Un inhabitual cielo plomizo ofreció su cobertura celestial al primero de los encierros de Cuellar. Rito protagonizado por toros de la divisa jiennense de … Araúz de Robles. Nobles y hermanados en la finca Carmona, en los corrales junto río Cega y en el tramo campero, espíritu gregario que se simbolizaba en la uniformidad de sus capas negras, entre las que tan solo existía una dicrepancia de un burraco ‘salpicao’. Sin ser terroríficas, con buenas y frondosas arboladuras. Reses con trapío, que infunden respeto por un equilibrio en sus hechuras, proporcional a su encornadura.

Desde la noche anterior existía cierta inquietud por el comportamiento de las reses, después que desde Bayona llegaran noticias inquietantes de las graves cornadas que un toro de este mismo hierro infirió al torero Juan de Castilla. Pero la sugestión no tomó cuerpo, pues la gente del toro es sabedora de que el comportamiento de los astados en el campo, al abrigo de los bueyes, y en el ruedo, frente al espada son bien distintos, tanto con la propia naturaleza del espacio como por la exigencia humillada de su bravura.


Tramo por el campo del primer encierro de Cuéllar.

Tramo por el campo del primer encierro de Cuéllar.

Antonio Domínguez y Nacho Valverde (Ical)

La suelta resultó inusualmente templada, con una cohorte de cabestros que abría el pelotón, con la ronca y contundente sinfonía de sus cencerros, única señal de la presencia de los bóvidos en el umbral del pinar entre una descomunal polvareda. Los de Araúz de Robles, sin romper la disciplina de grupo, aunque con separaciones no prófugas, avanzaban con tranco medio, en un galope contenido ante lo penoso de impulsarse con las pezuñas ancladas en la arena.

Si el hermanamiento jerarquizado (siempre manda alguno, siempre hay otros sometidos a ese mando) fue una nota destacada a lo largo del encierro, la intrusión de bóvidos y monturas bajo las copas arbóreas comenzó a desvelar que la dificultad de la conducción de los toros tendría como argumento la diferencia de energía y fuerzas de los animales. Por los pagos de La Segoviana y la Laguna Larga, antes del Pinar de la Torre, el sexteto se estiró en exceso y supuso la disgregación del encierro en dos grupos: uno, la avanzadilla, con dos toros de tranco firme, el segundo, de cuatro ejemplares, en el que estaban integrados los dos de peor condición física, de fuerza contada y, quizá, un nivel en la reserva en su depósito de raza.


Tramo urbano de primer encierro de Cuéllar.

Tramo urbano de primer encierro de Cuéllar.

Mónica Rico y Óscar Costa

Los directores del campo, Pedro Caminero y Pepe Mayoral, cuando se consumó la segregación, ordenaron a su gente separar la mitad de la piara de bueyes y conducirla hacia los de la cola del pelotón. Ningún toro iba a demarrar en solitario, en eso se confiaba, pero se quería evitar que alguno de los dos más débiles desistiera de su singladura hacia la villa mudéjar. El objetivo se cumplió a la perfección, y tras la angostura (con vistas poligoneras, ¡ay! ese planeamiento urbanístico) de Las Máquinas, a atravesar en tímido cauce del arroyo Cerquilla, los seis cornúpetas quedaron nuevamente agrupados tras sobrepasar la carretera de Cantalejo.

Parada, y casi fonda, en el rastrojo de Campaneros. Dosis de recuerdo para el hermanamiento y un descanso propicio para los astados de menor fortaleza. Un círculo amplio, entremezclados mansos y bravos, con los monturas en una guardia relajada. Los directores de campo, Pedro Caminero y Pepe Mayoral aprovechan para intercambiar impresiones. El cielo cárdeno va ganando terreno, pero, finalmente, la lluvia no aparecería hasta consumado el encierro en los corrales de la plaza.

La costumbre y sus tiempos, más que el reloj en sentido estricto (aviso para navegantes, no hay que confundir una tradición con una competición, ni con el fichaje al entrar a trabajar), aconsejan reanudar la marcha. Momento siempre crítico porque puede alterar el equilibrio conseguido entre los bóvidos hasta ese momento, la buena sintonía y la evitación de separatismos siempre perversos y egoístas. Reseteo de posiciones, terrenos y reubicación de los mansos, sin que falten los de estribo, que encauzan el trayecto como un cordón de seguridad.


Fotos del ambiente en Cuéllar durante el primero de sus encierros.

Fotos del ambiente en Cuéllar durante el primero de sus encierros.

Mónica Rico y Óscar Costa

El túnel bajo la autovía de Pinares sí fue un problema. Una, dos y hasta tres veces se negaron los componentes del dúo que mostraba síntomas de fatiga. Con calma se les acabó convenciendo de que tenían que reunirse con sus hermanos. Finalmente lo hicieron, para, poco después, hacer otro alto en el camino. Un rato largo, para reponer el compromiso de solidaridad grupal y reponer energías.

En el suave descenso de los Encaños el grupo abandonó el paso para incorporar un ligero trote, que pronto fue amortiguado por grupas y garrochas expertas. Y ya, lentamente, algo más abierta de lo habitual, la comitiva de bravos, mansos y équidos se fue dirigiendo hasta el vértice que da paso el embudo, en cuyo inicio se logró bajar sin prisa, hasta que el grupo se rompió en dos. Cuatro toros por delante, con galope desbocado, un torbellino de astas y pezuñas hacia las calles, mientras por detrás, con tranco más fatigoso, los dos rezagados avanzaban con un ritmo atemperado.

En las calles, carreras limpias, de ritmo sostenido, que en Las Parras adquieren la estética de una tauromaquia desnuda y valerosa, por aquellos que recogen el testigo de los caballistas, y con las astas merodeando los riñones encelan las embestidas hasta la arena del coso. El rito se consumó, en ese vértigo que, una vez superado, redime civilización con naturaleza indómita. El mundo rural que exhibe su pulso de verdad ecologista, lejos de eslóganes de moqueta y expedientes.