Igor González de Galdeano tiene fácil acordarse de la edad de su sobrino Ion. Rebobina rápido, se acuerda de cuando ganó en Zaragoza la etapa … más veloz del mundo, y lo tiene. 24 años. «Aquel día salí el último de Logroño, me entretuve con él, que acababa de nacer hace pocos meses y llegué justito al kilómetro cero». A la meta llegó el primero. «Una sorpresa», claro. Casi tanto como la velocidad media: 55,176 km/h. «El objetivo era ganar la Vuelta, así que una etapa… era transitorio. No le dimos una importancia especial». Casi un cuarto de siglo después, es historia del ciclismo.
Logroño y Zaragoza se conectan por una larga planicie surcada por el río Ebro. Leonardo da Vinci decía que el agua era la única fuerza capaz de mover toda la naturaleza. No conocía el Cierzo. Los ciclistas le temen hasta cuando sopla a favor. En la salida de la novena etapa de la Vuelta de 2001 no había uno tranquilo. Sólo Igor, mientras jugueteaba con Ion. El vitoriano se sabía el plan. Su director, el visionario Manolo Saiz, había declarado que era día de guerra. En el autobús les dijo un número. «Un 55 de plato», dos por encima de lo habitual en la época, y una señal. «A la salida del pueblo, leña». Los pasos por Calahorra, Alfaro, Alagón… «una guerra constante» entre la Once de Beloki y el US Postal de Heras. Sin la protección de las casas, el viento les hacía volar.
Hubo abanicos porque a veces soplaba de costado, y cortaba el pelotón. Entre los favoritos sólo descolgaron a David Plaza, del Festina, y a Laiseka y Zubeldia, del Euskaltel. De los sprinters cayó Zabel, el gran favorito a la victoria. Freire, Teutenberg y Hondo se relamían. Pero Igor González de Galdeano tenía otra idea. Con Beloki ya protegido en los aledaños de Zaragoza, pidió atacar a su líder y a su director. Dale. «Ese día iba muy fuerte. Era rodador, me manejaba bien en ese terreno y me gustaba». Sus largas y potentes piernas aún podían impulsar más rápido las bielas. A dos kilómetros, vio un repecho. «Bueno, repecho… por llamarle algo. Era un cambio de rasante de la autovía ya para entrar en Zaragoza». Ataque duro. «Seco». Los velocistas se miraban. A sus compañeros se les había llevado el viento. No había quien les lanzara.
Todo esto no pudo verse por la televisión. Las grúas de la época de TVE podían resistir rachas de 50 kilómetros por hora. El Cierzo tenía más fuerza aquel día. Además, un vecino de la comunidad de la terraza en la que quisieron instalar un repetidor se opuso si no había dinero de por medio. Las cámaras captaron ya a Galdeano en la recta de meta, con 45 minutos de antelación sobre el horario previsto y el aliento de los sprinters en el cogote, pero con los metros de ventaja suficientes para besarse el dedo anular y lanzar un grito al viento. «¡Toma!, ¡toma!, ¡toma!».
Gael Cornier
El portento alavés había recorrido 179 kilómetros en tres horas y 14 minutos, a 55,176 kilómetros por hora. «Se lo contaré a mis nietos», decía con una sonrisa entonces. La broma se convirtió por diferencia en la etapa más rápida de La Vuelta y de las otras dos grandes. «Va a ser muy difícil que se supere», dice ahora. «Tiene que ser una etapa igual, con un viento parecido y dos equipos enfrentados. Sin esas circunstancias, es muy, muy difícil». Por poner en contexto el registro, el mejor dato del Giro se queda en 51,234 km/h de media del 2020, también con Eolo como aliado y 40 kilómetros menos. Y el Tour, aún más ‘lento’. Ni siquiera este año, la edición más rápida de la historia (3.302 kilómetros del recorrido en 76 horas, a una media de 42,8 km/h), batieron los 50,4 km/h de una jornada al sprint en 1999 con victoria de Cipollini. Aunque Van der Poel se acercó con su escapada del noveno día. Induráin en su mejor crono se quedó en 54 kilómetros por hora, y el actual récord de la hora lo tiene Ganna con 56,7.
«Hay otro factor», añade Galdeano. «Ahora hay mejores carreteras, materiales y ciclistas mejor preparados. Pero no hay dos directores tan ambiciosos como Manolo Saiz y Johan Bryuneel. Ahora son más conservadores, intentan no perder ni hacerse daño y esperar al terreno», apunta el ciclista de los hitos. El primer maillot oro de La Vuelta, el último vasco de amarillo en el Tour y ponerle su nombre a la etapa más veloz del mundo. Ni el pelotón más rápido de la historia, el del pasado Tour, ha logrado siquiera acercarse. «Es un honor, está claro que me gusta mantenerlo sí», confiesa.