El bipedismo, o la capacidad de caminar erguido sobre dos piernas, es una de las características que define a los seres humanos y juega un papel crucial en nuestra evolución. En este sentido, un grupo de científicos ha identificado dos cambios evolutivos clave que ocurrieron hace millones de años en el linaje humano, los cuales modificaron la pelvis y facilitaron este proceso.
El equipo de investigación centró sus esfuerzos en analizar la base genética del bipedismo, una habilidad que nos distingue de otros primates. Para ello, estudiaron muestras de tejidos embrionarios humanos y de otras especies de primates, y descubrieron dos innovaciones genéticas que marcaron una diferencia fundamental en el desarrollo de nuestros antepasados.
La primera innovación se refiere a la formación de cartílago en el desarrollo embrionario de la pelvis, lo que permitió que el ilion (el hueso superior de la pelvis) cambiara de forma. Mientras que en los primates este hueso es alto, plano y estrecho, en los humanos se desarrolló de manera más corta, ancha y curvada. Este cambio estructural permitió una mayor estabilidad durante la marcha erguida y ayudó a optimizar el caminar y correr sobre dos piernas.
La segunda innovación, igualmente significativa, permitió un retraso en la formación de la pelvis y un desplazamiento hacia atrás de la osificación pélvica, lo que también facilitó el crecimiento del cerebro en nuestros ancestros. Este cambio conservó la nueva estructura del ilion y permitió que las mujeres pudieran dar a luz a bebés con cerebros más grandes, adaptándose tanto a la locomoción bípeda como al aumento del tamaño cerebral.
El bipedismo no solo permitió a nuestros antepasados recorrer grandes distancias, sino que también liberó las manos para otras actividades esenciales, como la fabricación de herramientas, la recolección de alimentos, el transporte de materiales y el cuidado de los niños. Además, esta postura erguida mejoró la capacidad de observar el entorno y redujo la exposición del cuerpo al sol, lo que favoreció el enfriamiento en climas cálidos.
Los fósiles más antiguos que evidencian el cambio en la pelvis humana provienen de especies como Ardipithecus ramidus y Australopithecus afarensis, que habitaron África hace entre 4,4 y 3,2 millones de años. Estos fósiles muestran una combinación de características que indican que la pelvis ya había comenzado a adaptarse para facilitar el caminar erguido, un paso clave hacia la evolución del Homo sapiens.
El proceso de osificación y los cambios en la pelvis
La pelvis se desarrolla a través de un proceso conocido como osificación, en el que las células de cartílago se organizan y se endurecen para convertirse en hueso. Durante el proceso de osificación, el cartílago de crecimiento de la pelvis se reorganiza para que el ilion se vuelva más ancho en lugar de alto, lo que proporcionó puntos de anclaje a los músculos glúteos para mantener el equilibrio mientras caminamos.
Finalmente, el segundo cambio evolutivo, el retraso en la osificación, ocurrió aproximadamente hace 1,6 millones de años, coincidiendo con el aumento del tamaño cerebral en nuestros antepasados.