A los 72 años, Marina Troncoso ha sorprendido con su debut en el cine. Antigua presidenta de la asociación de alumnos del Programa Universitario de Mayores de la Universidade de Vigo se puso por primera vez delante de una cámara en Romería, la película de Carla Simón rodada en Vigo y presentada en Cannes.
Todo comenzó casi por casualidad, un compañero de clase la animó a presentarse a un casting para mayores. Ella lo rechazó varias veces, pero acabó enviando un vídeo de prueba y poco después estaba en el set de rodaje. «Al principio iba para un papel menor, pero me entró el gusanillo y dije: yo quiero ser la abuela de la protagonista», recuerda. El proceso fue intenso, con largas jornadas de grabación, pero Troncoso lo vivió con ilusión. Destaca especialmente el ambiente de trabajo que generó la directora: «Carla es un amor de persona, su calidad humana supera incluso a su calidad como directora. Nos hacía sentir cómodos y libres». Esa manera de trabajar, sin presión y con espacio para la improvisación, le permitió enfrentarse a la cámara con naturalidad. «Nunca había hecho nada parecido, pero no fue difícil porque todo se hacía con cariño y respeto», explica.
Enseñanza personal
Su salto a la gran pantalla también le dejó una enseñanza personal, la importancia de atreverse, aunque parezca tarde. «Saber que a los 71 años puedes hacer algo que nunca estuvo en tu lista de deseos y que salga bien es maravilloso», afirma. Para ella, esta experiencia confirma su lema de vida, «nunca es tarde para empezar algo nuevo, la vida siempre te da oportunidades y no hay que desaprovecharlas, aunque no salgan perfectas».
Romería, basada en vivencias personales de la propia directora, narra la historia de una niña que queda huérfana de padre y madre en una época marcada por la droga y el sida. La actriz considera que la película es un homenaje necesario a esa generación perdida, tantas veces ocultada bajo un velo de silencio y vergüenza. Vigo no es solo el escenario de la trama, sino también un protagonista en sí mismo, con sus paisajes, sus barrios y su memoria colectiva. Aunque reconoce que la experiencia fue maravillosa y enriquecedora, no se plantea seguir una carrera como actriz. «Esto ha sido algo único, no creo que pueda repetirse algo tan especial». Su paso por el rodaje también le permitió descubrir otra cara de la creación artística, el compañerismo. «Formamos una familia ficticia que se volvió real», comenta emocionada. Esa unión hizo que el esfuerzo nunca pesara y que incluso las escenas más duras se viviesen con entusiasmo.
Presencia académica
Más allá del cine, ha sido un referente en la Universidade de Vigo gracias a su labor en el Programa Universitario de Mayores, un espacio formativo para personas de más de 55 años. Durante su etapa como presidenta de la asociación de alumnos, a la que puso fin hace un mes, contribuyó a reforzar un proyecto que hoy se ha consolidado como título propio de la universidad y que permite a los mayores sentirse integrados en la vida académica. «No solo se aprenden conocimientos, también se socializa y se evita la soledad. Muchos alumnos encuentran aquí un grupo con el que compartir, y eso es fundamental», señala.
El programa se estructura en un ciclo intensivo de cuatro años y un ciclo integrado en el que los mayores comparten aulas con jóvenes universitarios. Para Troncoso, esa convivencia intergeneracional es una de las mayores riquezas. «Ellos nos transmiten energía y vitalidad, y nosotros les damos experiencia y tranquilidad. Es una relación maravillosa, nos ven casi como abuelos».
Convencida de que la formación es una herramienta vital a cualquier edad, insiste en el valor de mantener la mente activa. «Se aprende hasta que te mueres, siempre hay algo nuevo que hacer», resume. Y lo dice con la autoridad de quien lo ha demostrado en primera persona, tanto en la gran pantalla como en las aulas, Marina Troncoso ha probado que nunca es tarde para empezar de nuevo.
Para ella, tanto el cine como la universidad han supuesto espacios de crecimiento y memoria. Mientras la película recupera la dignidad de una generación marcada por el sida y la droga, el Programa Universitario de Mayores refuerza el valor de los mayores como parte activa de la sociedad. «Lo importante es tener siempre un proyecto de vida, algo que te ilusione y te haga sentir útil», asegura. Y añade entre risas, «si tienes oportunidades no las dejes pasar, porque aunque no te salgan bien del todo, al menos lo has intentado. Y eso ya es mucho».
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