
Sin embargo, pocos episodios resumen de forma tan clara su visión radical de la arquitectura como el fallido intento de transformar la ciudad de Barcelona en la década de 1930. Si se hubiera llevado a cabo, la ciudad jamás habría sido la misma.
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Nova Barcelona
España estaba inmersa en la Segunda República con Francesc Macià como figura clave de esta etapa de la historia de España. Como presidente de la Generalitat, Barcelona vivía un momento de efervescencia política, social y cultural. Es precisamente en este escenario en el que existe una decidida apuesta por la educación y la ciencia, cuando, el grupo GATCPAC (Grup d’Arquitectes i Tècnics Catalans per al Progrés de l’Arquitectura Contemporània), liderado por el famoso arquitecto español Josep Lluís Sert, busca la colaboración de un arquitecto nacionalizado francés con una fama muy consolidada: Le Corbusier.
El objetivo era crear una ciudad nueva, moderna, acorde con los cambios que estaba experimentando la ciudad y, así, nació el Plan Macià (1934), una propuesta de reestructuración urbana radical basada en los principios del urbanismo moderno. Se le daría prioridad a los edificios funcionales, a la zonificación… y con una densidad controlada. El lema era “una casa, un árbol” y la arriesgada propuesta obligaba a echar abajo barrios enteros como el Raval –que se consideraba una zona bastante insalubre en aquellos momentos al estar repleta de cabarets, prostíbulos y tabernas–, para reemplazarlos por bloques lineales, espacios verdes y amplias avenidas. En teoría, una ciudad ideal.
¿Adiós al Raval?
Para Le Corbusier, el Raval simbolizaba precisamente todo lo que había que eliminar de la ciudad: calles demasiado estrechas, pobreza, alta densidad poblacional y, sobre todo, zona de agitación política. Para evitar a los revolucionarios, esta propuesta de derribarlo y reconstruirlo todo desde cero se planteaba como la mejor excusa. El nuevo barrio sería ejemplar, con calles rectilíneas y una arquitectura higienista al estilo Bauhaus promoviendo la luz y la oxigenación de los edificios.
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Una de las calles del barrio del Raval.
Cordon Press
Pero el Raval ya era por entonces mucho más que un barrio: era el corazón histórico del movimiento obrero barcelonés, cuna de huelgas, barricadas y anarquismo; el barrio más antiguo de Barcelona. Demolerlo habría implicado borrar mucho más que un pedazo del tejido urbano.
El ambicioso Plan Macià también contemplaba otras grandes transformaciones en la ciudad condal como paralizar el crecimiento del Eixample, o prolongar la Gran Vía hasta Castelldefels para construir una “ciudad del ocio”. Para el arquitecto suizo, “la ciudad está enferma y debe ser operada”, recurriendo a metáforas médicas.
¿Por qué fracasó el Plan Macià?
A pesar del entusiasmo inicial, y de la intención de cambiar por completo el alma de la ciudad de Barcelona, el plan nunca llegó a ejecutarse (para alivio de la mayoría). La falta de recursos, las tensiones políticas y, sobre todo, el estallido de la Guerra Civil en 1936 llevaron al Plan Macià al rincón del olvido. Lo único que quedó de este diseño arquitectónico utópico fue una maqueta de 6,5 metros de largo que se exhibe en la sede del COAC (Colegio de Arquitectos de Cataluña).
Eso sí, a pesar de que nunca se llevó a cabo este proyecto, las ideas de funcionalidad y limpieza sí calaron en la arquitectura posterior, creándose bloques de vivienda estandarizados, con separación de funciones urbanas y autopistas urbanas, común en muchas ciudades modernas, donde se tiene la impresión de que todo el mundo vive lejos de todo el mundo.
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