No hace mucho tiempo, un amigo a la sazón residente en Los Ángeles me comentaba que los estadounidenses con los que trataba vivían con pánico … a perderlo todo y quedarse en la calle. Para ellos, una enfermedad, un revés profesional, un accidente desgraciado, representan la amenaza de caer en la indigencia. Quienes vivimos en España y tenemos trabajo, casa y ahorros no padecemos esa sensación de intemperie tan angustiosa, pero ¿estamos seguros de que la pobreza, la calle, la exclusión, son algo que nunca formará parte de nuestras vidas? A quien esté esa creencia hay que recomendarle la lectura de Casi, de Jorge Bustos, un libro que es una indagación y un viaje a la existencia de quienes un día perdieron pie y habitan entre nosotros.

El Casi es el Centro de Acogida San Isidro, una institución con ochenta años de historia de la que dicen que es el albergue para personas sin techo más grande de Europa. Está en Madrid, a los pies de la montaña de Principe Pío, y quizá ninguna guía de la capital de España esté completa si no lo menciona. Al menos, a efectos de entender cabalmente la ciudad. La paradoja que Bustos explora de manera convincente es que ninguna sociedad sabe del todo lo que es ni lo que vale si no repara en quienes se van quedando en la cuneta y dejan de contar dentro de ella.

«Sólo recordando que la dignidad es siempre individual y luce singularmente en los más débiles nos hacemos merecedores del respeto mutuo que nos hace humanos», dice el autor en el prefacio del libro. De su mano, el lector se acerca a las vidas maltratadas de hombres y mujeres muy diversos. Un diez por ciento de los sintecho madrileños tiene un título universitario. Una antigua joyera que acaba en el Casi resume así su caída: «La calle es la consecuencia. La cabeza la pierdes antes».

Hay en estos excluidos, que se salieron en una curva del camino por razones variopintas —adicciones, violencia, fracasos personales, enfermedad mental, etcétera— algo que nos atrae sin poder evitarlo, sostiene Bustos. Si lo negamos, no dejaremos de sentir un íntimo reproche: estos seres humanos nos hablan del dolor de la especie a la que pertenecemos, de la fragilidad de nuestra propia condición. Son casi nosotros, somos casi ellos.

Se esconden de nuestra mirada, han perdido ya el hábito de quejarse, pero no podemos permitirnos el lujo, y contra él se alza este libro, de hacer como que no los vemos. Lo ideal sería que no existieran, pero ahí están. Y todo lo que existe nos ofrece una lección que tenemos, nos apetezca o no, el deber de aprender.