«En medio de la competencia que existe en el ‘dating’, con el capitalismo de por medio y con tanta inseguridad en la vida, creo que es heroico elegir a alguien por motivos que no sean económicos», explicaba recientemente Celine Song en una entrevista publicada en Elle. La directora de Vidas pasadas se encuentra ahora promocionando Materialistas, su segunda película, protagonizada por una empleada de un servicio de emparejamiento de lujo que debe decidir entre dos pretendientes de diferentes clases sociales. 

Pero no sólo en Elle le preguntaban directamente por el tema de la película. Si hay algo que ha definido la campaña promocional de Materialistas son las conversaciones alrededor de su tesis. En una charla con Vogue: «¿Sabes lo que la gente recuerda de mi película? 12 millones [el precio del piso de Harry, interpretado por Pedro Pascal]. Eso es lo que más me dice la gente, lo que más cala en cada proyección. Así que ahí lo tienes, el dinero ha suplantado al amor como la mayor droga del mundo». 

La directora ha mencionado varias veces que, junto con su breve experiencia trabajando como emparejadora profesional, lo que ha inspirado el guion de Materialistas es comprobar cómo cada uno de nosotros aceptamos voluntariamente transformarnos en una serie de números; matemáticas que en ningún caso tienen la capacidad de definirnos como persona. 

Según Song, en internet, pero cada vez más en la vida offline, somos la cuantía de nuestra cuenta bancaria, la cifra que suman nuestros seguidores o la que marcan las medidas de nuestro cuerpo. Esto es algo que se nota especialmente en las aplicaciones para ligar porque la deshumanización producida por los números precede a cualquier tipo de contacto real.

En el ensayo El algoritmo del amor la periodista francesa Judith Duportail se propone descubrir cómo funciona Tinder por dentro y cómo afecta el algoritmo a los usuarios. Lo que encuentra es que la aplicación reduce a cada una de las personas a un «índice de deseabilidad» dinámico que se genera a partir de generalidades y prejuicios sociales. Para la aplicación, una mujer será más deseable para uno de sus usuarios masculinos si es más joven que él, gana menos dinero y tiene un nivel educativo inferior. 

De la misma manera, asume que las mujeres buscan hombres más altos que ellas y con mayor poder adquisitivo. ¿Somos por naturaleza materialistas o es esto algo que hemos aprendido de las aplicaciones para ligar? Nos haya gustado o no la película, es evidente que Celine Song se ha acercado a un tema social de interés y que lo ha hecho desde un correcto entendimiento de la realidad. Siendo ese el caso, ¿por qué el resultado es tan superficial?

Los nuevos románticos

Antes de que Song lo filmara, Taylor Swift ya lo había señalado en una canción. «Necesitamos amor pero solo queremos peligro», afirmaba la cantante en New Romantics, uno de los éxitos de su quinto álbum. En 1989, Swift no sólo dejaba atrás las influencias country, sino que reexaminaba los temas que habían dominado su carrera anteriormente, desde el amor romántico hasta la mirada cinematográfica e iconoclasta que definía propuestas como Red. 

Así, la cantante se mostraba segura de que ir de la mano de su amor, con el pelo al viento, en una camioneta, ya no era suficiente, pusieran o no su canción en la radio. Con la llegada a Nueva York había que optimizarlo todo. El peligro al que referencia New Romantics es aquel que desmerece un buen beso en el porche porque hay cientos de aventuras esperando en la ciudad.

«Gestionamos el tiempo, los vínculos y las emociones o, lo que es lo mismo, todo es una inversión y debe dar resultado», escribe Jorge Dioni López en El malestar de las ciudades para expresar la manera en la que el neoliberalismo modifica nuestra forma de pensar. Para el escritor y periodista, no es tanto que la sociedad sea materialista sino que está inmersa en un sistema en el que todo es lucha y debe tener valor añadido. El mundo de las citas parece una competición porque exigimos (y queremos ofrecer) cuerpos, mentes y vidas optimizadas. Los momentos que pasamos en pareja deben, a la larga, salirnos rentables. En el capitalismo, el tiempo y las emociones solo son un tipo de divisa más.

Bajo esta perspectiva, se puede entender el interés de Celine Song por volver al pasado. En Materialistas la directora utiliza tanto la imagen como el guion para presentar la idea de que el amor de antes era más sencillo. 

Por un lado, tenemos las dos secuencias intencionalmente fantásticas (Song es claramente consciente de que el matrimonio como institución es algo moderno, está intentando hacer humor) ambientadas en la prehistoria en la que vemos la forma tan simple en la que podía establecerse una pareja en la época de las cavernas. Por otro, a través de la fotografía y el tratamiento de la imagen, la directora nos invita a pensar en el cine romántico de los 80 y 90 en el que, al parecer, también encuentra cierta autenticidad.

Pero estas ideas dejan inevitablemente un regusto extraño. Reaccionario. El mismo tipo de sentimiento que producen las imágenes propagandísticas que recrean unos años 50 idílicos en los que los hombres eran hombres y las mujeres «ángeles del hogar». Song identifica una problemática actual pero propone como solución un escape a aquello que nunca fue. 

Porque, en realidad, para la gente adinerada y ociosa, como puede verse claramente en la obra de Jane Austen, el matrimonio siempre ha sido una institución comercial; una manera de ganar dinero, tierras o influencia social, que es precisamente lo que quiere Lucy al inicio de la película. Para la gente obrera, en cambio, el amor y la familia era algo que funcionaba en relación para y con la comunidad, pero Song se niega a abordar la pérdida de terceros espacios y de vínculos sociales en su película. El amor en Materialistas es una burbuja y, como tal, solo puede mirarse bajo una óptica limitada.

En la entrevista con Elle anteriormente mencionada, Song aclara: «El tardocapitalismo ha hecho que nos convirtamos en una mercancía y un objeto lo más valioso posible, especialmente en el trabajo, para que nos contraten y no nos despidan. Se nos pide que nos convirtamos en algo cuantificable«. 

Este diagnóstico, aunque correcto, no es exclusivo de la actualidad. La Ilustración, como movimiento cultural y científico, abogaba por dejar atrás los sentimientos en favor de la razón, la ciencia y la «evidencia de los sentidos». Junto con el Neoclasicismo, defendía la racionalidad hasta sus últimas consecuencias (aquellas que producen monstruos), valorando lo objetivo y, de manera literal, lo material.

En oposición a la Ilustración, nació el Romanticismo. Para combatir la manera en la que la Revolución Científica reducía la humanidad a números, la propuesta no sólo veía con buenos ojos el amor romántico y el amor libre sino el subjetivismo, la nostalgia (incluyendo aquí los rígidos roles de género), la fantasía, la imperfección, la creatividad y, sobre todo, la poesía. Y quizás por eso Materialistas falla en su misión de convertirnos en románticos. Porque se cierra a lo inesperado. Niega la poesía.

Cuestión de clase

A la hora de analizar Materialistas se hace mucho más hincapié en la naturaleza del trabajo del Lucy —casamentera— que en el contexto en el que lo ejerce: un entorno adinerado que se presenta como algo aspiracional. La manera en la que se rueda la riqueza; la forma en la que la ropa de lujo, las casas de ensueño y las vacaciones ostentosas aparecen en pantalla, ha generado algunos de los debates cinéfilos más interesantes de los últimos años.

Para muchos analistas, el lujo en pantalla siempre será aspiracional simplemente porque, en un medio visual, la narrativa queda en un segundo plano frente a la belleza que nos entra por los ojos. Producciones como The White Lotus Succession confirman esta visión frente a la que utiliza The Menu o la secuela de Puñales por la espalda para señalar que la ostentosidad puede también presentarse de forma ridícula y obscena.

En los primeros compases de Materialistas lo aspiracional que resulta su representación del lujo se integra bien con la narrativa porque recrea la forma en la que ve el mundo el personaje de Dakota Johnson, una mujer que está en contacto con lo mejor que el dinero puede comprar sin ser capaz de permitírselo. 

Como nos queda bastante claro, su trabajo tiene un componente performativo que la obliga a transformarse; con su pelo perfecto, ropa elegante y bolso de diseño, en un complemento perfecto para sus clientes: una empleada que, a través de su inmaculada presentación, es capaz de borrar momentáneamente las líneas de clase para poder fingir cierta cercanía e intimidad. Lucy es servicio; pero el tipo de servicio al que invitas a tu boda, aquel con el que no te da vergüenza que te vean por la calle.

Es fácil entender qué es lo que ve Lucy en Harry, el personaje de Pedro Pascal. Más allá del dinero y el evidente atractivo, una relación con un hombre como ese es capaz de legitimar a la protagonista en el contexto de la realidad en el que vive, hacer que deje de ser una infiltrada en las fiestas de los ricos para pasar a ser alguien exactamente como ellos. Querer encajar es algo natural pero Song lo mira con demasiada dureza. 

Que en una película en donde la riqueza se presenta como algo atractivo el público se posicione en el equipo del hombre adinerado no muestra tanto un fallo de corte social como un error en el planteamiento de la propia obra. Porque Materialistas nos seduce con sus imágenes de riqueza pero no se preocupa en mostrar por qué Lucy quiere estar con John. Sí qué menciona el hecho de que lo quiere. Pero se hace sin ningún tipo de apoyo visual.

El guion de Materialistas toma una serie de asunciones que, a posteriori, Song lleva al campo de lo moral. En primer lugar, el texto parte de la idea de que el amor es un concepto que no necesita explicaciones. Pero sí que las necesita, especialmente en la ficción. La película no muestra qué es eso que une a Lucy y a John, si tienen aficiones en común o si ven la vida de una forma similar. 

Todas las cosas que parece que le gustan a la protagonista: las cenas exclusivas o la ropa de marca, son cosas que no parecen que seduzcan de forma especial a su compañero. La vida del pretendiente de clase obrera se muestra sin ningún tipo de encanto, ni nada capaz de despertar el interés de Lucy. Song nos pide un salto de fe. Un salto al vacío. Y luego nos juzga si no somos capaces de darlo en el contexto que ella misma ha ideado.

Materialistas no mira con sinceridad el tema que trata, ni presenta de forma justa la decisión que debe tomar su protagonista. Ni John ni Harry están construidos como personajes porque solo funcionan como ideas dicotómicas; el amor verdadero contra la riqueza. La película nos enseña todo lo que puede ganar Lucy de escoger al pretendiente más rico, solo para poder decirnos que intentar buscar algo más allá del amor (sea lo que sea eso en este caso. Song no lo muestra) es algo malo, síntoma de la decadencia social.

Así, la directora acaba haciendo un alegato por el amor romántico, un ideal que se ha usado durante años para someter a las mujeres. Una estructura de sentimiento del que muchas han tenido que liberarse. Al final, la decisión última de Lucy no le trae ningún tipo de consecuencia, ni buena ni mala. Ahí está la última trampa. La protagonista gana un novio pero su mundo, inestable, sigue siendo el mismo. Song regaña a los espectadores. Ella sigue siendo una infiltrada.