A falta de conocer la letra pequeña del acuerdo comercial suscrito por Donald Trump y Ursula von der Leyen, el pacto revela la rendición de la Unión Europea a los desmanes del inquilino de la Casa Blanca, tanto en el fondo como en la forma. La presidenta de la Comisión Europea accedió a desplazarse al campo de golf en Escocia donde el magnate pasaba unos días de ocio privado para cerrar el acuerdo. Los detalles se habían perfilado en los últimos días y el viaje se produjo cuando se entraba en el tiempo de descuento para el límite del 1 de agosto que había puesto Trump para evitar su última amenaza: un arancel genérico del 30% que en Bruselas habían calificado de “prohibitivo”. Para entonces, países como Alemania, habían dejado claro que estaban dispuestos a prácticamente todo para llegar a un acuerdo.
Y al final Trump se ha salido con la suya. Por primera vez en décadas logra sellar entendimientos comerciales que, en la práctica, suponen un encarecimiento de las transacciones. Ahora bien, sólo en una dirección. La UE, además, se compromete a aumentar sustancialmente sus importaciones a ese país, cuya queja es la existencia de un déficit comercial muy inferior a las promesas que ha lanzado Von der Leyen.