El 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman asesinó a John Lennon. Después de matar a la leyenda de la música, el criminal no se movió de la escena. Se sentó y se puso a leer El guardián entre el centeno, esperando, pacientemente, a la policía. La historia es espeluznante.


Los Beatles en concierto en París en 1965

La obra maestra de J. D. Salinger nunca ha estado exenta de polémica, y el asesinato de Lennon a comienzos de la década de los 80, y su contexto, la acabó de catapultar a la categoría de mito.

También en los 80, pero más hacia el final, irrumpió, con la fuerza de un huracán, en el panorama musical Guns and Roses, que revitalizó el hard rock con su álbum debut Appetite for destruction. La carrera de los de Axl Rose y Slash fue fulgurante durante sus primeros años, pero en 1993 el grupo quedó en silencio. Hasta el 2008.

Sin la mayoría de los miembros originales, pero todavía con la inconfundible voz de Rose, la banda lanzó Chinese democracy. Y el séptimo corte del álbum se tituló, sin titubeos, Catcher in the rye (Guardián entre el centeno). La banda expresó un profundo lamento de melancolía con un homenaje explícito a uno de los títulos más famosos de la literatura del siglo pasado.

La herida abierta de Guns and Roses

Catcher in the rye no es una versión musical de El guardián entre el centeno. Pero hay referencias a uno de los principales temas de la obra: la distancia del protagonista con el mundo que le rodea. «Si pensara que estoy loco, bueno, supongo que me lo pasaría mejor», canta el narrador del tema de Guns and Roses.

El arquetipo del adolescente rebelde que encarnó Holden Caulfield en la novela dialoga, aquí, con un Axl Rose que ya ha pasado el umbral de la juventud. No obstante, ambos protagonistas siguen huyendo del cinismo que les rodea. «Se llevó nuestra inocencia más allá de nuestras miradas, a veces era lo único con lo que contábamos cuando no había nadie más allí», finaliza la canción.

Los últimos versos, capturados entre la voz prodigiosa de Rose y un éxtasis en forma de prolongado solo de guitarra, llevan al oyente al estado deseado: la feliz melancolía de quien acaba de escuchar algo significativo. Algo trascendente. Algo que importa y que le ha hecho mejor.

Musicalmente, Catcher in the rye se aleja de los principales himnos guitarreros de Guns and Roses. Cuando nos adentramos en la canción, nos podemos decepcionar si, en vez de los estallidos de Sweet child o’mine, Welcome to the jungle o Paradise city nos encontramos con que suena un piano.

Pero el tono de la canción así lo exige. Las guitarras son más pesadas que afiladas, más oscuras, más distorsionadas. Como lo es el mundo en el que se contextualizada el tema. La inocencia se ha roto y la ha sustituido el desencanto. «De repente, la canción que escuchaba dejó de sonar para cualquiera que necesitara el consuelo de alguien, que se preocupara por no ser como tú y diferente a mí», cantaba Rose.

Atreverse a adentrarse en la canción es enfrentarse a la versión más introspectiva del cantante de Guns and Roses. Ya no busca la ciudad del paraíso, donde la hierba es verde y las chicas son guapas. Ahora canta con nostalgia a la disonancia entre él y el mundo apoyado en una obra literaria.

Con Catcher in the rye, Rose nos envió a todos una carta desde el otro lado de los focos y las guitarras. Parece querer entonar un carpe diem, una advertencia de que ya no es joven y los errores le pesan más. Por todos pasan los años, incluso por las estrellas de rock. Y después del verano llega el otoño.