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Emília Olivé, filósofa: "La filantropía capitalista es un lavado de imagen que perpetúa el poder de las élites"
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Emília Olivé, filósofa: «La filantropía capitalista es un lavado de imagen que perpetúa el poder de las élites»

  • 27/07/2025

Emilia Olivé, doctora en Filosofía por la Universitat de Barcelona, publica Filantrocapitalisme,
el mercat de la caritat (Filantrocapitalismo,
el mercado de la caridad). Un libro, con prólogo de David Fernàndez, que es
un ensayo en el que Olivé disecciona el papel de las grandes fortunas en la
caridad institucionalizada. A partir de una experiencia personal -su
tratamiento contra el cáncer depende de máquinas compradas por la Fundación
Amancio Ortega
– Olivé analiza cómo las fundaciones de multimillonarios sirven
para blanquear orígenes oscuros, ganar influencia política y consolidar un
modelo económico que les beneficia.

¿Por qué decide escribir este libro?

Me acerco a partir de una experiencia personal que me sacudió. Tengo cáncer y las máquinas que deben ayudarme a salvar la vida están compradas por la Fundación Amancio Ortega. Esto me generó un choque interno muy fuerte: me preguntaba hasta qué punto era normal depender de una persona que ha hecho fortuna explotando a trabajadoras, externalizando costes sociales y fiscales. Vi claro que debía encauzar este conflicto, y así nació el libro.

¿Qué sintió en ese momento?

Me sentí rehén. Todos conocemos el origen de este dinero, y no es nada limpio. Quieren limpiar su imagen, ganar capital moral, y tú acabas dándoles las gracias. Durante semanas me tragué mis convicciones políticas y éticas, y esto me generó una mezcla de rabia e impotencia conmigo misma. Pero como dice Angela Davis: «La rabia bien canalizada puede ser muy productiva». Filantrocapitalisme es, en parte, el fruto de esa rabia convertida en reflexión.

En el libro dice que la filantropía suele servir
para tapar problemas sistémicos. ¿A qué se refiere?

La mayoría de estas donaciones no atacan las raíces de los problemas, sino que maquillan las consecuencias. Es más fácil dar dinero para comprar máquinas de hospital que pagar impuestos justos o mejorar las condiciones laborales de las personas que trabajan en sus empresas. El mensaje implícito es: «Nosotros somos los que aportamos soluciones», pero, de hecho, contribuyen a crear el sistema que genera estas necesidades. La filantropía capitalista es un lavado de imagen que perpetúa el poder de las élites.

¿Existe algún tipo de filantropía legítima?

Sí, creo que sí. A pie de calle, hay proyectos e iniciativas comunitarias que son genuinas, sin un interés de marketing detrás. Estoy convencida. Por ejemplo, con la DANA en el País Valencià vi muchas iniciativas autogestionadas que fueron realmente solidarias. Esto no quita que, en paralelo, grandes fortunas como Joan Roig aprovecharan la tragedia para reforzar su imagen pública. Son dos lógicas muy distintas.

¿Qué responsabilidad tiene el sistema mediático como altavoz de estas iniciativas?

Enorme. Los medios a menudo actúan como megáfono acrítico. Compran el relato que dice: «Como ganan mucho dinero, deben ganar también capital moral». Y esto se traduce en portadas y reportajes que los presentan como salvadores. El problema es que esta cobertura desplaza el debate de fondo: ¿por qué el Estado no tiene suficientes recursos? ¿Por qué se permite que estas grandes fortunas contribuyan tan poco fiscalmente?

¿Cree que existe responsabilidad política en esta dependencia de las grandes fortunas?

Absolutamente. Los gobiernos, en lugar de regular y garantizar un sistema fiscal robusto, a menudo se rinden a esta lógica porque les sale más barato –política y económicamente– aceptar el relato de la filantropía que enfrentarse a las grandes empresas. Esta dependencia crea un círculo vicioso: cada vez tienen mayor poder económico, más poder mediático y, al final, más capacidad de influir en las políticas públicas.

Algunos defienden que, al fin y al cabo, el dinero llega a donde es necesario. ¿Cuál es la alternativa?

La solución es estructural: fiscalidad justa, control democrático e inversión pública. Si los grandes patrimonios aportaran proporcionalmente lo que les corresponde, no habría que depender de su caridad. Además, debemos dejar de pensar que cualquier aportación privada es neutra. A menudo estas donaciones tienen condiciones, explícitas o implícitas, y contribuyen a hacer más poderosos a aquellos que ya concentran riqueza e influencia.

¿Cree que la ciudadanía es consciente de estas dinámicas?

No lo suficiente. El relato emocional -«una máquina de hospital salva vidas, da igual quién la paga»- pesa más que el debate de fondo. El libro quiere ayudar a abrir este debate y dar herramientas para mirar más allá del titular, pero me ha sorprendido la ingenuidad de la gente.

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