Lunes, 25 de agosto 2025, 22:55
El claustro de la Catedral de Almería se vistió de luces y silencios solemnes para acoger el Pregón del Toro de Lidia, una tradición instaurada el siglo pasado por el Foro Cultural 3 Taurinos 3, que este año cambió de escenario para celebrarse en un marco incomparable. Entre columnas centenarias y piedra que guarda siglos de historia, el ambiente se impregnó de pasión, con aficionados almerienses y visitantes llegados desde Galasparra y Murcia, todos con el mismo denominador común, el amor por una fiesta que no entiende de fronteras ni de distancias. Fue una jornada cargada de expectación, con un aroma de respeto y emoción que anticipaba que algo especial estaba a punto de suceder.
El preámbulo fue música y sentimiento. El pasodoble que en su día compuso Urrutia abrió el telón de una cita que ya forma parte de la esencia cultural de Almería. Entre los arcos del claustro, la voz joven y poderosa de Celia Ortega se elevó con fuerza, acompañada por el toque elegante y sobrio del Niño de la Fragua.
Cada nota, cada compás, parecía acariciar el alma de los presentes, marcando un compás solemne que sería el hilo conductor de una tarde mágica. ‘El arte está en los detalles’, parecían decir las cuerdas de la guitarra, mientras el público, conmovido, guardaba un silencio reverente.
Eduardo Marín, en el recuerdo
La presentación corrió a cargo de Verónica Ruiz, que con temple y emoción pidió un minuto de silencio por todos los taurinos que ya no están y, especialmente, por Eduardo Marín, una persona fundamental en el mundo de la tauromaquia en Almería, fallecido el pasado fin de semana y que, sin duda alguna, será una figura a la que se echará de menos en el callejón de la plaza de toros de Almería por una sabiduría exquisita, una voz especial para el mundo de la tauromaquia.
«Hoy su memoria nos acompaña en cada palabra, en cada recuerdo», dijo, y el silencio se hizo aún más profundo, como un muletazo que corta el aire en el instante previo a la suerte suprema.
Ese homenaje sincero, a toda una enciclopedia taurina –’veía los toros en el apartado y vaticinaba lo que pasaría en el ruedo por la tarde– dio paso a la proyección de imágenes que recorrieron toda la historia de este pregón, desde las primeras ediciones con nombres como Álvarez del Manzano hasta las más recientes, con Rodríguez del Moral, en un recorrido cargado de nostalgia que recordó cómo la fiesta taurina, como la propia vida, se escribe en capítulos inolvidables.
El profesor Juan Vicente, pregonero de esta edición, entró en escena con el respeto de quien conoce el terreno que pisa. Nacido en Béjar, pueblo salmantino que presume de tener la plaza más antigua de España —de 1711—, evocó con orgullo aquel albero que guarda en su memoria tardes gloriosas y hasta el paso de un almeriense, ‘Beriqueño’, que en 1900 dejó su arte en aquella tierra. Emilio Lentisco, que lo presentó con torería, le ‘colocó en suerte’ con palabras sentidas, y Juan Vicente agradeció el gesto antes de desplegar su discurso, templado y profundo. «El lenguaje taurino es una metáfora de la vida y una fuente inagotable de cultura», aseguró durante su intervención, iniciando un viaje medido por la historia, la poesía y la pasión que anida en el corazón de los aficionados.
Versos
Entre sus palabras se mezclaron referencias literarias de altura, con versos de Luis Alberto de Cuenca, ecos de Ramón Pérez de Ayala y guiños a Cervantes, recordando que la tauromaquia, más allá de la arena y el toro, ha nutrido la literatura y el arte de este país. Habló del lenguaje de los ruedos como un patrimonio vivo que se ha filtrado al habla cotidiana, de cómo términos taurinos han encontrado acomodo en expresiones diarias, y de cómo la liturgia taurina tiene un paralelismo evidente con la religiosa: «La plaza y el templo son lugares de fe; en uno se reza por la bravura, en otro por la esperanza». También ensalzó la feria taurina de Almería, con sus balconadas engalanadas con mantones de Manila, con la Virgen del Mar como guía y con la Esperanza Macarena reflejada en cada gesto de devoción.
El cierre fue un canto de amor a Almería y a su afición. Juan Vicente invitó a los presentes a recuperar la grandeza de una feria que nunca debió apagarse. «Hay que proclamar a los cuatro vientos que el coso de Vilches nos espera, que la fiesta sigue viva mientras siga latiendo en nuestros corazones». Y, como broche, sus versos llenaron el claustro de emoción: «Felices días de feria / en esta ciudad Almería / reflejos de sol y arena / inmersos en mar y luna / Alcazaba de piedras de historia». La ovación fue cerrada, con el público en pie, entregado a un pregón que, como una faena redonda, se ganó la puerta grande y encendió de nuevo la esperanza de que, bajo el manto de la Virgen del Mar, la fiesta viva su mejor capítulo.
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