CuandoCuando apareció el primer toro, más de un profesional se preguntaba si ese era el toro del Vellosino que había elegido Morante para sustituir a los del Parralejo, una jugada que de hacerla cualquier otro hubiese puesto el grito en el cielo. Tartana clamaba … por el título del más feo del cercado, pero cuando Fortes se quedó a solas con él se entendió que se habría escogido por notas. Para que luego digan que solo los guapos embisten… Con una cadencia exquisita lo embarcó el malagueño a la verónica, ganando terreno hasta los medios. De haber tenido un tranco más, hubiese sido un gran toro. Aun así, con esa obediencia y ese querer descolgar, resultó idóneo para que el torero lo gozara. Al ralentí su armónica faena, sin un aspaviento, con aplomo y llevando la embestida por algodonales. Torera y bien planteada, con aquellos modales para conducirlo hasta el platillo, donde recogió la cosecha zurda en unos naturales de vuelos al hocico al son de oles cabales. Asomó la espada y necesitó el uso del verduguillo. Y el premio se redujo a saludos.

De profundo arrebato los lances de Juan Ortega con un toro de Álvaro Núñez estrecho de sienes y huido. Cuando vio que por alto se iba, rodilla en tierra esculpió cuatro ayudados monumentales –lo de más aroma–, con un cambio de mano y ese personal molinete. Para saborear el cambio de mano en pie. Venía el castaño con el poder contado, renqueante de las manos; pese a su nobleza, soltaba la cara en cuanto tocaba las telas. Con el palillo cogido por donde quema, el de Triana enjaretó una serie diestra valiosísima. Las firmas por abajo elevaron al cielo los brazos de Álvaro Núñez, apasionado ganadero que vio cómo Majoleto quería embestir dentro de su mermada fortaleza en aquellas manos de pureza. El uso del descabello frenó la pañolada y el palco estimó que la petición no era suficiente.

De bonitas hechuras el bizquito tercero, que manseó de salida y partió el palo del varilarguero. Sin picar de verdad se quedó, aunque con un siete en la piel. Y, de repente, David de Miranda levantó un quite por saltilleras sin enmendarse, girando sobre sí mismo. Una barbaridad antes del espeso tercio de banderillas, con el animal como reparado de la vista. Sin dudarlo, el de Trigueros se echó de hinojos sobre la primera raya por ayudados, con Ganador abriéndose hasta el infinito y más allá, sobre todo cuando divisaba chiqueros. Tras aquellos ayudados, vino un recital de zurdazos de la misma guisa. Hasta hilvanar una ronda diestra con la muleta puesta, sin darle opción a ningún paisaje más. Un espejismo: a partir de ahí comenzaría una carrera tras el toro, ese ir detrás de un torero al que le gusta quedarse quieto y mirar de frente. Cerca de arrastre, se arrimó como un perro: no habría muletazos de alhelí, que con ese animal era una utopía, pero sí una actitud y una entrega que enardecieron los tendidos.

Tenían ganas de ver a Miranda, al que su tarde de impacto en Málaga le ha

hecho crecer dos palmos y al que, con su filosofía de futuro, Garzón ofreció el puesto de Morante. Inverosímil la arrucina y derroche de firmeza por apretadas bernadinas. No tuvo la espada la mejor colocación, pero bastó y paseó dos orejas por abrumadora mayoría. A David lo querían ver y lo auparon a hombros ya en su primer capítulo. Feliz dio la vuelta al ruedo mientras los tendidos relamían las medias lunas y los papaviejos. Porque si algo no falta en Almería es una flor en el pelo de las guapas y la merienda-cena en el ecuador de la corrida.

De rodillas, entre las páginas de ese libro que son las rayas, Fortes imprimió de nuevo lentitud con el insulso cuarto. Toreó para el toro y, sobre todo, para sí mismo. Porque cuando el toreo brota tan despacito, sin ninguna prisa, es que nace de las entrañas. Asentadísimo, pisó un terreno que ni merecía aquel animal. Poco toro y mucho torero, que deletreó cosas muy caras con el acero desafinado.

  • Coso de Almería.
    Jueves, 28 de agosto de 2025. Segundo festejo. Alrededor de tres cuartos de entrada. Toros de Vellosino (1º, bueno; 5º, devuelto por blando, y 6º, a menos) y Álvaro Núñez (2º, con buen fondo pese a su justo poder; 3º, manso y huido; 4º, simplón, y 5º bis, desrazado, a cabezazos), desiguales, aunque deslucidos en conjunto. Más toreros que toros
  • Fortes,
    de rosa chicle y oro: estocada desprendida y atravesada que asoma y tres descabellos (saludos tras aviso); pinchazo y estocada (silencio).
  • Juan Ortega,
    de rosa viejo y oro: estocada y dos descabellos (petición y saludos); media delantera y caída (pitos).
  • David de Miranda,
    de sangre de toro y oro: estocada desprendida tendida (dos orejas); estocada caída (oreja con leve petición de otra). Abre la puerta grande.

No podía con la penca del rabo el grandón quinto; sin embargo, cuando Fuentes pretendió tirarlo, no se empleó y se mantuvo en pie. Tal era el enfado del público que por el balcón asomó el pañuelo verde. Eran las nueve de la noche y a la gente, ya con el hambre saciada, no le importaba que le diesen las uvas. Los de la prensa escrita pensábamos en cómo lidiar con las rotativas y los compañeros de cierre. ¿Dónde quedó eso de los toros a las cinco, con sol y moscas? Se acordaría Ortega del titular cuando salió el sobrero de Núñez, muy incómodo, al que permitió que zurraran en ambos petos. El descastado no le gustó ni a la vaca que lo parió, con esos cabezazos infames. Y el matador hizo lo que debía: mandarlo pronto al infierno, pese al enfado de los que se quedaron con ganas de más. Porque se enfadaban por lo que dejaban de ver.

Al que quisieron ver, y vieron otra vez, fue al onubense con un sexto de casi 600 kilos. Disparos de valor en estatuarios de guiño tomista. Y obra en las cercanías, con cierto codilleo, ante un Vellosino sosaina pero que alguna vez se revolvió. Muy firme Miranda, que regaló un colofón por mondeñinas aguantando parones. Poco importó que se cayese la espada para arrancar otra oreja. A hombros se marchó el sustituto de Morante en una tarde de más toreros que toros.