Es el día de las sonrisas, de los abrazos, del reencuentro con la familia, -«qué delgado estás»-, el del paseo inicial por los pueblos que … rodean París, de las copas de plástico con champán para las fotografías, el momento de hacer la maleta llena de ropa sucia y también la jornada en la que las cámaras de la televisión francesa se recrean mejor con las vistas. Esas tomas áreas del palacio de Versalles, de sus jardines, el Grand Trianon, y el Petit, que era el pabellón en el que se recogía María Antonieta antes de perder la cabeza, literalmente.
Se gusta el helicóptero con sus imágenes de la grandiosa capital trazada en amplias avenidas por el barón Haussmann. Pero en un momento en el que el realizador pincha la cámara del aire, la imagen que ofrece es una amenaza, porque los ciclistas circulan tan tranquilos a la espera de dar las vueltas reglamentarias a los Campos Elíseos y subir por primera vez por la Rue Lepic hasta el corazón de Montmartre por esa calle estrecha y empedrada que algunos esperan, otros temen y muchos desprecian, porque allí acabará su Tour, aunque tengan que recorrer algunos kilómetros.
Ya no les importa, porque los tiempos se tomaron antes. Y esa imagen amenazante que se ofrece desde el helicóptero es una inmensa boina negra de nubes que, ya lo decía el pronóstico meteorológico, anuncian lluvia. Y cuando ya se ha formado un grupo con los que esperaban el muro para exponer sus planes de ganar la etapa, empieza a chispear. Ataca Julian Alaphilippe, siempre optimista y se corta el pelotón, como se esperaba, y se seleccionan los mejores.
Entre ellos están Pogacar y Van Aert, dos monstruos que se ponen en cabeza a un ritmo imposible para los más débiles. Pasan por delante de las escalinatas del Sacre Coeur, donde hace siglos se levantaban los molinos que abastecían de pan a París y ya solo quedan veinte, descienden a toda velocidad hacia las anchas avenidas y justo entonces empieza a llover a cántaros y el asfalto se vuelve peligroso, así que para abrir hueco los de cabeza tienen que arriesgar.
Es el último esfuerzo. «Estoy cansado, y si la gente no lo entiende…», confiesa Pogacar. «Si no lo estuviera después de 21 días de carrera es que algo anda mal», asegura el esloveno. «Imagino que todos están agotados, los periodistas también, después de tres semanas de carrera en las zonas mixtas, en las salas de prensa, como todos los que participan en el Tour. Así que creo que los corredores también tienen derecho a estar cansados, reflexiona.
Pero en ese momento no lo parece. Ya solo quedan ellos, nadie más, porque el resto del pelotón se desentiende. Apurando en las curvas, relevándose en la larguísima subida hasta el Arco del Triunfo y lanzándose en picado camino de la plaza de la Concordia el grupo llega de nuevo a Montmartre y allí, otra vez, llega la escabechina porque Pogacar, que ha encontrado un nuevo aliciente en ganar de amarillo en París, se pone en cabeza y destroza a la quincena de corredores que todavía mantenían alguna esperanza.
Solo quedan seis. El líder y Van Aert, Jorgenson, los dos del Visma, Mohoric, Trentin y Ballerini. Y se repite la película, porque los de detrás renuncian y se dedican a saludar al gentío que les anima. Después de sortear charcos, de evitar riesgos en las curvas y frenazos innecesarios el grupeto se encuentra otra vez de frente con la Rue Lepic y es Pogacar, de nuevo, el que toma la decisión: un acelerón brutal, despiadado, en el que se rinden cuatro de sus cinco seguidores, pero no Wout Van Aert.
En solitario
Insiste el líder. Responde otra vez el belga y en cuanto Pogacar levanta un poco el pie, contraataca. El acabose. Se atasca el esloveno. «Tenía un plan y funcionó», apunta Van Aert como si fuera fácil destronar al campeón del mundo y cuádruple ganador del Tour en una cuesta. Ahí se acabó la etapa para Pogacar, que no fue capaz de cumplir ese último objetivo marcado en su libreta, no por falta de ganas. Van Aert, que no parecía el mismo desde que se destrozó la rodilla en la Vuelta a España, volvió a serlo y se presentó en la meta de los Campos Elíseos en solitario para ganar allí donde en 2021 lo había hecho al sprint.
Unos segundos más tarde, en medio del grupo al que había distanciado en Montmartre llega Pogacar. Sonríe, parece feliz de nuevo, pero está cansado. «Termino en muy buena forma, pero mi cuerpo sufrió mucho. Necesita recuperarse porque fue uno de los Tours más difíciles de correr para todos en el pelotón», se sincera. «Desde la primera hasta la última etapa fuimos a toda velocidad todos los días. No hubo etapas fáciles y nos sometimos a un gran esfuerzo físico. Pero mentalmente, estaba en excelente forma», concluye el esloveno.
No se cansa de ganar y, aunque no le importe alcanzar a quienes llegaron a vencer cinco veces en el Tour porque no se fija en la historia, anuncia que regresará el año que viene, porque «es la carrera ciclista más importante del mundo», aunque reconoce que «también genera mucho estrés en los ciclistas». Sorpresa, el cuatro veces nagador de la ronda gala apunta que, «me gustaría no correrlo una temporada para probar otras carreras, pero sé que será difícil». De hecho, deja claro por si acaso que, el curso que viene«sí me verán en la salida para defender mi título».