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Bueno, aquí estamos en este verano de fuego, no por el que incinera nuestra geografía española, sino por el último de los tratados que nos promete la salvación del amor, su expansión. El doctor Jorge Ferrer, psicólogo clínico, nos entrega en bandeja un texto que no viene a apagar fuegos, sino a echarlos sobre la leña seca de nuestras vidas. Y la verdad, se agradece. Porque si algo hace la vida moderna es envolverlo todo en un celofán de hipocresía y diplomacia que da náuseas. Así que, sin más preámbulos, entremos en materia, porque el señor Ferrer nos invita a un baile de disfraces en el que la monogamia y el poliamor son solo los primeros pasos a desenmascarar.
Hablemos, por ejemplo, de mis dos amigas, ambas casadas, ambas con hijos, ambas en relaciones que, según el viejo manual, serían un fracaso estrepitoso. Una de ellas, con dieciséis años de matrimonio a sus espaldas, fue descubierta en un escarceo, y en lugar del drama shakespeariano habitual, su marido, en un acto de lo que la antigua escuela llamaría macho alfa y la nueva escuela, omega, le dijo: «Esto no puedo pararlo, vívelo, pero yo también abriré una aplicación y me presentaré a otras mujeres.» ¡Por Dios! Qué espectáculo. He ahí al nuevo hombre omega, ese ser noble y consciente que, lejos de condenar, se abre a la inminente inundación. El otro caso es aún más común: la mujer, agotada de la vida sexual limitada que le ofrece el compromiso, busca refugio en otros brazos, siempre en secreto. Y es que, como bien dijo aquel profeta de la utopía relacional, el camarada francés Charles Fourier, el filósofo socialista utópico del siglo XIX, «La monogamia es una prisión para el corazón humano.» Y el matrimonio, claro, «es la tumba del amor”, y su gran visionaria declaración: «El progreso social y los cambios del período ocurren en virtud del progreso de la mujer hacia la libertad». El doctor Ferrer viene a desenterrar a estos muertos para ver si aún les queda algo de pulso.
La base de la Novogamia, nos dice el doctor Ferrer, es la hibridez relacional. La capacidad de transitar sin culpa entre la monogamia y el poliamor, y viceversa
El libro se lanza de cabeza a la guerra de monopolios, esa contienda ridícula donde monógamos y polígamos se lanzan anatemas como si fueran pastores de dos rebaños distintos. «Lo que te pasa es que no has encontrado a tu alma gemela,» te escupe el monógamo. A lo que el polígamo responde: «Lo que te pasa es que no has conectado con la esencia libre y no posesiva del amor genuino.» Un intercambio de disparos que no lleva a nada, salvo a confirmar que ambos, en su fanatismo, están ciegamente obsesionados con lo mismo: el sexo y la posesión. El monógamo, al elevar la fidelidad sexual a un estatus sagrado, revela que su mente es un cuartel de la policía del deseo, y el polígamo, al juzgar el «retraso» del otro, se infla de orgullo mientras busca su propio edén de «amor ilimitado.» ¡Vaya comedia! Parecen, como decía el propio Fourier, que la «poligamia es la forma natural de la sociedad,» pero la forma humana de adaptarla es volverla tan encorsetada como su opuesto.
El libro de Ferrer llega para incomodar a los mansos, o a los de doble moral, esos que todavía creen que la pareja feliz es aquella que envejece junta repitiendo las mismas frases de WhatsApp y celebrando aniversarios como si fueran funerales aplazados. Ferrer escribe para quienes sospechan que la moral conyugal, esa que nos metieron a cucharadas desde niños, es un cuento barato con fecha de caducidad. Y lo hace sin apología fanática del poliamor ni demonización de la monogamia, sino con un bisturí que corta los prejuicios y muestra las vísceras de nuestras pasiones.
Su propuesta, la novogamia, no es un club de swingers ni una secta new age de abrazos múltiples. Es, más bien, una apertura del mapa: la idea de que se puede transitar de la monogamia al poliamor, de la exclusividad al intercambio, de la pareja cerrada al sexteto astral (sí, Ferrer se atreve incluso a hablar de relaciones con espíritus y con inteligencias artificiales), sin que por ello el amor se derrumbe. La novogamiareconoce lo obvio que nadie quiere admitir: que la fidelidad perpetua es un delirio químico de la dopamina enamorada y que, una vez pasa la “luna de miel neuroquímica”, lo que queda es o bien la honestidad brutal o bien la comedia del engaño.
El mérito del libro está en retratar, con ironía y sin mojigatería, la guerra fría entre monógamos y polígamos:
—El monógamo acusa al poli de adicto al sexo.
—El poli acusa al mono de obsesionado con la exclusividad.
Ambos se insultan como púgiles en un ring moral, mientras el verdadero problema —la incapacidad cultural para tolerar la diferencia— queda intacto. Ferrer desmonta este teatrillo con ejemplos que rozan lo grotesco: desde parejas que negocian escapadas sexuales cuando viajan, hasta hombres que descubren con resignación que su mujer está mejor en Tinder que ellos.
La base de la Novogamia, nos dice el doctor Ferrer, es la hibridez relacional. La capacidad de transitar sin culpa entre la monogamia y el poliamor, y viceversa, según las etapas de la vida, incluso etapas como la abstinencia sexual. Se nos dice que el adulterio sólo existe dentro de la monogamia, el matrimonio es un fraude, no lo disimulemos más, lo cual es tan obvio que solo un psicólogo tendría que escribir un libro para decirlo. Es como decir que los fantasmas solo existen en la oscuridad. El verdadero «fantasma» es la incapacidad de mirar a la cara a nuestros propios deseos más primarios, esa «bomba de relojería» de la sexualidad que, según el texto, nos hace perder el deseo por nuestra pareja a los dos años.
Jorge Ferrer, no olvida citar la famosa anécdota del presidente Calvin Coolidge, el presidente 30.º de los Estados Unidos en 1923, y su mujer en una granja: ella, intrigada por la frecuencia con la que un gallo se apareaba a diario, preguntó cuántas veces lo hacía. “Docenas, todos los días”, respondió el granjero.Fascinada, la primera dama pidió que se lo contara a su esposo, que la tendría un poco hambrienta. Cuando lo supo, Coolidge preguntó si siempre era con la misma gallina. “No, con muchas distintas”, respondió el granjero. “Dígale eso a la señora Coolidge”, replicó el presidente con ironía asesina. Pues bien, este chascarrillo de manual es la mejor síntesis de lo que la biología lleva siglos gritándonos y la cultura se empeña en silenciar: el deseo no entiende de contratos notariales. Lo que para la naturaleza es variedad, para la sociedad es pecado. El “efecto Coolidge”, que los etólogos han estudiado hasta la saciedad, confirma lo que Ferrer subraya en su libro: la fidelidad eterna no es ley natural necesariamente, sino artificio moral. El cuento del gallo de Coolidge, que el presidente usa para justificar la poligamia masculina, es el ejemplo perfecto de una justificación que no busca la trascendencia, sino el simple «Lo hice para sentirme vivo.»
El texto también habla de los arquetipos, del hombre alfa y el hombre omega. El alfa, un gran proveedor, pero también un mentiroso y manipulador. El omega, sensible y consciente, pero tal vez poco asertivo e inseguro.
La fuerza de Novogamia está en desnudar al patriarcado sentimental: esa estructura que durante siglos hizo de la mujer una propiedad y del hombre un semental disfrazado de príncipe azul. La doble vara es grotesca: él, si colecciona amantes, es un Don Juan; ella, si osa abrir el corazón y las piernas, es una histérica, una ninfómana o una “puta”. Ferrer pulveriza esta hipocresía con la misma contundencia con que Charles Fourier, en 1815, imaginaba falansterios de treinta y dos parejas organizadas en cuadrillas eróticas con hada madrina y genio incluido como organizadores y seleccionadores de armonías entre las parejas dispuestas a nuevos intercambios. El socialismo utópico llevaba en su ADN un erotismo radical que hoy, dos siglos después, sigue siendo escándalo en una sociedad, en ocasiones, muy mojigata.
Claro, no todo en el libro son orgías ilustradas. Ferrer sabe que el poliamor no es un parque temático de libertinaje, sino un desafío monumental de madurez emocional. No basta con abrir la pareja: hay que abrir también la conciencia, la capacidad de gestionar celos, inseguridades, fragilidades y la comunicación sincera de lo que sentimos ante el miedo a la pérdida. El poliamor exige más generosidad que una ONG: se trata de amar sin devorar, de compartir sin poseer, de aceptar que el deseo se multiplica como un virus y que no por ello desaparece el afecto primario. En definitiva, una necesidad de reeducación del amor y el deseo en pareja. Quien entre en estas aguas con mentalidad oportunista, de: me hago poliamoroso para tener un harén patriarcal, donde cela a sus mujeres, con aire espiritualoide, según nos cuenta el Doctor Ferrer, no encontrará más espejismo y ruinas patriarcales, distorsión del veredero sentido del poliamor.
La «polifobia» existe, y la gente juzga, porque el sistema de valores que nos ha sostenido durante siglos no se desvanece de la noche a la mañana. La supuesta «solución» que propone este tratado, la de que «la calidad de una relación y su poder transformador» son criterios más importantes que la longevidad. El verdadero compromiso, el que el esposo de una de mis amigas aceptó, es el de la contradicción, y por qué no, el de la fantasía hecha realidad, en su esposa y en él.
El libro es una invitación a abrir un abanico de posibilidades. Pero este abanico, como el que usa una dama para ocultarse, también puede esconder una profunda soledad. El hecho de que muchas personas busquen el poliamor para no sentirse solas si su pareja las deja, es una confesión de miedo, no de libertad. Es una estrategia de evitación, no un camino de crecimiento. Porque el verdadero crecimiento reside en la capacidad de enfrentar la soledad, el abandono y el final de las cosas.
El «amor libre» es la base de una sociedad justa, decía Fourier, pero para alcanzar esa justicia primero hay que ser honestos con el lado oscuro de nuestra propia naturaleza: el deseo insaciable, la envidia, el miedo y la posesividad. Y por lo que veo en el texto, muchos de estos nuevos «liberados» siguen siendo prisioneros, solo que ahora la celda tiene una ventana.
Pero el libro no se detiene en la sociología del dormitorio. Va más allá y desnuda la falacia del éxito matrimonial medido en años. ¿De verdad una relación de quince años de peleas constantes merece más prestigio que una de tres años de amor intenso y separación amistosa? Ferrer responde con un obvio que quema: la calidad de un vínculo es más importante que su longevidad. ¡Eureka! Algo tan simple y, sin embargo, tan olvidado por los jueces morales de la sociedad, que confunden aguantar con amar.
El cierre del libro —y de esta crítica, con la que concluyo— es un aviso: el adulterio sólo existe dentro del monocentrismo. Sin exclusividad sexual, el fantasma del engaño se esfuma como monstruo infantil bajo la luz. El problema no son los deseos múltiples, sino el corsé cultural que los condena. Ferrer nos invita a una nueva ética: honestidad radical, pluralidad de formas, conciencia de los privilegios y de las opresiones. Ni puritanismo energético, donde se piensa que estar con varias personas en intimidad es un contaminante, cuando en realidad todo depende de a quién elegimos a nuestro lado, ni romanticismo Disney: un mapa más complejo, más adulto, más verdadero. Jorge Ferrer concluye el libro con una entrevista de Sandra Bravo, divulgadora del Poliamor y terapeuta; lanzándole un estupendo set de preguntas donde hay serias y reveladoras confesiones.
Lo que propone Novogamia no es libertinaje, es responsabilidad erótico-afectiva. No es la disolución del amor, es su multiplicación. Y, aunque suene apocalíptico, quizás estemos ante el epitafio del matrimonio como lo conocimos: esa institución que, como dijo Fourier, más que tumba del amor, ha sido su mausoleo rococó. Si el futuro es novógamo, será porque hemos entendido, por fin, que amar más no es traicionar, sino ensanchar el corazón.
Y a quien todavía se aferre al mito de la exclusividad absoluta, solo cabe recordarle lo que decía Whitman: “¿Dices que me contradigo? Pues me contradigo. Soy inmenso, contengo multitudes”.