Fue la ilusión por conocer, por saber, por tener libros a su alcance y su pasión por difundir la cultura lo que llevó a Ester Torres Jiménez al mundo de los libros. Ahora, como jefa de la Biblioteca Universitaria de la UMU, custodia y organiza más de un millón de libros repartidos en quince bibliotecas diferentes, así como 400.000 recursos electrónicos.

El volumen y la cantidad de conocimientos y de información son enormes, comenta, muy alejados de aquellos 8.000 volúmenes con los que comenzó a funcionar la Universidad de Murcia en sus orígenes, hace ahora 110 años, un momento en el que el rector Loustau presumía de que este centro contaba con un apartado de Física que, con sus 400 ejemplares, podía situarse entre los mejores de España.

Ante ese panorama, los 20.000 volúmenes procedentes de la Biblioteca Provincial y los 4.500 de los fondos de los siglos XV al XVIII procedentes de diversas desamortizaciones, incrementaron de forma notable el patrimonio libresco en la UMU.

Ester presume de que su plantilla de 108 personas maneja una cantidad enorme de conocimientos, ofreciendo a la comunidad universitaria y a la ciudadanía en general, numerosos productos y posibilidades. La misión de la biblioteca, informa, es dar a los usuarios lo que necesitan, en un día a día que resulta muy complicado: empezando por unos horarios de apertura y cierre muy extensos (de 8.30 a 21.00 horas, media hora más que El Corte Inglés, bromea), así como la actividad de los mostradores, los teléfonos de atención al público, acreditaciones y sexenios para profesores, consejos sobre las publicaciones, mantenimiento del repositorio institucional, que incluye publicación científica, fondo antiguo y colecciones especiales, así como documentos administrativos.

Le gusta a Ester remarcar que la biblioteca es uno de los servicios más antiguos de la universidad. Comenta que ahora se usa cada vez menos el recurso en papel, pero que depende de las áreas de conocimiento. En las áreas de ciencias casi no consultan libros, pero no puede faltarles el último artículo o la última publicación.

A pesar de esto, asegura que el libro continúa siendo un recurso muy empleado. «Llegará un momento, advierte, en el que el libro se utilice sólo como un patrimonio cultural y educativo».

Remarca que, en contra de la creencia generalizada, resulta más barato guardar un libro en una estantería en unas determinadas condiciones de humedad o temperatura, que alojar una información en un servidor, ya que esto gasta muchísima electricidad. «La gente no se hace a la idea del gasto que supone mantener los servidores y los recursos electrónicos digitalizados, además, el papel se conserva mejor que un recurso electrónico».

Advierte Ester que sólo si la información está perfectamente organizada se puede encontrar, sobre todo si, como es el caso, se encuentra ubicada entre cientos de miles de libros, «porque un libro mal clasificado es un libro perdido», comenta.

Hablamos de libros intonsos, la especialidad de Fernando VII, cuyo entretenimiento favorito era cortar las páginas de esos libros (no leerlos, por supuesto) cuyas hojas no han sido aún cortadas; hablamos de libros perdidos, colocados en una estantería equivocada, donde pueden pasar décadas –a veces hasta un nuevo traslado– sin ser encontrados.

Y me transmite que la LOSU incluye las bibliotecas en su artículo 12, afirmando que: «Las bibliotecas y otras unidades universitarias facilitarán el acceso de la ciudadanía a los recursos informativos, digitales y no digitales, así como la formación necesaria para promover la difusión de la Ciencia Abierta en la comunidad universitaria y en el conjunto de la sociedad». Y si lo dice el BOE, ni mil palabras más.