Conchita Asenjo mantiene las manos firmes y la cabeza despierta. Desvela sus más que achaques como el pago debido a una vida vivida, sabe que la parca la acecha, pero aún lleva ventaja en el pulso que mantiene con la de la guadaña. Confiesa que ya ha perdido toda vanidad, si es que en algún momento la tuvo, pero también declara que aún la mueve el amor por la belleza, por la cultura. Nunca se consideró artista, no entró en ninguna academia de Bellas Artes y cuando lo intentó el profesor no la dejó quedarse. Él no podía enseñarla nada. Si acaso, debería ser a la inversa. De manera autodidacta, había descubierto el misterio del arte, especialmente de los iconos bizantinos, de su comunión espiritual, de esa suerte de misticismo que destilan estas representaciones religiosas en la tradición cristiana ortodoxa. Se empleó a fondo en su creación durante una larga etapa de su vida. Horas y horas de un trabajo meticuloso, mimoso y delicado. Han pasado más de dos décadas desde que los mostró en público por última vez en Sedano. Antes los había llevado a Almería, a Burgos… Ahora, a sus 92 años, animada por distintos amigos, vuelve a las salas. Expondrá una colección de cuarenta piezas en el Teatro Principal entre el 18 de septiembre y el 19 de octubre, acompañadas por muñecas de inspiración azteca que la ocuparon durante otro momento más reciente de su vida creadas con escayola, cartón, telas, cordones, piedras… 

Subraya que con esta muestra solo persigue espolear la sensibilidad en quien la observe, conmover a quien la visite. Prima la calidad sobre la cantidad. Cree que el arte solo llega de verdad a unos elegidos. A estos busca con estas obras que guarda con celo, como testigos del camino recorrido, sin intención ninguna de desprenderse de ellas. 

Han pasado en torno a treinta años desde que Asenjo hizo el último icono bizantino, pero recuerda perfectamente el proceso. La preparación de la tabla, el bruñido del metal (latón, plata…), el trabajo de los relieves con el buril, la aplicación de los esmaltes de distintos colores, cada uno con el significado que manda la tradición bizantina, la pintura al óleo y el cuarteado deliberado para imprimir una pátina de antigüedad. Pasó años a solas con estos iconos hasta que se compró un palacete en ruinas en Sedano y se volcó en su rehabilitación, con una mano guiada siempre por la búsqueda de la belleza.

La muestra se completa con unas muñecas de inspiración azteca creadas por Asenjo. La muestra se completa con unas muñecas de inspiración azteca creadas por Asenjo. – Foto: Alberto Rodrigo

Un anhelo latente al que pone palabras la académica de la Institución Fernán González y poeta María Jesús Jabato al hilo de esta exposición: «(…) Los deslumbrantes iconos de Conchita sorprenden y emocionan; lo intocable tocado por su mano culta y veterana, expuesto a la contemplación, hace aflorar un sentimiento de paz, un clima de fe, luna y paloma blanca. Frente al silencio universal del miedo, frente a las olas sonámbulas del mundo, Conchita alza las manos, que son su voz, su forma de expresarse, de justificar una vida callada y despaciosamente dedicada al arte, y vuelve, atardecida como un río lento, alumbrada por la alta luz de sus iconos bizantinos que son revelación, y memoria, y esperanza sonreída de un claro amanecer».