Iker Cortés

Viernes, 29 de agosto 2025, 00:02

Dice Sergi López (Villanueva y Geltrú, 59 años) que el paisaje de ‘La terra negra’, la cinta que llega este viernes a las salas, sirve «para retratar una sociedad machista y testosterónica». Lo cierto es que ‘La terra negra’ pesa como una losa durante buena parte de su metraje. Dirigida por Alberto Morais, la película narra la historia de María (Laia Marull), que regresa a su pueblo natal para trabajar con su hermano en el molino familiar. Aislada del mundo y marcada por su pasado, los vecinos parecen disfrutar con el regreso de alguien que no ha podido cumplir sus sueños. Será entonces cuando entre en escena Miquel, al que encarna Sergi Lópéz, un hombre tan reservado como ella que se gana el jornal echando una mano a los dos hermanos. En ese entorno sombrío y plomizo surgirá una inesperada conexión y un sutil viaje de redescubrimiento personal.

-¿Qué le atrapó de un proyecto tan atípico?

-Pues mira, seguramente su atipismo. Me llegó manera bastante sencilla. Conozco a Laia desde hace mucho tiempo, habíamos trabajado juntos y ella me había hablado de Alberto y yo había visto alguna de sus películas. Me llegó el guión y, como siempre, de manera intuitiva, intentando no darle más vueltas de las necesarias, pues me pareció que era diferente, más allá de la manera de rodar que tiene Alberto, que también es muy particular. Pero es verdad que esta película no entra dentro del drama rural que ahora parece que está tan presente en tantas propuestas cinematográficas. Aquí el medio rural es un paisaje para retratar una sociedad machista, testosterónica, con esa idea de que plantando semillas en suelo fascista es difícil que crezca algo bueno. Y sí, me pareció una película a la vez política y la vez mística, así que tenía todo lo que me gusta.

-Dice que Alberto rueda de forma muy particular. ¿Por qué?

-Sí, porque tiene una mirada muy diferente. Es un cineasta único, no sabes con quién compararlo. Y tiene una visión de la actuación y del hecho de actuar muy sobria. O sea, es un tío obsesionado con la sobriedad. Sus personajes tienen siempre un cariz así como simbólico, no están en ese costumbrismo ya muy usado, sino que se nos impone un tipo de juego muy sobrio. Nosotros intentamos, dentro de esto, encontrar la vida y respirar y que los personajes existan, pero está claro que tiene una puesta en escena que sorprende mucho.

-Eso le iba a preguntar. ¿Construir un papel tan sobrio es más fácil o más difícil?

-Es que lo de difícil no se sabe nunca, porque a veces hay escenas que parecen sencillas y se te atragantan. Lo de actuar es un brindis al sol. Intentamos hacer cosas, acercarnos a alguna verdad de algún modo, pero sabiendo que es todo mentira, con esta contradicción que tiene el cine y el teatro, verdad y mentira a la vez. Entonces lo de la dificultad no lo sabes. Yo la verdad es que me muevo bien, me interesa el silencio, me interesa actuar cuando las cosas pasan dentro del personaje, cuando las cosas se mueven por dentro y la expresión es solamente un reflejo del alma. En ese sentido yo me muevo bien en estos parajes con pocas palabras, con muchas preguntas y mucho misterio. La verdad es que disfruté mucho del personaje.

-Su personaje a veces parece un ángel o una suerte de Jesucristo.

-Sí y es curioso porque la película no tiene nada de religioso y Alberto tampoco lo es, pero es verdad que la sociedad en que vivimos, con esta base católica religiosa que tenemos todos en España, tiene esta cosa. Habla del cordero, del inocente, del que llega al mundo de la testosterona, del fascismo, donde la inocencia no es bienvenida. Lo duro es que el fascismo no bromea. Y sí, como pasa en otras películas, esta la idea de que la inocencia, la bondad, puede ser un superpoder, pero es un superpoder que no gusta. No gusta a este lado más machista de la sociedad y entonces se rebela contra él.

-La tristeza se apodera de toda la ficción. Los personajes no son felices ni con la partida ni en un cumpleaños.

-Sí. En el fondo parece que sea una película un poco de época. Creo que Alberto que hace un retrato de la sociedad actual muy fuerte, muy radicado. Es decir, nos habla de un mundo inventado por hombres, habitado por hombres y por esta masculinidad y esta testosterona que hace que las cosas sean áridas, donde todo duele, es áspero y amargo. Nos habla de este mundo en el que vivimos en el que la inocencia, la mujer, la fragilidad y la herida son vistos como un ataque y son vistos como algo que hay que negar. Yo le he oído decir en un momento que era un poco una película antifascista y algo tiene de esto.

-Pronto se inicia un acoso y una violencia salida de los prejuicios, de la incapacidad de dar segundas opotunidades. ¿Hay esperanza? Da la sensación de que como sociedad no mejoramos.

-Estoy de acuerdo. El error, el volver a casa y el haber intentado cosas que no han funcionado se penalizan mucho y esa idea del fracaso es, una vez más, un poco testosterónica. Pues sí, yo creo que nos pasa un poco esto, estamos construyendo entre todos un mundo en que el error, la duda, lo relativo no gusta. Ahora, además, estamos acostumbrando a la juventud a grandes afirmaciones, a grandes seguridades, a cosas que son blancas o negras, y esto comporta un riesgo para la humanidad, para la bondad y para la inocencia, que parecen condenadas.

-Con tanta crispación y tanta polarización se corre además el riesgo de acabar anestesiado ante esa realidad.

-Sí, porque esta lucha inacabable acaba cansando y en el fondo los altavoces y la opinión pública también nos mandan los inputs de no luches, baja los brazos, preocúpate de ti, cómprate un aire acondicionado, cómprate una estufa, pero deja de pensar colectivamente. Yo pienso que esto nos hace perder la esperanza y bajar los brazos y decir que al final es más fácil asumir que hemos perdido y dejar de luchar. Esta es la gran cosa a la que nos enfrentamos: intentar encontrar un poco de esperanza y creer en que el amor todavía puede mover montañas.

-Con esa valentía a la hora de representar el machismo hay quien calificará la película de ‘woke’.

-Bueno, me parece estupendo que sea ‘woke’, entonces, porque este un concepto fascista y si es un concepto fascista, tenemos que estar orgullosos de ser wokes. Todas las fragilidades, todas las injusticias, la inclusión social, yo pienso que es lo que nos une y es por lo que tenemos que luchar. Si nos ponen etiquetas, pues tendremos que asumirlas y nada, continuar luchando.

-¿Ante todo eso qué se puede hacer? ¿Cree en el poder del arte?

-Sí, quiero creer. Lo que pasa es que el arte también es un concepto muy amplio y el cine en particular está sometido a unas leyes de mercado, al dinero que cuesta y al dinero que genera. Pero es verdad que cuanto más fascista es la sociedad, más tenemos que preguntarnos los que trabajamos en esto qué cuenta nuestra película, qué queremos contar. No quiero decir que no se puedan hacer cosas ligeras, se puede hacer de todo, pero al menos tomar conciencia de que una película inocente, blanca y transparente, no tiene nada de inocente. Y sí, yo creo que al final el cine y el teatro son un poco la educación de los adultos y por supuesto creo que tiene un poder transformador, confío en que todavía lo tiene.

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