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Mientras intentaba resignarme a vivir en un país sin Poder Judicial independiente y con un sistema electoral rehecho a modo, me llegó un paquete del poeta, editor y ensayista poblano Miguel Maldonado. Dentro venía su más reciente libro: una colección de imprudentes –y sabrosas– aseveraciones sobre la mexicanidad.

Escribí “imprudentes” con toda intención: no cualquiera se anima a polemizar con Octavio Paz, Gabriel Zaid, Alfonso Reyes, Jorge Castañeda o Carlos Fuentes desde un registro libre, incluso burlón, y con la libertad de disentir de –algunas– de sus ideas más bellas. Pero Maldonado lo hace, y lo hace bien. No solo por el placer filosófico de un conversatorio con los tótems, sino porque logra sacudir –o al menos interpelar– lo que yo venía rumiando antes de abrir Mexi-canos: el retroceso institucional que vivimos.

En Mexi-canos: Piramidal funesta, Maldonado entrelaza filosofía política, historia y humor para cuestionar el relato dominante de la modernidad en México. Sostiene, en términos provocadores, que aquí la modernidad no trajo progreso, entre otras razones porque la cultura mexicana nunca se movió en línea recta: no avanzaba hacia adelante, sino que giraba en espiral. Para Maldonado, esa cultura –entendida no como la suma de los mexicanos, sino como el relato hegemónico de lo que somos– nunca fue premoderna ni salvaje, sino distinta: barroca, simultánea, plural, refractaria al orden cronológico de la razón occidental. La modernidad liberal quiso integrarla, civilizarla, racionalizarla. Pero el resultado fue disonante. De ahí que, en su lectura, México nunca “llegó tarde” a la modernidad: simplemente no iba a ese destino. 

Me pregunto si aplica a la democracia y a los retrocesos actuales. ¿Queríamos un sistema racional, pero lo construimos con impulsos afectivos y anhelos casi religiosos? Es una cuestión que me asalta mientras leo Mexi-canos y observo el presente. Maldonado afirma que la modernidad engendra sus propias perversiones: el exceso de razón produce irracionalidad; la promesa de progreso, desigualdad. ¿La democracia, entonces, también trae consigo el autoritarismo?

Anne Applebaum cree que sí, que algo hay en las características intrínsecas de la democracia que pueden ser explotadas por el populismo y el autoritarismo para destruirla. En ello pienso al leer a mi amigo. En los años noventa y dos mil, México pareció sentarse al festín de la modernidad democrática: nacieron instituciones autónomas, se consolidó la competencia electoral, se establecieron contrapesos. El resultado, sin embargo, no fue una ciudadanía más libre ni un poder más equilibrado, sino un sistema desgastado por la corrupción, la exclusión y el desencanto. Aquella democracia de diseño engendró su propia negación: un populismo que concentra poder en Palacio Nacional mientras desmantela la arquitectura que le dio origen. Un populismo militarista, controlador, paternalista y demagógico que encuentra eco y aprobación en la mayoría de la población mexicana, según las encuestas de popularidad de la presidenta y los resultados electorales de Morena.

Si adopto la lógica de Maldonado, inspirado a su vez en el sociólogo francés Michel Maffesoli, el populismo es posmoderno. O al menos, habla un lenguaje posmoderno y se inscribe en un tiempo barroco, simultáneo, ritual, emocional. El sistema político mexicano sigue entonces a una cultura que no avanza en línea recta, no porque esté atrapada, sino porque elige ir y venir, mirar atrás, saltarse tramos, regresar.

Para colmo de males, en este juego especulativo (no me reten, estoy siguiendo a Maldonado), la posmodernidad mexicana –con sus muchos tiempos, sus muchas fiestas, su religiosidad pagana y su juventud vieja– no desemboca en un sistema plural y rizomático, sino en algo siniestro: una pirámide de sacrificios. Mientras creíamos construir una democracia moderna, poníamos, sin saberlo, piedras para ampliar la base de un vértice cada vez más lejano en las alturas.

La metáfora del retroceso es cómoda: sugiere que había un camino de progreso institucional y que hoy andamos hacia atrás. Maldonado incomoda esa imagen. ¿Y si nunca hubo tal progreso? ¿Y si lo que creímos un avance democrático fue, en realidad, otra forma de levantar pirámides? Confío en que mi querido amigo no tenga razón. ~

Mexi-canos: Piramidal funesta se presentará
el 4 de septiembre a las 16:00 hrs. en el Museo del Estanquillo.