Venecia
En una de las clases de filosofía que imparte el personaje de Julia Roberts en After the hunt, una intachable, elegante e impenetrable profesora universitaria, se menciona la teoría del panóptico del filósofo francés Michel Foucault. Ese breve diálogo sirve al director italiano, Luca Guadagnino, de metáfora para explicar cómo en la sociedad, a pesar de su avances, los mecanismos de castigo y vigilancia siguen ahí, rodeando las dinámicas de poder. La propia película se convierte en un panóptico, desde el que el público puede ver los comportamientos de esos personajes cuando están solos y cuando están en público. Esas relaciones de poder, coerción y sumisión, que diseccionaba Foucault, las traduce a la gran pantalla el director italiano en After the Hunt, título traducido como Caza de brujas, película presentada en este Festival de Venecia, fuera de competición.
Guadagnino adapta un guion de la actriz Nora Garret y hace suya una historia que, a priori, puede parecer ambigua moralmente, pero que es toda una lección de cómo las personas van posicionándose ante distintas disyuntivas éticas según su interés, también en un tema tan sensible como la violencia contra las mujeres. El personaje de Julia Roberts se encuentra en esa encrucijada, personal y profesional, pues debe tomar partido cuando su mejor alumna, Ayo Edebiri, le confiesa que otro profesor del departamento, íntimo de Roberts, ha abusado sexualmente de ella.
Con una espectacular banda sonora compuesta por Atticus Ross y Trent Reznor, con un cuidado detalle de la puesta en escena que encuadra a cada personaje definiendo en cada plano sus personalidades, sus miedos, inseguridades y fortalezas, Guadagnino consigue que vivamos una especie de tío vivo de emociones, que pasan entre creer a la víctima o no creerla, o creerla a medias. Es el camino que parece vivir el personaje de Julia Roberts, que borda una interpretación sobria y eficaz, y que esconde también un secreto del pasado. Andrew Garfield es ese hombre moderno, simpático y majo, al que nadie juzgaría capaz de hacer una cosa así y que ve cómo su carrera se viene abajo ante una acusación que niega tajantemente.
El cine de Luca Guadagnino se ha vuelto más oscuro y misterioso con el paso de los años, así lo demuestra este drama que aborda también las diferencias entre dos generaciones distintas. Esos profesores que se resisten a cambiar del todo, que tienen otra manera de abordar casos de abuso sexual, escondiéndolos, y una nueva generación de alumnos, futuros profesores, que no duda en hacer público, en denunciar y en señalar a los violadores o en cómo se relacionan los personajes de las distintas generaciones con la corrección política. Esa lucha generacional acaba enfrentando a los dos personajes femeninos. «No creo necesariamente que la película reviva ese viejo argumento de que las mujeres se enfrentan unas contra otras o no se apoyan, hay muchos viejos argumentos que se rejuvenecen en esta película de tal manera que acaba generando conversación. Lo mejor es que la gente ha salido del cine hablando y debatiendo, con sentimientos, emociones y puntos de vista diferentes», decía la actriz en la rueda de prensa.
En la sociedad que dibujaba Foucault, el poder ya no se ejercía a través del castigo físico o las cárceles, sino que se infiltraba en la vida cotidiana a través de un sistema de control social. Es decir, todos nos comportamos como si supiéramos que estamos siendo vigilados, de ahí que autocensuremos nuestros comportamientos. La teoría de castigo y vigilancia tiene toda la vigencia con las redes sociales. Sobre el castigo hay también una reflexión en la política, pues abre la pregunta de cómo se repara a esa víctima y cómo se castiga al agresor, si es necesaria una investigación, si es necesaria una sentencia, si ese castigo es momentáneo o se expulsa al profesor para siempre o cómo lo que se dice en redes sociales genera que los alumnos acosen a la profesora. Sin duda, son preguntas que han ido apareciendo en los distintos casos del Me Too y sobre los que sociedad no ha reflexionado con precisión.
Todo eso plagado de diálogos donde las discusiones filosóficas en torno al éxito, al fracaso, al consentimiento, a la amistad y al amor van definiendo a cada uno de los personajes, así como los decorados de sus casas o su forma de vestir. Es ahí donde el director de películas como Call me by your name o Queer vierte algunos homenajes. Por ejemplo, ese libro en la mesita de noche de Thomas Mann, Los Bradembruck, sobre una familia en desintegración cuyos valores están en decadencia, como esa familia universitaria que parece tan bien avenida y ante los señalamientos cada uno sobrevive por sí mismo. O el cartel que cuelga en la casa del personaje de Julia Roberts, de La flor de mi secreto, de Pedro Almodóvar. Pero sobre todo hay referencias a Woody Allen, primero por la propia vida del director, acusado por su hija de violación. Después, por las letras de los títulos de crédito, que son idénticas a las que ha usado el director neoyorquino. Pero además la trama recuerda, a veces, a Delitos y faltas o Irracional Man, la película de Allen donde un profesor de Filosofía se debatía entre una compañera profesora o una alumna. «No podíamos dejar de pensar en Delitos y faltas, Otra mujer e incluso en Hannah y sus hermanas. Me pareció también que era una especie de guiño interesante, ya que es un artista que se ha enfrentado a problemas similares y eso permite preguntarnos cuál es nuestra responsabilidad al observar la obra de un artista que amamos como Woody Allen», explicaba Gudaganino que ha hecho una película inteligente y llena de matices, una disección de las relaciones de poder en el ámbito más intelectual y racional que pueda existir: la academia, donde los casos de violencia sexual son, escandalosamente numerosos.
Más allá de si la película enfrenta o no a las mujeres, si duda o no de la credibilidad de la víctima, lo que hace es mostrar cómo hombres y mujeres se mueven por tres cosas: intereses, pulsiones y por el deber, pero no siempre en el mismo porcentaje. El comportamiento de esas mujeres es el comportamiento de muchas mujeres en la sociedad actual, que la víctima no sea ejemplar es un acierto, que no siempre tengamos todo claro también. Pero sobre todo, deja claro que sin el debate sobre el consentimiento, que empezó a emerger en la agenda social después del movimiento Me Too, sería imposible haber cambiado la mirada sobre la violencia contra las mujeres.